Thursday, May 29, 2008


Conversacion con Lezama


s.XX - Otros del s.XX - José Lezama Lima: Conversaciones con José Lezama Lima






Cuándo comenzó a escribir? ¿Cuándo decidió dedicarse a la poesía?


En realidad, empecé muy joven, después viendo las dificultades de publicación me dediqué a hacer revistas para ir publicando mis cosas. A mí nunca me ha interesado publicar sino hacer, como aquel noble inglés que escribía sus poemas en papel de cigarrillos y después se los fumaba y exclamaba: lo interesante es crearlos. Uno nunca se dedica a la poesía. La poesía es algo más misterioso que una dedicación, pues yo le puedo decir a ud. que cuando mi padre murió yo tenía 8 años, y esa ausencia me hizo hipersensible a la presencia de una imagen. Ese hecho fue para mí una conmoción tan grande que desde muy niño ya pude percibir que era muy sensible a lo que estaba y no estaba, a lo visible y a lo invisible. Yo siempre esperaba algo, pero si no sucedía nada entonces percibía que mi espera era perfecta y que ese espacio vacío, esa pausa inexorable tenía yo que llenarla con lo que al paso del tiempo fue la imagen. Por eso la poesía ha sido en mí siempre vivencial, alrededor de una pausa, de un murmullo, se iba formando la novela imagen, yo iba reconstruyendo por la imagen los restos de planetas perdidos, de zumbidos indescifrables.


Usted es un escritor múltiple, en el sentido que se expresa a través de la poesía, la narrativa y el ensayo. ¿De qué modo siente usted la necesidad de esta diversidad expresiva?


Primero hice poesía, después la poesía me reveló la cantidad hechizada. Mis ensayos intentaban tocar esa extensión, esa resistencia. Cinco letras del alfabeto, invencionadas por un poeta, tienen significado distinto, todos mis ensayos giran en torno de ese retador desconocido. Mis ensayos relatan la hipóstasis de la poesía en lo que he llamado las eras imaginarias. En la novela percibo el contrapunto del hombre, sus infinitos entrelazamientos, que son sus infinitas posibilidades. Esa diversidad se manifiesta en un ritmo penetrante o cifrado si es poesía; en el cuerpo que forma un ritmo extensivo reconstituible o cifra (ensayos). Y el sujeto en su contracifra (novela).

¿Cómo definiría la poesía?


En una ocasión dije que la poesía era un caracol nocturno en un rectángulo de agua, pero desde luego, se le ve la raíz irónica a esa no definición, es decir, un caracol nocturno no se diferencia gran cosa de uno diurno y un rectángulo de agua es algo tan ilusorio como una aporía heléatica, pero antes que todo, no para definir la poesía que no lo necesita, sino para acercársele, como yo he hecho en varias ocasiones, hay que hablar de la poesía, del poeta y del poema. La poesía actuando en la historia ni siquiera necesita nombrar su ejecutor, un poeta. El poema es un cuerpo resistente frente al tiempo y el poeta es el guardián de la semilla, de la posibilidad, del potens. Eso lo sacraliza, es el hombre que cuida un germen, nada menos que la semilla del potens, de la infinita posibilidad. Todos mis ensayos sobre poesía le dan la vuelta a estos temas y ellos como planetas le siguen dando vueltas a la poesía.


Siendo esencialmente poeta, ¿qué lo llevó a la novela?


En un momento dado todo poeta empieza a sentir el peso de sus visiones y su poema se convierte en una sala de baile, en un escaparate mágico. Se verifican laberintos, enlaces, y el poema organizado como una resistencia frente al tiempo se convierte en un arca que fluye sobre las aguas con todos los secretos de la naturaleza. El arca llega a una isla desierta, allí se encuentra a un almirante náufrago que dialoga incesantemente con una gallina que tiene un ojo de vidrio. En fin, la novela. En realidad, en Esopo, en Homero, en las teogonías de Valmiki, en los cronistas de las Indias la novela formó parte de la poesía. La simple acción del hombre se ha vuelto demasiado soterrada, continúa arando en el sueño y ya no se pueden hacer novelas a base de caracteres, tipos, situaciones, asunto, porque, un intramundo, una entrevisión, un entreoído ha ocupado los espacios clasificados.


¿Cómo definiría su estilo?


No pensaba que se me hiciera esa pregunta y tampoco debo desconcertarme ante ella, porque es una pregunta inevitable que en cualquier momento puede surgir. ¿Tengo yo un estilo? ¿Se me puede considerar un escritor que tenga un estilo? Lo que me ha interesado siempre es penetrar en el mundo oscuro que me rodea. No sé si lo he logrado con o sin estilo, pero lo cierto es que uno de los escritores que me son más caros decía que el triunfo del estilo es no tenerlo. El estilo se forma como una de las resistencias del tiempo frente a un escritor. No sé si tengo un estilo; el mío es muy despedazado, fragmentario: pero en definitiva procuro trocarlo, ante mis recursos de expresión, en un aguijón procreador.


¿Cómo definiría su obra?


No me atrevería a definirla, sería tal vez detenerla. Toda definición es un conjuro negativo.Definir es cenizar.


A través de toda su obra es posible observar una constante, una suerte de metafísica que le da su configuración más honda. ¿Está usted de acuerdo con esta afirmación? ¿Por qué?


