Saturday, December 12, 2009

Sobre la literatura en el sureste de México


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La fatalidad de las estatuas


Manuel J. Tejada Loría

Periodico Por esto! 12-12 2009

A 73, por su respaldo



En Yucatán no deja de ser paradójico que hoy, a pesar de que hay tantos poetas declarados, no exista una voz firme y representativa a nivel nacional. Los poetas que han despuntado, como Raúl Renán o Raúl Cáceres Carenzo, comparten la condición de haber nacido en el Estado, pero su obra literaria prácticamente fue gestada y escrita fuera de él. Es el mismo caso de los narradores como Juan García Ponce, Joaquín Bestard y Agustín Monsreal.
Uno pensaría que algo sucede en Yucatán que no está permitiendo que se genere una literatura que traspase las fronteras del terruño. Algunos escritores han preferido emigrar tratando de encontrar mejor suerte, y sin embargo no creo que la solución sea expatriarse de esa forma.

Hay otros factores que contribuyen al deterioro del actual proceso literario, donde el Sureste sigue siendo ese gran pendiente de la literatura nacional. Se insiste en creer que todo es consecuencia de nuestra lejanía del Centro, y sin embargo creo que la lejanía que más nos afecta es la que nosotros mismos nos prodigamos.
Pensemos en el caso específico de Campeche, Quintana Roo y Yucatán, que más que formar una península, por la indiferencia literaria que existe, se asemejan más a un archipiélago. Islas solitarias situadas una al lado de la otra, por una parte mirando al mar y por la otra hacia la parte continental donde el resto de los estados del Sureste Mexicano, también islas entre montañas, sierras y nevados, permanecen en un sordo monólogo e indiferencia.
Si la maldita circunstancia del agua por todas partes obligó al poeta cubano Virgilio Piñera a estar sentado en la mesa del café, la maldita circunstancia de esta indiferencia que nos aísla nos obliga, como dijo Leonardo Da Jandra, a estar mirándonos por horas los ombligos.
El origen de este “no-querer-escuchar”, de este “no-querer-leer” al otro creo que radica en la historia personal de cada isla. En Yucatán, por ejemplo, no hay una comunidad de escritores que se apoye mutuamente, pero sí un buen número de grupos en constante pugna por algo que ojalá fuera la literatura. Esto ocasiona resistencias, rechazos y tensión.
Por lo mismo, en este marco de desconfianza la principal resistencia es hacia la crítica. Todo lo que se diga o haga se percibe como un ataque personal.
También hay un desconocimiento entre los escritores del Sureste Mexicano. No sabemos quién y qué se está escribiendo en la isla de enfrente y sólo son conocidos aquellos que se han hecho de prestigio, pocas veces, por la buena manufactura de sus textos.
Ante la diversidad de estilos y de temas, ya no basta haber leído a uno o dos escritores para tener una idea general de lo que literariamente ocurre en otros estados.
Por otra parte, sucede en Yucatán lo que supongo en muchos otro lugares: una insólita adoración por escritores que han obtenido cierto reconocimiento gracias a sus buenas gestiones y amistades. Estos escritores, intocables, indecibles, irrefutables, semidioses de la verdad, van por el mundo acompañados y cultivados por sus —no podría decir lectores— pero sí adoradores, dispuestos a aplaudir, a llorar sus textos, sobre todo a conjurar contra quien ose desdecir al tótem poético. Se convierten, como decía Manuel Iris, en verdaderos caciques literarios.
Más allá de encontrar si existe una literatura yucateca, campechana, veracruzana, del Sureste, o si tenemos coincidencias de algún tipo, hay cuestiones como esto del desconocimiento de autores y lecturas que tenemos que solucionar por cuenta propia.
Y desde luego, dejar atrás esa creencia de que la única opción de ser leídos o de hacer literatura es alejarse del lugar donde nacimos. No estoy negando la riqueza y el conocimiento que un viaje pueda dejarnos. Pero cerca de nosotros tenemos buenos escritores, críticos y talleristas que podrían contribuir a mejorar las técnicas literarias.
Lo importante es seguir escribiendo, anteponer la voluntad de hacerlo —como dice José Díaz Cervera— “hasta el límite de nuestras posibilidades” y dejar de ocuparnos en aquellos que un día despertaron sintiendo que cada palabra dicha (que no escrita) los estaba convirtiendo en bronce. Después de todo no hallarán otro mejor destino que el mismo de innumerables estatuas erguidas en parques y avenidas expuestas al buen tino de los pájaros (en especial las palomas): con el pasar del tiempo sobre
ellas sólo habrá —sobre las estatuas de bronce— pura mierda.

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