Wednesday, February 15, 2017

La poesía como resistencia



Publicado originalmente en Carruaje de pájaros







No quiero hablar aquí de lo que llaman poesía social— o sea, la resistencia como poesía— sino de la poesía como resistencia: el acto poético mismo como sublevación existencial, como declaración y ejercicio del dominio del individuo sobre su propio espíritu. Quiero hablar de poesía como acto intrínsecamente subversivo y necesariamente personal.
La intrasferibilidad de la experiencia poética (hablo de leer poesía tanto como de escribirla) y la propiedad subversiva de la misma, han sido defendidas muchas veces, pero pocas de ellas con mejor tino que el del poeta ruso Joseph Brodsky en su discurso de aceptación del Nobel, cuando dice que
[S]e pueden compartir muchas cosas: una cama, un trozo de pan, determinadas convicciones, una amante, pero no un poema de Rainer Maria Rilke, por ejemplo. Una obra de arte, especialmente una obra literaria, y en concreto un poema, nos invita a una conversación íntima y entabla con cada uno de nosotros una relación directa, sin intermediarios (55).
El hecho de que Brodsky, poeta perseguido políticamente hasta el grado de haber vivido en el exilio, haya elegido al autor de las Elegías de Duino como su ejemplo de poesía intransferible no es poca cosa: Rilke no es un poeta político sino uno que habla constantemente de la belleza, de la trascendencia, de lo que está más allá de lo humano.  Dejando todavía más clara su postura, unos pocos párrafos después Brodsky afirma que “[E]l verdadero peligro para un escritor no es tanto la posibilidad (y a veces la certeza) de sufrir persecución por parte del poder, sino a posibilidad de verse hipnotizado por el rostro del poder, que, monstruoso o maquillado, es siempre temporal.” (56)
Para el poeta ruso, el mayor peligro para el escritor no es ser perseguido sino ser convencido por el estado, o por cualquier circunstancia, de que debe hacer su tarea de un modo específico y predeterminado. Para un artista entregar la libertad es peor que perderla por la fuerza. Cualquier imposición externa sobre los temas y formas que definan su trabajo debe ser evitada, para dar paso a lo que dicten la necesidad estética y la búsqueda existencial personal. Dando un ejemplo que continúa vigente, Brodsky abunda:
Hoy día, por ejemplo, se halla muy extendida la opinión de que el escritor, en concreto el poeta, debería utilizar en su obra el lenguaje de la calle, el lenguaje de la masa. Pese a su apariencia democrática y a sus evidentes ventajas para el escritor, tal consigna representa un intento bastante absurdo de subordinar el arte, en este caso la literatura, a la historia.  (57)
El verbo subordinar, tan cuidadosamente elegido en la cita anterior, es fundamental: siendo verdad que el arte y la historia están íntimamente unidos, esa relación no debe ser de servidumbre.  El artista puede y debe ejercer su libertad de reaccionar, y no solamente de retratar, la historia.
El caso de Gastón Baquero, poeta cubano que fue igualmente perseguido y censurado, y cuya vida terminó en el exilio, me parece prueba de que el hecho poético en sí mismo, más allá de su tema, es un ejercicio de libertad individual: es famosamente imposible encontrar (obvias) referencias a la realidad cubana, y a su propia condición de exiliado, en la poesía de Baquero. ¿Es esta ausencia un caso de escapismo? Por supuesto que no: es imposible escapar del mundo. El poeta no puede, así lo quiera, huir de su circunstancia, como el propio Baquero aclara a propósito de alguna crítica de sus poemas:
A la tonta clasificación de  escapismo que algún pragmático realista quiera colgarle a estos poemas, respondo: nadie puede escapar de la Gran Prisión que es el planeta, prisionero del cosmos a su vez. Tanto el poeta escapista como el confesional son dos autómatas. La diferencia es cuestión de preferencia estética y nada más. La supuesta irrealidad que cree manejar el escapista es tan real, es decir, tan fantástica, como la supuesta realidad que el confesionista cree describir textualmente. El poeta notario es tan mentiroso, o tan veraz, como el imaginativo, el fabulador. (382-83)
Nacida para ser pública, la poesía social tiene su función irremplazable: unir las multitudes bajo una consigna común. Es necesaria, urgente. Y la poesía que no habla de la libertad colectiva sino que ejerce la libertad individual al concentrarse en la conexión entre lo humano y lo eterno, es igualmente imprescindible. Una tiende a la música y la otra al silencio: ambos son modos de enfrentar el ruido.
Hacer un poema o leerlo es un acto político porque quien lo hace ha optado por crear en lugar de ceder a la destrucción. Quien se dedica al poema celebra la existencia de voces distintas a la suya y procura una comunión consigo mismo, los otros y la trascendencia. Lo que menos importa es el tema del poema: lo importante es que suceda la epifanía,  la comunicación con los humanos y con algo más allá de los hombres, a partir del texto; lo que importa es que el poema sea un distribuidor de silencios y de lentitudes, un desacelerador de la realidad (al mismo tiempo que sea, como dice Brodsky, un acelerador de la conciencia) que nos ayude a decantar lo vivido.
Es verdad que pasamos por momentos urgentes y cargados de desesperanza, y que es necesario actuar. Lo he dicho antes: el poeta y el lector de poesía deben salir a las calles, protestar, hacer su parte en la vida cotidiana para cambiar lo que les sea posible, pero no deben por ello perder su silencio interior, la intimidad con su alma, ni sujetar su actividad creativa a ninguna ideología que resulte programática, por liberal y progresista que se proponga. Dicho brevemente: no debemos permitir que nos arrebaten el silencio. Debemos defender lo colectivo tanto como lo íntimo. Para ambas batallas podemos y debemos utilizar la poesía.



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Baquero, Gastón. “Discurso de Baphomet que el lector puede saltarse”. Poesía completa. Madrid: Editorial Verbum, 1998. Pp 381-385


Brodsky, Joseph. “La conferencia del premio nobel”. Del dolor y la razón. Barcelona: Ediciones Destino, 2000. Pp 53-65



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