Wednesday, March 13, 2013

Nueva nieve



Decir lo ajeno


Somos los hombres sin nieve
nacidos entre tormentas caniculares,
con las casas abiertas de par en par
y las retinas contraídas
frente al motín incesante de los colores.

Eugenio Montejo






I


No es mía la blancura
que hay fuera de la página.

Acostumbrado al mar, no puedo comprender
ese cristal que vuelve al árbol reverente,
que torna delicada su genuflexión glaciar.

El suelo me encandila, y sin embargo
voy dejando huella
sobre un plano que observo
con ojos asombrados.

Hoy mienten los caminos, finge su aliento
el agua detenida que va quedando aquí
sobre lo níveo que —parece— lo soporta todo
y en verdad, como cualquier belleza
todo absorbe y consume:

Hoy no he podido doblegar a la blancura.


   
II



…ni escribir la transparencia. Mis herramientas
no han podido comprender el árbol de cristal, su sombra que es de luz
ni su capacidad de sepultarme en hermosura, de lapidarme
en su fragilidad.





III


Alma tranquila, horma, dura vena,
molde interior de la escultura de sí mismo
el árbol sigue allí,

gotea.
Se va tornando cada vez más árbol.
Todo nos dice que la eternidad se acaba
y el silencio sigue allí,

cayendo.



Cincinnati, OH Enero del 2009










Nueva nieve



A partir de los Poemas de la lluvia, de Gastón Baquero


  
I



Una mujer me habla mientras cae la nieve.
Habla mientras la nieve deja su más puro silencio.
Se oye el milagro de que su aliento sea
más silencioso que el aliento de la nieve.

Cercano canta un pájaro inaudible
otro se aleja
dejando abajo el blanco más profundo.

Más silencioso que aliento de mujer
lento aletea el aliento de la nieve.





II


Sube, baja
se confunde
gira de pronto 
y va contra sí misma.

Ni arena ni llovizna
debo decir que juega.

No viene al caso la palabra danza.



 

III




Como las aves las ventanas
se asoman a la nieve.

Niegan asombro
y se abren como párpado,
se entregan como alas.




 
IV



¿Pero qué calma es ésta
que contemplo en calma todavía,

esta sorpresa que se continúa
todavía en la sorpresa hundido?

¿Pero qué rosa es ésta inmarcesible
naciendo en el momento de su desaparición?



 Cincinnati OH, Febrero y 2010








 
 Homeless


También es nieve la que cae
en el muñón del limosnero, en la vacía
cuenca de su ojo.

Opaca, desdentada blancura
a la mitad del rostro
va burlando
el rostro de la nieve. 

Desde su aliento
el cuerpo encima del muñón
rehace una guerra en un lugar distinto
en que jamás se ha visto una blancura
más quemante que la flama de napalm.

No sé si el hombre ha sido un homicida.

En su muñón, en el vacío del ojo
se ha atorado inútil, fría
la belleza.



Coda


Nunca nada que ilumine fue tan frío.  El cuerpo no comprende. La nieve es toda su contradicción, es la belleza: una manera de lo espiritual que llega por el cuerpo y lo somete. Por eso puede herir, matar al cuerpo. La nieve, como el fuego, es belleza letal.  Por eso da un calor que es de otro mundo, una certera calidez para las almas. El cuerpo no comprende. La nieve, la belleza y la poesía son la prueba más quemante de nuestras limitaciones. 

Cincinnati, OH  Febrero y 2013






En la orilla del silencio: nuevas visitas a Alí Chumacero


 
El hombre serio pone un retrato de la tontería por delante, de autodefensa. La seriedad es una forma de la muerte. Por eso nunca hice una carrera,  que es el sueño de todo hombre solemne: tener éxito, poder, autoridad.  El hombre alegre tiene, por supuesto, momentos de sosiego para ponerse a escribir y debe aprovecharlos a plenitud. No riñe pues la alegría, la celebración,  con el acto creativo. Nadie ha sido más desordenado que yo, pero cuando  me encerraba a escribir, nadie podía interrumpirme. No significa que me pusiera  serio, asumía mi dedicación y compromiso y no admitía que nada ni nadie me distrajera  de ese retiro. Una vez concluida mi entrega, salía a buscar a los cuates, que no siempre eran del gremio literario, y me divertía horrores.