Tendríamos que ponernos de acuerdo sobre qué metafísica y cómo penetra en mi obra. Al llegar a mi madurez se fue haciendo en mí el sistema poético del mundo, una concepción de la vida fundamental en la imagen y en la metáfora. Me pareció adivinar en cada poema una vida que se diversificaba, que alcanzaba infinitas proliferaciones, entrelazamientos, conversaciones y silencios. Los enlaces y las pausas se corporizaban, , las palabras al trepar sobre las palabras esbozaban figuras, me parecía que las imágenes enmascaradas querían revelar su secreto al final del baile. Nadie veía en el momento en que mostraba en el rocío un rostro incomparable, por un azar concurrente se me regalaba ese deslumbramiento. El azar se empareja en la metáfora, prosigue en la imagen, el contrapunto que hace visible esa concurrencia en la novela.
Mi metafísica, si es que eso existe, no busca la razón ni la dialéctica, sino la imagen y el ritmo de esclarecimiento. Un corsi e ricorsi entre el apetito y la repugnancia, es mi metafísica, pero en general, prefiero hablar de la imagen y de su punto de partida, usando la frase de Tertuliano: es cierto porque es imposible. El sistema poético no pretende tener ni aplicación ni inmediatez. No aclara, no oscurece, no se derivan de él obras, no hace novelas, no hace poesía. Es, está, respira. Lo mismo repasa una superficie muy pulimentada, sigue en una ballena, pone huevos de tortuga en el espacio vacío. Lo que pretendo es un hechizamiento, una dilatación de la imagen hasta la línea del horizonte.


¿Cuáles son sus autores y lecturas predilectas?


Yo leo en la poesía y después procuro descifrar. A veces, cuando menos me he preparado para esa lectura, llega y me dice ¿No es cierto que estoy invitada? De pronto, comprendo que es cierto y comienzo a leer en la poesía. Hasta donde yo me puedo abarcar, no puedo afirmar que estaba preparado para esa recepción. Descifro el aviso y me pongo en marcha. Hasta donde he podido caminar en la poesía, he comprendido. Después ha vuelto de nuevo la oscuridad, la que produce una visita, la que me deja una imagen. Sin tener tregua y oyendo: sé que me estaba esperando.
Creí que era una burla, pero me hacía creer que estaba secretamente protegido en la espera. También me hacía creer que el tiempo era un espacio en la luz. Lo que ha aumentado mi voracidad dentro de la poesía —desde los himnos de Orfeo hasta los conjuros de Proust para reactuar contra el tiempo, desde los cronistas de Indias hasta José Martí— es un laberinto elaborado por la araña en la espera de una visitación. Lo que más admiro es lo que he llamado la cantidad hechizada, con la que se logra la sobrenaturaleza, por ejemplo, la visita de Don Quijote a la casa de los duques. Lo que me gusta y sorprende son las inauditas tangencias del mundo de los sentidos, lo que he llamado la vivencia oblicua, cuando el timbre telefónico me causa la misma sensación que la contemplación de un pulpo en una jarra minoana. O cuando leo el Libro de los Muertos, donde aparece la grandeza egipcia en su mayor esplendor poético, que los moradores subterráneos saborean pasteles de azafrán, y leo después en el diario de Martí, en las páginas finales cuando pide un jarro hervido en dulce con hojas de higo.En relación directa con la pregunta, cada día me parece más rechazable la particularización nominal en simple desfile enumerativo.
¿Lo que más admiro de un escritor? Que maneje fuerza que lo arrebaten, que parezca que van a destruirlo. Que se apodere de ese reto y disuelva la resistencia. Que destruya el lenguaje y que cree el lenguaje. Que durante el día no tenga pasado y que por la noche sea milenario. Que le guste la granada que nunca ha probado y que le guste la guayaba que prueba todos los días.Hablemos de su método de trabajo
Yo no tengo método de trabajo. Escribo cuando tengo apetito para expresarme, para configurar, para penetrar en el coto desconocido. Pero generalmente trabajo en el crepúsculo, y a veces a la medianoche cuando el asma no me deja dormir y entonces decido irme a una segunda noche y comenzar a verme las manos penetrando en el hálito de la palabra. Pudiéramos decir que el método cubano de trabajo intelectual es la suma de poquedades. Todos los días se escribe un poco, con apetito, con gusto, con voracidad verbal, y al cabo de un año nos asombramos que la caja donde antes cabía el sombrero gigante de la abuela está llena de signos aljamiados, con gran sorpresa nos acercamos y es nuestra letra. Siempre he visto que los que ponen en marcha para hacer de un solo rasponazo una obra no van bien con el estilo cubano, y a los que dicen que esperan a su madurez para escribir sus memorias, les llega primero la afasia del primer lóbulo frontal y la pérdida total de la memoria. Claro, haga todos los días una poquedad escrituraria, pero no mortifique, no esté con esa poquedad fastidiando a sus mejores amigos, no les lea en la vida, no se desate, no sea terribilia con los pobres seres que vienen a acompañarlo en la vida de todos los días.


¿Y el asma?


El médico me ha dicho que se debe a un hongus focus, un hongo que vive en el aire. Yo, en cambio vivo como los suicidas, me sumerjo en la muerte y al despertar me entrego a los placeres de la resurrección. Mi asma llega hasta mí en dos ondas: primero, desaparece por debajo del mar, y luego arriba al gran acuario donde todos los peces saborean el mundo.
Yo también soy como un pez: a falta de bronquios respiro con mis branquias. Me consuela pensar en la infinita cofradía de grandes asmáticos que me ha precedido. Séneca fue el primero. Proust, que es de los últimos, moría tres veces cada noche para entregarse en las mañanas al disfrute de la vida. Yo mismo soy el asma, porque a la disnea de la enfermedad he sumado también la disnea de la inmovilidad. Aquí estoy, en mi sillón, condenado a la quietud, ya peregrino inmóvil para siempre. Mi único carruaje es la imaginación pero no a secas: la mía tiene ojos de lince. Son ya pocos los años que me quedan para sentir el terrible encontronazo del más allá. Pero a todo sobreviví, y he de sobrevivir también a la muerte. Heidegger sostiene que el hombre es un ser para la muerte; todo poeta, sin embargo, crea la resurrección, entona ante la muerte un hurra victorioso. Y si alguno piensa que exagero, quedará preso de los desastres del demonio y de los círculos infernales.



