Tuesday, May 04, 2021

"El oído y el son". Un texto de Jorge Ortega

 


El oído y el son

por Jorge Ortega

 

Traducir el silencio se denomina una antología de su quehacer poético que Manuel Iris (Campeche, 1983) publicó en 2018. Tanto el verbo como el sustantivo simbolizan literalmente un antes y un después, o sea, las preocupaciones que el autor ha tenido como tal desde sus comienzos y que se conservan hasta ahora vigentes, orbitando en torno a un eje: la escucha. A caballo entre la paciente acechanza del advenimiento de la palabra y la disposición de deletrear lo que transmite, la poesía de Manuel Iris ha permanecido fiel a sus inclinaciones originales desde una actitud en la que lo fundante se encuentra con lo esencial. Por una parte, el silencio es el claustro materno de la palabra, y, por la otra, la palabra misma es acontecimiento, sonido cargado de sentido, sentido provisto de energía. A propósito de la metáfora procreativa, y extremando un poco la equiparación, podría aseverarse que la poesía constituye el Ángel de la Anunciación del lenguaje verbal. Manuel Iris no busca: espera. Y su espera entraña, como lo insinúa la etimología, un estado de expectación que acoge la coexistencia ritual del silencio, el tañido, el eco; la escucha, la palabra, la resonancia del oráculo en el interior de uno mismo y de la propia voz en el papel o la pantalla.

 


            Dicho esto, Devocionario confirma, en concreto, los referentes de Cuaderno de los sueños, de 2009, y Los disfraces del fuego, de 2015, libros previos al muestrario de Traducir el silencio que, tras la aparición de Cincinnati. Historia personal, de 2019, recuperan con Devocionario el diálogo con las condiciones sustanciales del decir poético. Ya lo anticipan dos de los tres apartados del índice: Traducere y Silentium. El tercero, que da nombre a la colección, no se queda en zaga e insiste, como en distintos momentos de la trayectoria lírica de Manuel Iris, en la dimensión poética del religare que convierte la plegaria en un precioso recurso de súplica y evocación. Pero, lejos de merodear la sacralidad desde el vértice del arrebato místico o el afán de trascendencia, nuestro poeta tiene en la concreción de la vida el contrapunto de un ángulo de vocalización apremiado por hallar una respuesta, una reverberación, en el dorso de la realidad. Cuestionando lo invisible e incomprensible, el poeta discurre y a veces interroga sin aspirar a una réplica. “El silencio es también una pregunta”, escribió Roberto Juarroz. El Devocionario de Manuel Iris recuerda que en poesía la palabra afirma, duda, inquiere, arraigada en la seguridad del roce con la experiencia vital.

 

            Traducere, primera sección, reivindica entonces, con Rilke, la convicción de que, sujetos a una gramática, nos movemos siempre en el “mundo interpretado”. Observar, deducir, entender. Estremecerse es traducir, descodificar las radiaciones, los estímulos, las incitaciones del exterior sobre la membrana de la conciencia. El cuerpo lee, el pensamiento resiente; el pensamiento tantea, el cuerpo glosa. Entre uno y otro, el salto mortal de las percepciones, las nociones y las sensaciones transformadas en sentimientos, ideas, emociones: corriente trifásica del ser. La palabra conforma, por ende, la divisa de interacción con el orbe, aquello que permite brindar acuse de él, mentalizarlo y restituirle una nueva lectura de nuestra inmersión en la historia. Así, hay ojos que hablan y ojos que saben recibir y arropar la candidez que los ojos emiten; contraseñas no alfabéticas de una hija pequeña con su padre y de éste con su mujer: gestos, guiños que el afecto y la pasión desmedidos trasladan al corazón sin necesidad de mover los labios u ofrecer explicaciones, mientras la quietud restaura la palabra, devolviéndole su legitimidad, su nobleza primigenia. La imagen adquiere en consecuencia un peso emblemático y sugestivo para expresar un más allá del logos que añeja su raíz en las profundidades de la memoria, como reza por duplicado, con leves variantes, uno de los pasajes: “hay un niño señalando un puente, / una canción descalza”.  

 

            Silentium, segundo tramo de este Devocionario, afianza el carácter hierático del conjunto esbozado nominalmente por el rótulo de cada segmento. Lo apuntala el atisbo de un orden supremo en el acápite de Thomas Merton: “¿Quién / eres tú? ¿El silencio / de quién eres tú?”. Si Traducere representa un llamamiento de la palabra indispensable para albergar las cosas terrenas e intentar designarlas, Silentium la ausencia de fonación en virtud de la cual se cumple la audición de la palabra elemental y fecundadora. La dualidad “Noche-vientre”, reiterada a lo largo de la sección, traspone la semántica, aglutinando la transición de la oscuridad sibilina de Novalis a la oscuridad ontológica de Juan de Yepes, sucedánea de la docta ignorantia de Nicolás de Cusa preconizada con anterioridad por Agustín de Hipona y san Buenvaventura. El “no saber sabiendo” de Juan de la Cruz hace tabla rasa y restablece el imán de la receptividad. Hay pues un sentir que es un razonar a través de una poesía que, amenazada por los conceptos estancos del género, sale en pos de la maltrecha unidad del ser. Devocionario resarce la configuración integral de la poesía, recuperando una visión panóptica mermada por su hipotética rivalidad con la filosofía. En Manuel Iris la poesía recobra la tácita vocación de concertar una vía de conocimiento: “Sólo la muerte y el amor / son descubrirse. // Vivir es descifrar”, anota con sentenciosa contundencia. Asumido como una suerte de contemplación, el mutismo es la antesala de la escucha y, a la postre, de la enunciación.