                                    Alí Chumacero, en entrevista con José Ángel Leyva

                                                                               


I

Sabiendo que la seriedad con que se aborda la figura de Alí Chumacero ha sido suficiente y hasta algo artificial por parte de alguna crítica acartonada, no quiere este libro ser un homenaje más. No buscan los ensayos que hay aquí servir de monumento, ni cifrar valoraciones definitivas de una obra poética ya entera y cerrada. En cambio, las miradas que ahora presento quieren sobrepasar lo tantas veces dicho de la obra del hijo predilecto de Acaponeta y releerla renovadamente, para responder una pregunta que los jóvenes, y los no tan jóvenes, se hacen casi siempre con honestidad y algunas otras veces con altanería y hasta con mala fe en el campo literario mexicano: ¿Por qué es tan central Alí Chumacero, teniendo una obra tan breve y hace tanto dejada en silencio, y si jamás (¡terrible!) se ha sabido de un poeta o grupo de poetas importante, posterior a él, que se dedique a continuar su escuela?

Quiero, sin que sea mi trabajo en esta introducción, contestar brevemente las dos partes de esta pregunta, tratando de no meterme en el terreno que luego, con mayor profundidad, exploran los siete escritores convocados. El primer asunto, que supone una desproporción entre la cantidad de obra y su reconocimiento, se puede despachar de un plumazo, recordando que algo similar sucede con la poesía de Aurelio Arturo y de Fernando Charry Lara en Colombia, de Omar Cáceres en Chile, de Gil de Biedma en España y de muchos, muchos otros ejemplos que van desde la antigüedad hasta nuestros días: ya se sabe que un poeta no es mejor por publicar más libros, y acaso esa brevedad buscada, ese silencio voluntario, son parte de la propuesta estética. Esta pregunta es una ingenuidad, a menos que también se dude de la calidad de la obra. Sobre esta última posibilidad no pienso detenerme por dos razones. La primera es que no conozco lector serio que pueda opinar tal cosa de la obra de Alí, y la segunda es que, de cualquier modo, son suficientes los trabajos de lectores especializados publicados ya, y suficiente es el aporte que hacen los trabajos contenidos aquí, para explicar (defender no, eso no hace falta) la obra de Chumacero a quienes la sienten lejana.

Lo siguiente, esa falta de escuela chumaceriana, es otra mentira: siendo Chumacero el último heredero directo de Contemporáneos, su poesía y, más que eso, su concepto de trabajo poético pertenecen precisamente a aquel que dio a la lírica mexicana moderna su rostro más evidente. Si la poesía nacional es conservadora, rigurosa, reflexiva, solemne en sus maneras, la voz de Alí es uno de sus primeros frutos maduros. No es, por ello, falta de emociones: la voz de Chumacero es la de un hombre que habita plenamente el mundo, desde la carne, pero que expresa su vivencia terrenal de un modo que apela a la trascendencia.

La de Chumacero es un alma dionisiaca cantando en clave apolínea. Quien no sienta emoción en sus palabras no las ha sabido leer y, quizá, está en su derecho. Por otro lado, la contribución de Alí a la literatura mexicana como editor y crítico no es menor, aunque no haya sido aquilatada en justicia. Considerarlo únicamente poeta es, con todo, reducir su figura e ignorar parte fundamental de su personalidad literaria. Mucho queda por hacer en este sentido. El presente libro quiere ser una modesta contribución encaminada a leer de nuevos modos a este poeta, que suele dar la ilusión de haber sido ya entendido.