Pero, la inmovilidad y los viajes



Es que hay viajes más espléndidos: los que un hombre puede intentar por los corredores de su casa, yéndose del dormitorio al baño, desfilando entre parques y librerías. ¿Para qué tomar en cuenta los medios de transporte? Pienso en los aviones, donde los viajeros caminan sólo de proa a popa: eso no es viajar. El viaje es apenas un movimiento de la imaginación. El viaje es reconocer, reconocerse, es la pérdida de la niñez y la admisión de la madurez. Goethe y Proust, esos hombres de inmensa inmensidad, no viajaron casi nunca. La imago era su navío. Yo también: casi nunca he salido de La Habana. Admito dos razones: a cada salida empeoraban mis bronquios; y además, en el centro de todo viaje ha flotado siempre el recuerdo de la muerte de mi padre. Gide ha dicho que toda travesía es un pregusto de la muerte, una anticipación del fin.
Yo no viajo: por eso resucito.



¿Cómo ha concebido usted la amistad?



Toda amistad, se me presentó como una forma de la devoración. Al salir hacia el mundo yo comenzaba a verme, a verificarme en los demás.



¿Cuál es su concepción del tiempo?



Nosotros, en distintas ocasiones, hemos visto el poema como un cuerpo resistente, una resistencia formada por el avance de la metáfora —la cual avanza con el análogo que pudiéramos llamar aristotélico, el análogo de los griegos— y al mismo tiempo es un cubrefuego, el de la imagen que retrocede y envuelve ese cuerpo resistente que es el del tiempo y es el de la poesía. Es decir, que nos interesa el tiempo en tanto esté respaldado por la poiesis como decían los griegos, por la creación. Todo tiempo viviente está respaldado por la palabra creación, es decir por la poesía.
El mortal conoce momentos de aridez cuando no lo anima el verbo, cuando no ,o anima la poesía, y los momentos de esplendor cuando está animado por la poesía, por la expresión, por el avance del análogo metafórico y en general por la resistencia que forma como una piel de la imagen. En ese sentido el tiempo es para mí una resistencia de la poiesis, una resistencia de la creación.



¿Qué es para usted la eternidad?



Al hacerme esa pregunta puedo afirmar que la mañana se me ha vuelto muy difícil porque realmente hablar sobre la eternidad significa hacer referencia al mundo de los griegos, al mundo del catolicismo y en general al no-tiempo, a la negación del tiempo contemporáneo o al tiempo profundo de los existencialistas; pero nosotros creemos que una de las maldiciones del hombre contemporáneo, y en general del hombre que habita un mundo de teología, es el tiempo, que es el disfraz del diablo, que es, en definitiva, lo que nos destruye. Frente a eso hay el concepto de la eternidad que es el concepto del no-tiempo. Últimamente me he ido interesado cada día más, por el libro de Nicolás de Cusa, de la docta ignorancia, donde se plantean estos problemas en una forma muy aguda y que es una de las obras que me parece que nos enriquecen más desde el punto de vista de la relación de la poesía con la circunstancia. En realidad, no hemos hablado de autores y los que en los últimos tiempos más me han informado han sido este Nicolás de Cusa, Giovanni Battista Vico y Pascal. Pascal en el sentido —y esto está en la sicología de alguno de los personajes de Paradiso— de que como la verdadera naturaleza se ha perdido, todo puede ser naturaleza, y nosotros hemos colocado la poesía en el sitio de ella.



¿Qué misión le confiere usted a la literatura?



Nunca un sentido directo e inmediato de catequesis, pues nadie ve por qué se le indique en la dirección del índice, sino cuando se nos caen las escamas de los párpados y el ojo refractante del pez deja paso al ojo penetrado por el rayo del hombre. Cuando me entero de la condicional de un rastreador, pido idéntico pulso para el escriba. Conoce el peso de la hoja y sus destrezas al caer, relacionados con la cercanía del arroyo, el mugido aconsonantado con el corpúsculo del desierto, la recurva secreta del tigre para huir del nido de serpientes. Así, descubrir en una sentencia la intención de nuestros pasos, no olvidar tampoco cuando digo “la espiral del tiburón, primer requiem” que en francés se le dice al tiburón requin. Por los ojos es lentísimo, muy despacioso, adormilado, se oye un requiem mozartiano, de pronto un coletazo, una desdeñosa sabiduría mandibular. ¿Misión de la literatura? Quitarle horas al sueño y profundizar el sueño. Llegar como Marco Polo a Kubla Kan. Como Coleridge, ensoñar a Kubla Kan. Buscar el camino del caballo como en la cultura china y encontrar el de la seda. Quedarse absorto, preguntar por qué algunos campesinos se persignan delante de un árbol sagrado como la ceiba.

Friday, May 23, 2008

VOY A NOMBRAR LAS COSAS

Eliseo Diego

Voy a nombrar las cosas, los sonoros
altos que ven el festejar del viento,
los portales profundos, las mamparas
cerradas a la sombra y al silencio.

Y el interior sagrado, la penumbra
que surcan los oficios polvorientos,
la madera del hombre, la nocturna
madera de mi cuerpo cuando duermo.

Y la pobreza del lugar, y el polvo
en que testaron las huellas de mi padre,
sitios de piedra decidida y limpia,
despojados de sombra, siempre iguales.

Sin olvidar la compasión del fuego
en la intemperie del solar distante
ni el sacramento gozoso de la lluvia
en el humilde cáliz de mi parque.

Ni el estupendo muro, mediodía,
terso y añil e interminable.

Con la mirada inmóvil del verano
mi cariño sabrá de las veredas
por donde huyen los ávidos domingos
y regresan, ya lunes, cabizbajos.

