Tuesday, September 27, 2016

Metáforas y magia




Tomado de Carruaje de pájaros









Un amigo me ha pedido que le explique lo que es una metáfora. Al hacerlo he caído en cuenta de que el fenómeno se puede, y creo que siempre se debe, explicar de dos maneras. La primera es la normal y programática que aparece en los manuales de literatura: metáfora es—dice la RAE— la “traslación del sentido recto de una voz a otro figurado, en virtud de una comparación tácita, como en las perlas del rocío, la primavera de la vida o refrenar las pasiones”. Una explicación más sencilla dice que la metáfora es una comparación a la cual se le ha eliminado el “como”, de modo que en vez de decir “ella es como la calma”, se puede decir “ella es la calma” y se habrá pasado, aunque mecánicamente, del símil a la metáfora. O sea: hemos transitado de la enunciación de un parecido a la fundación (o descubrimiento, al menos) de una insospechada identidad. Esta nueva naturaleza que suma sin confundirlas otras dos es lo que me mueve a hablar de la metáfora no como figura retórica, sino como acto de magia.


Eso: una metáfora es un acto de magia. Es transformar un objeto en otro más allá de sí mismo, sin que deje nunca de ser lo que es. Cuando se dice que “el mundo es un escenario” el sujeto de la oración es “el mundo”, pero éste empieza a ser, simultáneamente, “un escenario”: se ha sumado a su esencia primigenia una segunda, insospechada. El mismo objeto es, sin cambiar su apariencia exterior, también otro.


Vista así, la metáfora funciona de modo muy cercano al rito. Pensemos, por ejemplo, en la consagración de la hostia antes de la comunión en una misa católica. Cuando el sacerdote declara que el pan es ahora igualmente el cuerpo de Cristo (instante en que sucede la llamada transustanciación, el cambio de naturaleza del pan), en la mente y en el alma de los creyentes efectivamente el pan, sin dejar de ser pan, se convierte en algo más allá de eso. La transformación ha sucedido pero el objeto, en su materialidad, sigue siendo lo que era.


Otros ejemplos pueden ser bautizo religioso y el rito de iniciación masónico. En ambos el sujeto termina por ser otro, por convertirse en otra cosa, sin dejar de ser quien es. Incluso puede decirse que ahora es una versión más pura o perfecta de sí mismo. Se ha añadido algo a su esencia para desnudarla, para hacerla más pura.

Prácticamente cualquier otro ritual funciona con el mismo principio, con esa misma contradicción fulgurante que palpita en el centro del pensamiento religioso, en la magia y en la poesía.

Si le creemos a la cultura popular, los magos usaban palabras mágicas para transformar objetos. No me parece aventurado decir que casi todas las veces la transmutación del objeto no afectaba su apariencia sino su esencia, su significado. La metáfora fue, y sigue siendo, el primer encantamiento. El conjuro, la plegaria y la poesía están llenos de metáforas como base y fuente de su artillería retórica. Dicho de otro modo: la metáfora es la magia popular, el conjuro cotidiano.


Lo que para la lógica es un error imposible, para la metáfora es vital: lograr la fértil contradicción de concebir un objeto que también es otro al mismo tiempo sin confundirse con él, ni fundarse en un tercero que elimine a los que lo han generado.


Por supuesto, podemos argumentar que la metáfora no transforma el objeto sino su percepción. Es decir: que no afecta lo que nombra, sino a quien la pronuncia o la escucha. En realidad, no importa: de cualquier modo ha sucedido una transformación esencial. Tal vez, inocente y ególatra, el mago solamente puede transformarse.

Una enorme cantidad de metáforas han pasado a formar parte del habla cotidiana (estar en la flor de la vida, ser su vivo retrato…) y tras ser dichas y redichas han dejado de sorprendernos . Pero basta bajar el ritmo, abrazar la lentitud y mirar con otros ojos esas frases para revivirlas o para entrever su otrora nueva belleza. Su magia se ha quedado entre nosotros y la hemos adormecido, tal vez para despertarla luego.

Finalmente, sólo una cosa es definitiva: es imposible regresar de la metáfora a lo que antes se ha sido. Ni el mago (si lo que cambia es el mago) ni el objeto (si lo que cambia es el objeto) pueden regresar a su estado pre-metafórico. Tocados por la poesía no pueden mirar atrás porque, si bien el poder de ésta es sutil, es también irreversible.


No poder volver —le digo al amigo que me preguntó—, tal es el precio de esta magia humana.

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