II



He dividido en tres secciones los estudios contenidos en este volumen, de acuerdo con el tipo de acercamiento que pretenden a la obra y figura del nayarita. En la primera sección, Pensamiento olvidado, Ignacio Sánchez Prado estudia a Chumacero como crítico literario, haciendo una relectura de Los momentos críticos, libro que reúne la mayor parte de la prosa chumaceriana, para dar cuenta de la importancia, callada pero cierta, del autor que nos convoca para la consolidación del privilegio de cierto tipo de poesía en México. En el siguiente ensayo Iván Trejo nos acerca a la vida de Alí como editor de proyectos que marcaron la vida literaria nacional, haciendo claro que este hombre de letras ha sido influyente no sólo por lo que ha escrito, sino por lo que ha ayudado a publicar y, a veces, hasta a escribir. Este par de ensayos arrojan nueva luz a las secciones más ignoradas del también silencioso corrector, tipógrafo y escritor de solapas.

La segunda parte del libro, Diálogo con un retrato, está formada por tres ensayos. En el primero, Lorena Ventura, luego de hacer un diestro y bello repaso de poética, relee a Chumacero desde la tradición barroca para enfrentar abiertamente su complejidad formal, buscándole sentido desde su misma propuesta estética. Más tarde Jorge Aguilera López hace una revisión de lo que se ha escrito sobre el poeta y emprende una lectura cuidadosa de “Al monumento de un poeta” como arte poética, para arriesgar una respuesta a la pregunta de por qué de la importancia de Chumacero. Eva Castañeda hace, en el trabajo que cierra esta sección, una cuidadosa revisión de la escritura poética de Alí, para también dar una propuesta de lectura de su obra en el contexto, primero, de lo mexicano, y luego en un contexto literario más universal, sobre todo a partir de su libro concluyente, Palabras en reposo. Todos estos trabajos, cada uno a su modo, entregan nuevos motivos para tener a Chumacero en el centro de nuestra poesía.

Marco Antonio Rodríguez Murillo —leyendo a Heidegger, a Dante y a Rilke— y Agustín Abreu, a partir de Maurice Blanchot, elaboran los dos trabajos que componen La forma del vacío, última sección del libro. Ambos autores coinciden en hacer una lectura filosófica de la poesía de Chumacero e igualmente en valorar el aspecto órfico de la misma. Estos dos trabajos ciertamente alejan, sin decirlo, al poeta del ámbito mexicano, cosa que debe comenzar a realizarse para lograr una valoración real del autor de Imágenes desterradas, dado que la misma crítica que se ha encargado de su canonización ha ignorado que el poeta es sorprendentemente desconocido allende nuestras fronteras.





III


Estoy convencido de que, distinto a lo que puede pensarse, la figura de Alí Chumacero está presente en los jóvenes interesados en hacer literatura en México. No es sencillo, sin embargo, entender los modos en que una influencia como la suya se desarrolla: hay poetas que afectan la escritura, y otros cuya influencia tiene que ver con el modo en que se concibe la lectura, la literatura misma, el acto poético.

A pesar de que varios poetas jóvenes en México reclamarían la elegancia y precisión de Chumacero como parte de su herencia literaria, de su estirpe, el autor pertenece a los segundos: nos ha afectado en el oficio, no en el estilo. Su presencia es inevitable. Su importancia, ineludible. Sin embargo, es necesario remover esa solemnidad que ha permitido hacer de lo que no ha sido más que un eco, la ilusión de una crítica que se refiere a su obra. Como he dicho antes, este libro no pretende ser un homenaje sino una renovación de lecturas, cosa más necesaria. La idea de elaborarlo ha nacido, sin embargo, de la admiración profunda que la obra y persona de Alí Chumacero provocan todavía en las generaciones jóvenes de poetas y escritores mexicanos. Sea este libro, pues, una renovación de lecturas deslumbradas.






Introducción a  En la orilla del silencio: ensayos sobre Ali Chumcero. Manuel Iris (Compilador). Tierra Adentro, México, 2012.

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