Y nombraré las cosas, tan despacio
que cuando pierda el Paraíso de mi calle
y mis olvidos me la vuelvan sueño,
pueda llamarla de pronto con el alba.

Tuesday, May 13, 2008


EL PENSAMIENTO DE ORÍGENES
(En diez puntos)

Cintio Vitier

Publicado en:
Revista la jiribilla








  1. Orígenes creyó en la poesía como vía de conocimiento y en el sentido trascendente de la realidad. En estas creencias, más que ideas (recordando la distinción de Ortega), confluimos desde nuestro diverso catolicismo con los que no lo compartían, pues estos últimos practicaron de hecho la misma fe, aunque no la declarasen, en una gnoseología poética que los llevó a interpretar la realidad desde otro absoluto: el de un sinsentido igualmente totalizador y trascendente a las cosas mismas.
  2. El objeto de la espisteme poética origenista, creyente o no, por otra parte, no era la realidad en cuanto tal, sino, específicamente, la realidad cubana más inmediata en relación con sus orígenes y con su futuro, lo que daba a sus búsquedas, contra toda apariencia formal, una tendencia en el fondo más decisivamente histórica, y por lo tanto política, que filosófica. Esto fue comprendido, y en cierta medida revelado, por el comentario de María Zambrano a mi antología de 1948, bajo el título de “La Cuba secreta”.
  3. El principal acierto de este comentario fue el de percibir y expresar, a través de la evidente diversidad y a veces antagonismo de los poetas de Orígenes, la profunda unidad que les dio ese inconfundible aire de familia espiritual más que de grupo literario, que la Zambrano caracterizó así: “Los Diez poetas cubanos nos dicen diferentemente la misma cosa: que la isla dormida comienza a despertar como han despertado un día todas las tierras que han sido después historia. “ A lo que más adelante añade: “Es de esperar que no se interprete este pensamiento como negación de lo que Cuba ha conquistado de Historia, ni como desvalorización de lo que ha producido y anda en vías de producir de pensamiento.”
  4. Lo que Cuba había “conquistado de Historia” estaba en la gesta intelectual, poética y revolucionaria de su siglo XIX, culminante en la obra de José Martí. Lo que vino después era, precisamente, la marginación de la historia, su relevo por la impotencia y la crónica de un vacío creciente. Aquella gesta, en lo intelectual y poético fundamentadora e inspiradora de la primera guerra de independencia, partió siempre de una vocación básica: el servicio a la comunidad, a la nacionalidad, a la patria. La primera vez que esta vocación pareció quebrarse, con el llamado “evasionismo” de Julián del casal y sus discípulos, todos los cuales fueron o llegaron a ser independentistas militantes, resultó en verdad el descubrimiento de otro campo de batalla o resistencia: el de la expresión, por rechazo radical del vacío circundante con que la colonia anunciaba, sin saberlo, la necolonia inminente. De ese descubrimiento fuimos también herederos.
  5. Orígenes percibió la muerte de Martí como la interrupción de nuestra acceso a la Historia. No que desconociera, según a su vez lo advirtió María Zambrano, todo lo que en el pensamiento y la acción se intentara después por rescatar el discurso nacional perdido. La participación de Lezama en la manifestación revolucionaria del 30 de septiembre de 1930, testificada por Raúl Roa y mitologizada en Paradiso, fue el punto simbólico de enlace con aquellos intentos que quedaron truncos. Cuando en 1944 se funda Orígenes, lo que en el país se institucionalizaba era el fracaso de la seudorepública. O la llamábamos así, pero la sentíamos así. De ese sentimiento unitivo de los poetas de Orígenes nació no sólo su poesía oscuramente testimonial, con hermetismo fiel a la inviabilidad del país, sino también el pensamiento del que ella era conductora solitaria y marginal.
  6. Lo esencial para nosotros era encontrar sentido, o, lo que resultaba equivalente, mostrar la ausencia de sentido. Y lo primero, desde luego, legitimarnos a nosotros mismos por la seriad de nuestra vocación, de nuestro empeño. No se trataba de un empeño programado, ni siquiera, en todos los casos, de una búsqueda consciente. La poesía busca la conciencia con inconsciencia, aunque no necesariamente en el inconsciente, lo que ya es otro programa; busca el sentido con los sentidos. Es por eso que María Zambrano, en su reflexión sobre los poetas de Orígenes, con su razón filosófica pero también poética, nos recordaba que “la primera manifestación del espíritu es física”, y que “cuando una tierra dormida despierta a la vida de la conciencia y del espíritu de la poesía —y siempre será por la poesía— manifiesta así el esplendor de la “fysis” sin diferencias. Instante en que no existe todavía la materia, ni la vida separada del pensamiento.” Esa mezcla de materia, vida y pensamiento, de sentidos sensuales generando un sentido espiritual, es lo que caracterizó a nuestros primeros libros de poesía, lo que no niega que simultáneamente tratáramos de conceptuar de algún modo, siempre con recursos más poéticos que filosóficos, o mezclándolos, nuestras respectivas experiencias de una realidad que nos resultaba inseparable de la poesía.