 

            Para Manuel Iris pronunciarse es inherente a callar, por lo que no se trata de categorías antagónicas enfrentadas bajo una óptica maniquea. Lo matiza uno de los poemas: “No en lo blanco de la hoja, sino detrás de la tinta / está el silencio”. El mutismo metafísico de este Devocionario se ubica más allá de la palabra y, a la vez, resulta consanguíneo a su materialidad, la letra autógrafa o impresa. Este sigilo se manifiesta no como una imposibilidad sino una elección, un ejercicio voluntario de enmudecimiento para extremar la atención, ponerse alerta, a semejanza del taoísmo, a la deriva de los rastros del universo que conviden de vuelta a balbucir. Detrás de una disquisición en apariencia abstracta, late un planteamiento de contenida sensorialidad basado en los poderes del tímpano y de la lengua. La oreja y la boca encarnan de esta guisa los órganos que habilitan mediante la asimilación auricular y la oralidad el incesante ciclo de la más efectiva y sutil forma comunicación humana: la dicción. Por lo demás, no es casual la recomendación que Manuel Iris concede en el pórtico del volumen: atender el Stabat Mater de Arvo Pärt en lo que nos adentramos en sus páginas. Entre las afecciones físicas y la música, el cuerpo se presenta a un tiempo como una condena y una bendición.

 

Devocionario, el tercer panel, cosecha lo sembrado en Traducire y Silentium y denota con mayor deliberación y explicitez la filiación piadosa, el repliegue reflexivo. Lo prueba el título de algunos poemas: “Letanía”, “Salmo 25”, “Salve Regina”, “Acción de gracias”, “Credo”. Apelando a la estructura triádica del entramado y la atmósfera que la recorre, me vienen a la mente las Tres lecciones de tinieblas de José Ángel Valente, obra de 1980 que desde una espiritualidad sin iglesia emula veladamente el oficio de tinieblas de Semana Santa alrededor del tenebrario. Manuel Iris tampoco ensaya su fe religiosa en las piezas que nos comparte; su religare más humano, el de la poesía, invoca las variables de la palabra poética a fin de que le sea propicia la sindéresis. No obstante, conforme la poesía se anida en la cosmovisión del autor como la medida de las cosas, la vida queda automáticamente ceñida a la potestad de los versos. Un par de ejemplos: “Revélame el amor no articulado: su ágrafa ternura”, o bien, “Deja que salgamos / por tu boca: háblanos / para que seamos en ti”. Esta última cita invita a entrever la complicidad de una fuerza, una presencia envolvente ⸺Dios, poesía, la nada⸺ que contiene y colma al individuo, reafirmándolo en su particularidad. En paralelo, la formulación sirve incluso al poeta para asentir las mínimas certezas del planeta que habita: “Florece la belleza en nuestras manos / y todo es tan verdad como la piel / y su avidez curiosa”, se lee en otra coordenada de este hondo y clarificador itinerario.

 

Chantal Maillard ha advertido en la poesía moderna dos tipos de poeta: los que tienden a construir y los propensos a revelar. El Manuel Iris de este Devocionario, y el de Los disfraces del fuego, pertenece a la segunda familia. Más que colocar ladrillo sobre ladrillo, procurando una sonorosa babel de tráfico de registros, su poesía surge trasminada por el silencio y refrenada por la expectación, no acaudalada por el desahogo o los aspavientos de la catarsis. Este poeta no se adelanta: aguarda; y menos aún se desvive en locuciones no pedidas: comparte lo justo en sintonía con una poética que propone más al ocultar que al evidenciar, que expone al retener consigo la palabra. En síntesis, una reserva que supone un vacío parlante, un hueco significativo y significante que infunde a los poemas el cariz ilusorio de entes porosos. Poemas-esponja cuyas horadaciones definen su proclividad, absorbiendo los inaudibles clamores del agua y las sordas filtraciones de la humedad, para después devolver a la intemperie en la que anida el lector el flujo de indicios y noticias sobre el lado brumoso de una impalpable realidad. “Perdona los poemas / que pretendan revelarte”, apunta Manuel Iris, que con la venia de un misterio superior renueva los votos de la misión de traducir los vacilantes enigmas que contrabandea diariamente de puntillas la poesía. ♦  

  

22 de junio de 2020




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Nota: El presente texto, escrito por el poeta y ensayista mexicano Jorge Ortega, publicado igualmente en la revista Carruaje de pájaros sirve como prólogo a mi "Devocionario", libro publicado por El taller blanco ediciones, en Colombia. El PDF del libro completo puede descargarse de manera gratuita haciendo click aquí. 


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