  7. Esta inseparabilidad fue quizás nuestra mayor virtud y nuestro mayor peligro. Nuestra mayor virtud, porque gracias a ella pudimos sobrevivir en una ciudad invisible, por lo tanto invulnerable, construida con los materiales de la ciudad visible traspasada por nuestro deseo. El inmenso erotismo de toda la poesía de Orígenes, su Eros despersonalizado y por eso mismo invasor, fundó esa tantálica ciudad hecha de memoria y de deseo, cuando la esperanza ni siquiera se nombraba. Lo que se nombraba eran dioses desdeñosos, hurañas extrañezas, Furias heladas, metamorfosis del sueño, paraísos perdidos, pero el rostro despedazado de la patria parecía asomar entre las ruinas. De tal modo interiorizamos la Historia, su pérdida, que ésta llegó a ser nuestra alma, y como tal la opusimos a la Historia. El peligro estaba en que nos acostumbramos a creer que —volviendo de otro modo, sin quererlo ni saberlo, a la Poética de Aristóteles— la poesía es más filosófica y profunda que la historia”, pues nos muestra el sentido esencial de las cosas, no como son, sino como debieran ser. Y ese “deber ser” poético (incluso el “deber ser” del sinsentido) fue y sigue siendo el secreto de Orígenes, su imperativo mayor, su locura quizás.
  8. En consecuencia fueron surgiendo las poéticas de la imagen, del anticausalismo y la posibilidad, de la invención y la inocencia, del vacío y el sinsentido, de lo exterior en la poesía, de la memoria y el imposible, dominadas siempre por el impulso hacia lo desconocido, aunque éste encarnara en lo más inmediato; y desde luego también, polarizada ante el resguardo de catolicidad primigenia e incorporativa que nos sirvió de roca de fundación integradora, surgiría la poética del reverso, del no, del anti-Orígenes. Pero todo Orígenes había sido un no y un entrecruzados, equivalentes o complementarios, tan rechazadores como constructores, en busca de la utopía de los poetas, no de los filósofos, la utopía de la historia poética real, aquí y ahora, la que, según lo intuíamos, halló su mayor proyección en José Martí. ¿Hasta qué punto teníamos razón? ¿No fue el propio Martí más realista que nosotros? ¿Hubiera él aceptado la casa cuyas puertas le abrió Orígenes en el Centenario de su nacimiento: la lezamiana casa del alibi, “donde la imaginación engendra el sucedido”? Y, por otra parte, ¿supo la Revolución triunfante en el 69 por qué la mayoría de los poetas de Orígenes la saludaron con tanto entusiasmo? Bastaría, sin duda, saber que éramos buenos cubanos, felices de salir de la pesadilla batistiana, y de todas las anteriores, con la esperanza por primera vez puesta en una Revolución popular verdadera. Nuestro viejo anhelo de vivir la poesía encarnada en la historia, por lo demás añadía emociones cercanas a la catarsis y a la anagnórisis que no dejaron de pasar a algunos textos escritos en la jubilosa conmoción de aquellos días inolvidables. Pero ¿esto era todo?
  9. Orígenes apostó por una cultura cubana universal. Esto implicaba asumir el ecumenismo martiano, en el tiempo y el espacio, a la altura de nuestro tiempo. No creo que lográramos tan difícil meta pero bastaría repasar el sistema de interpretación de la cultura universal articulado por Lezama en “eras imaginarias”, o más bien, a mi entender, en “eras de la imagen como causa secreta de la Historia”, en las que entraron las más milenarias culturas, incluyendo finalmente a las propia Revolución como “era de la posibilidad infinita”, para comprender que Orígenes fue mucho más allá de las efusiones líricas. El pensamiento expreso o tácito de su múltiple obra poética, tan compleja y dialécticamente contradictoria en su dinámica unidad, literalmente no cabía, se asfixiaba dentro de las coordenadas de la seudorrepública cada vez más corrompida y a la vez esterilizada por el pragmatismo yanqui, contra el cual estuvimos siempre de raíz, y por cierto con el apoyo de algunas de las mejores voces de la cultura norteamericana. Esa obra no era sólo, ni es, una Suma de logros literarios. Esa obras desprendía de sí una eticidad del trabajo intelectual y artístico, lo que Martí llamara no solo una cultura sino una “cultura espiritual”, un saber de salvación, la apertura a todos los vientos del espíritu, partiendo de la autoctonía que nos enraíza en el mundo injerto de los hispánico y lo africano primigenios. A este respecto no puede olvidarse la sustantiva colaboración que prestó Lidia Cabrera a Orígenes con su sabiduría antropológico-poética. Según dijera también María Zambrano en el artículo mencionado: “La existencia de los Dioses, pues los Dioses de Grecia, modelo permanente, son las poéticas esencias fijadas en las imágenes, revelaciones directas de la “fysis”, instantáneas del paraíso y también del infierno”. Paraíso e infierno acogidos en las páginas de Orígenes y fuera de ellas, de los que son paradigmas la novela de Lezama y el teatro de Piñera, ambos por lo demás, sin que ello dañe a su alteza artística, saturados de intenciones pedagógicas y, en el más profundo sentido, políticas.
  10. Orígenes vio, pues, desde el umbral de la Revolución triunfante, sin que ella lo sospechara, el espacio histórico que antes le estaba negado a su proyecto cultural, resonancia de aquella modernidad otra, más americana que europea o yanqui, que Martí esbozara en el Prólogo al “Poema de Niágara” de Juan Antonio Pérez Bonalde. Si después de la iluminación nacional que para la mayoría de nosotros fue enero del 59, el sueño de la encarnación de la poesía en la historia se fue alejando como siempre lo hace el horizonte, lo cierto es que antes no teníamos ese horizonte ni ningún otro. De todos modos Orígenes sigue ahí, ofreciendo su ejemplo de crítica y creación, de servicio y libertad, de autonomía y trascendencia, ofreciendo sus exploraciones de lo cubano, su fervor e ironía, sus afirmaciones y sus negaciones, su tradición y su futuridad. Si para Kierkergaard la posibilidad fue la fuente de la angustia, para Orígenes fue la solución de los conjuros; si Heidegger concibió al hombre como “el ser para la resurrección”; si Sartre postuló la femonología de la nada, Orígenes creyó en la plenitud coral de los cielos y la tierra; más no por ello su hospitalidad a la angustia, ni al día de la ira, ni a la nada. Hospitalidad para todo lo que enriquezca la metáfora viviente del hombre. Cultura como perenne misterio y nacimiento.

Sunday, May 11, 2008

Dispersiones en torno a Gastón Baquero



Walfrido Dorta Sánchez



Tomado de: Otro Lunes. Revista Hispanoamericana de literatura. Diciembre 2007. Año 1. No 3.





1.


¿Es posible encontrar en la ensayística cubana algún proyecto de escritura más excéntrico que el que le declarara en 1994 Gastón Baquero a Felipe Lázaro en una entrevista?


2.


Los discursos de Baquero sobre la poesía forman un cuerpo bastante extenso, teniendo en cuenta las amplias zonas de silencio escritural que conforman su trayectoria vital. Ya publicaba ensayos filosóficos en las primeras revistas “origenistas” (Poeta, Clavileño), y sacó a la luz al menos cuatro libros íntegramente dedicados a reflexionar en clave teórica el hecho poético o a leer las obras de autores específicos a través de sus ideas, digamos, “abstractas” sobre lo poético. Lo interesante de esto no es indagar en la novedad de sus postulados. Es más jugoso verificar cómo existen gracias a y en una tupida red de referencias concomitantes, un entramado en el que se pueden intercambiar numerosos términos de un discurso a otro –sea de Cintio Vitier, María Zambrano, Octavio Paz, Heidegger, Rilke, Saint-John Perse, Albert Beguin- sin que alteremos sustancialmente los contornos de estas rutas de entendimiento. Baquero alimentó unas creencias y transitó por las vías de algunas preguntas fundamentales. Abrió desde temprano la puerta hacia ciertos dogmas de fe modernos sobre la poesía. Marcó este camino, con la inevitable mezcla entre redundancia y novedad que la modernidad trajo consigo. Creo que todavía no se ha subrayado lo suficiente.


3.


No sabemos minuciosamente cuál fue la relación de Baquero con los origenistas; qué acuerdos y encuentros posibilitaron la amistad con Lezama, por ejemplo; por qué Gastón publicó un solo texto en Orígenes. Tenemos referencias desperdigadas, pero no conocemos profundamente cuáles lecturas sostuvieron sus años jóvenes, cuáles autores rechazó; cómo transcurrió su largo periodo como periodista; sus afiliaciones políticas en la isla republicana. Menos aún los pormenores de su salida de Cuba, su llegada a Madrid, su vida de exiliado. Qué españoles lo acogieron, los que lo ignoraron. Cómo se ganó la vida. La génesis de sus libros, el avatar de sus intentos por publicar, por darse a conocer…Falta una biografía sobre Gastón Baquero, y está claro que será difícil responder muchas de estas preguntas. La literatura cubana reposa históricamente sobre el gran vacío de la escasez de biografías de sus escritores, como si sólo importaran las obras mismas, una equivocada y altiva manera de entender los críticos lo que pasa dentro de los textos, alrededor de ellos…


4.


Baquero le confesaba a Felipe Lázaro en 1994, que tenía en proyecto varios ensayos. Fue una verdadera lástima que no llegara a realizarlos. Contaríamos desde ese momento con algunos relatos de los más insólitos dentro del ensayismo cubano. “Uno sobre ‘Las bases tróficas de la poesía’, analizando la relación entre los alimentos y la creación de poemas. Y otro (…) sobre el hombre como producto de la fermentación pútrida de una estrella muerta”. Según Gastón, “hay una estrecha relación bioquímica, trófica (no estrófica), entre lo que se ingiere –se incorpora, diría Lezama- y lo que se escribe. Es posible llegar a construir un poema de acuerdo con la cantidad de carbohidratos, o de proteínas y aminoácidos, etc., que se haya incorporado al organismo”.
¿Es que habrá entonces una directa y fatal relación entre, por ejemplo, la pobreza y la endeble sustancia de la poesía conversacional cubana de los ’60 y ’70 y la falta de alimentos “fuertes” de la Cuba de esas décadas? ¿O tendrá que ver la malnutrición endémica de los cubanos con ciertas zonas débiles de la poesía insular?


5.


Bastaría la imagen de José Martí que emerge de los ensayos de Baquero para afirmar la afiliación origenista de éste. No importa que haya publicado un solo texto en la revista del grupo, ni que se distanciara de éste al dedicarse al periodismo y “ascender” en la jerarquía social republicana, alejándose de alguna forma de cierto ideal de poeta que vive de la poesía dignamente, de cierto halo de pobreza irradiante tan caro al universo beatífico de Orígenes. No importa tampoco que Baquero, ya en el exilio, y por la fecha un tanto tardía de 1994, negara la existencia de los origenistas como generación, al considerarlo un grupo dispar, muy heterogéneo, nada unificado, y afirmara que calificar de esa manera a sus coetáneos es “lanzarse, por comodidad y por obediencia al lugar común, a hablar de ‘la generación de Orígenes’”. (A continuación, en esa entrevista, amengua la relevancia de la publicación origenista, y la subsume en un devenir casi natural y “sempiterno”, como “una expresión más del amor (…) de los cubanos por la literatura y por la publicación de buenas revistas” –pasa a enumerar otra multitud de títulos de revistas cubanas de la época, de las que según él no se puede desconocer su importancia).
Era algo distinto lo que se leía en un texto de Baquero de 1954, una reseña sobre el último número de Orígenes en ese momento. Aquí distingue a la revista como representante de la resistencia cultural dentro de la desintegración republicana; un bastión contra el “duro huracán de vulgaridad, comedia, utilitarismo y pose” que atravesaba la nación. Canto nostálgico por una actitud que él mismo abandonó, la reseña de Baquero encumbra a los origenistas hacia el altar casi martirológico del sacrificio intelectual a cambio de nada: un retrato de grupo con él fuera de sitio, con el vacío del ya ido (esta ausencia la escribirá cuatro años después Vitier en Lo cubano en la poesía, con un tono lamentoso a través del cual no podemos dejar de ver la silueta de Baquero como lejos, distante: “Él era el huésped increíble, y el poder de la pobreza. Sus poemas llegaban y se establecían en la luz como si siempre hubieran estado ahí, familiares en su secreto y en su grave magnitud. Un día ya no quiso escribirlos más”).
Como saldar una deuda, enmendar una falta, cubrir una distancia: escribe Gastón sobre “quienes representan de veras lo mejor, lo más puro, lo sólido de una nación”; los que continúan “el esfuerzo intelectual (…) creador (…). Ese poeta que prosigue en su trabajo, ese pintor que continúa en lo suyo (…) ese compositor que se esfuerza por salvarse de lo cómodo (…)”. Los héroes permanecen “frente al escenario público, conocido, ruidoso y altoparlante de una cultura falsa (…) alentadora de las peores tendencias a no crear, sino a ‘hacerse una posición’”. Cincela la escultura, marmórea, de los origenistas con los que años atrás compartía destino literario: ellos representan “el espíritu valeroso” de esos artistas sacrificados.




6.




Toda la filosofía poética de Baquero se sostiene sobre la creencia en una falta, que se vuelve ganancia, posibilidad misma de la poesía: la realidad carece de algo que es necesario develar. Es “la visión que percibe en lo real una vibración extraña, un casi imperceptible temblor alusivo”, diría Vitier. Un conjunto de cosas que necesitan religarse a otras dimensiones; el poeta “es requerido constantemente por la realidad que suplica (…) algo así como si le dieran la verdad que le falta, el ser que se quedó atrás”, diría María Zambrano. “La transitoriedad tropieza en todos sentidos con un ser profundo (…) todas las conformaciones de este mundo (…) han de situarse en esas significaciones superiores en que tenemos parte (…) hay que introducir lo visto y lo tocado aquí hacia la órbita más amplia”, diría Rilke. Este es el linaje filosófico con el que dialoga Baquero, su arsenal de certidumbres. Hay muchas más correspondencias que establecer, muchos episodios de concordancia. Que cierre el propio Gastón –por ahora- este mínimo tránsito: “el universo está allí delante, intacto casi todavía para nuestro conocimiento (…) [con] su dura sustancia, hecha de claves y reservados jeroglíficos (…). La poesía no es sino el ejercicio de penetración e intervención en el recinto desconocido o cerrado aún del mundo aprovechándose del poder traslaticio que obra el lenguaje sobre la realidad”.


7.


La poesía de Baquero no es útil. No sirve ni para los discursos nacionalistas, ni para los discursos de género, ni para los discursos de raza. No se puede aprovechar para casi ninguna reivindicación. La obra de Baquero tal parece una huida cautelosa de algunas determinaciones incómodas: siendo homosexual, no se hace visible en ella una poética homoerótica; siendo negro, rehuyó el tema racial, y criticó desde temprano y cuanto pudo la llamada poesía negra. Habrá quien vea en estas carencias una cobardía, un heroísmo o una fatalidad epocal. Ya lo decía Gastón rotundamente en uno de sus textos más filosóficos, en los umbrales de Orígenes: “Mirando cerradamente, ocurre que es un yerro imperdonable relacionar vida y obra, en toda circunstancia.” Y aún más categórico: “no es posible que una verdadera biografía coexista con una obra verdadera”.




8.


¿Estarán vinculadas la ingestión de azúcares fermentados y la poesía erótica de Carilda Oliver Labra? Quedémonos con la gastronomía y la escritura francesas, según Baquero: “Mallarmé, estoy seguro, devoraba grandes cantidades de ostras. Verlaine llevaba los bolsillos llenos de cerezas”.




9.


El Misterio. El Primero. El que es “otra cosa además”. Quien es proteico, acomodado a la naturaleza del otro, un casi hermafrodita. El “arquetipo de lo cubano”. La “visita que ilumina la casa. Alegra el alma. Repone en las alacenas del espíritu esperanza y fe”. El ángel que “inyecta en el espíritu y en la inteligencia (…) un género de esperanza sobrehumana. Como la esperanza que trajo entre sus manos el Salvador un día de diciembre”. El “Cristo laico”. Hay un Martí, digamos, republicano, en Baquero. Que es el Martí origenista. El paradigma inalcanzado al que hay que aspirar en la República para la salvación de la nación. De hecho, es casi la única vía de redención, la Solución de todo: “Martí debió bastar, y sobrar, desde hace mucho, para transformar a Cuba en el primer país del Nuevo Mundo” –dice Baquero en un texto de 1955. Los textos de Gastón de esta época reclaman todo el tiempo la incorporación cívica del legado de Martí a la vida nacional. Hay mucha distancia entre la vida práctica cubana y el ideal cívico martiano, dice Baquero. “Es demasiada la diferencia que existe entre el hombre medio nuestro y la razón media de la conducta y ser de Martí”. Y por ahí hemos andado siempre, antes y después del cataclismo del 59: alejando más y más el paradigma, santificándolo, cristianizándolo, enalteciéndolo –obstinados en obviar su naturaleza esencialmente inalcanzable-, y reclamando que hay que llegar a él. Sobre esta paradoja, como bisagra efectiva, ha transcurrido buena parte de los discursos políticos cubanos.




10.




Hay un grande y planificado escamoteo en la poesía de Baquero: el que huye del yoísmo tan caro a la poesía cubana, del egotismo lastimero y lloroso. Así, Gastón entiende lo autobiográfico casi metafísicamente, una marca de agua omnímoda que signa la escritura. “En cada poema de uno está la persona completa y lo que la persona es (…) Todo lo que el hombre hace tiene la huella completa del hombre”. Autobiografía imaginada, yo inventado, vivencia fantaseada, añadido biográfico: en estas conjunciones se inscriben textos como “Memorial de un testigo”, “Testamento del pez”, “Palabras escritas en la arena por un inocente”. De paso, evoco la trilogía de oro de Baquero, al menos para mí. Bastarían estos poemas para la gloria, el canon, las antologías, el futuro, o como quiera que llamemos a la perdurabilidad.


11.


Por cierto, el final de un texto de Baquero sobre Martí de 1945 (“Los hombres”), es la transmutación de “Qué pasa, qué está pasando”, el poema del primer libro de Gastón. Viene a realizarse de esta manera la concepción mistérica de Martí, aquello que hay que develar y carnalizar: el héroe “surgirá de las entrañas, de lo más puro y seguro (…) surgirá en el seno de nosotros, como surge la luz en los cielos, como surgen las rosas deslumbrantes, silenciosas, profundas, en el jardín callado y laborioso”.


12.


Gastón Baquero es una especie de estadio o producto intermedio dentro del continuo origenista entre la beatería a lo Cintio Vitier y el aura demoniaca y desestabilizadora a lo Virgilio Piñera/Lorenzo García Vega. Creo que es por eso que en algunas ocasiones se le ha asociado a Eliseo Diego, otro intermedio entre aquellos estereotipos. (De todas maneras, no hay que olvidar en Baquero su visión sacralizadora y cristianizante de Martí, o su obstinado empeño en entender alguna poesía blasfema del siglo XX como un momento en el camino hacia la reconstrucción y el reencuentro con Dios –es la misma voluntad aglutinadora de Vitier cuando homogeneiza a Orígenes: “confluimos desde nuestro diverso catolicismo con los que no lo compartían, pues estos últimos practicaron de hecho la misma fe, aunque no la declarasen, en una gnoseología poética que los llevó a interpretar la realidad desde otro absoluto: el de un sinsentido igualmente totalizador y trascendente a las cosas mismas”).




13.


He leído también algunos textos de Baquero sobre Martí, escritos ya en el exilio. Advierto cierto corrimiento hacia un rescate menos cívico, menos político si se quiere. Emerge el discurso baqueriano sobre la filosofía de la poesía, el mismo que articuló en sus ensayos “La poesía como reconstrucción de los dioses y del mundo”, “La poesía como problema”, y otros. Entonces incorpora a Martí a este discurso con los rasgos del vidente, el soñador, “el poeta siempre”, el transveedor. El “trans-sustanciador de lo real en irreal y de lo irreal en realidad. (…) un soñador que ve los hechos exteriores, y un pragmático que siente la fuerza de los sueños”. Entonces podríamos intercambiar los roles textuales, las imágenes rectoras de la poesía de Baquero, y leer martianamente a los sujetos del conocimiento poético de textos como “Qué pasa, qué está pasando”, o de “Testamento del pez”. Una simbiosis autorizada por estas palabras, por ejemplo: “Es el poeta (…) quien siente que lo irreal no es más que lo real incompletamente visto, lo material mirado descuidadamente, sin ver lo que verdaderamente se tiene ante los ojos. Que no es solamente el cuerpo, sino el intracuerpo, el extracuerpo, lo espectral materializado” (Baquero).



14.


Que Baquero publicara en 1971 un “Panorama de la poesía cubana” con el seudónimo de Manfredo Astacci (republicado en La fuente inagotable, de 1995), me hace pensar, quizá erradamente, en cierto carácter conflictivo con lo autobiográfico, en un sentido general. No he leído en ningún sitio los motivos de este encubrimiento. El propio Baquero alude en una nota al pie a las “mil razones o sinrazones” por las que firmó así el texto. Dentro de este panorama, se detiene en Orígenes, por supuesto, y no duda en calificarla de generación. “La historia de la poesía cubana no había conocido jamás un momento de esplendor semejante al encarnado en la obra de esta generación”. Hay un pudor en estos actos de camuflaje en los que no se resuelve un conflicto latente con un país, unos amigos, una vida pasada. Al contrario, la máscara esconde quizá la huida hacia lo que no se quiere recordar, o el dolor por lo que ya no es. (Lorenzo García Vega recordó que nunca pudo hablar con Baquero sobre Orígenes, cuando se vieron en Madrid. Muchas veces se ha rememorado el encuentro de Gastón con Eliseo Diego, contado por la hija de éste. Un episodio de resolución conflictiva, si se permite lo paradójico; lleno de tensión dolorosa, de huida y de presencia al mismo tiempo…).


15.


“El más que hay en las cosas (…) el exceso gracioso y tremendo, la desconocida sobreabundancia”, escribe Cintio Vitier en un texto de su Poética. Quiero construir a partir de aquí un breve entramado de confluencias en torno a un poema de Baquero, “Qué pasa, qué está pasando”. Es lo que me interesa hacer cuando leo los textos de Gastón, su enhebrado y coherente relato sobre la poesía como modo de conocimiento. La crisis de este relato ya ha sido construida también por otros discursos de la propia modernidad, y no se puede obviar. Pero persigo de todas formas esa reunión de visiones sobre un mismo deslumbramiento, un mismo asombro ante el conocimiento por la poesía. Soy un tramoyista minúsculo, disfruto la asepsia de ciertas operaciones arqueológicas.
El que se pregunta “qué pasa…” en el poema de Baquero, sigue los dictados de Rilke: hay que buscar “la hondura de las cosas”; no dejarse “engañar por las superficies, en lo hondo todo se hace ley”; hay que reconocer “en lo invisible un rango más alto de la realidad”. Un “determinado grupo de cosas existentes (…) se nos presenta como imagen significativa de otra realidad en otro plano”; es la “facultad de que las cosas existentes se nos aparezcan configuradas como imágenes alusivas a un sentido que las traspasa”, esto escribe también Vitier. Las rosas, el oscuro espejo, la tierra oscura, el cuerpo secreto: hay que distinguir “entre lo que es y lo que hay” (María Zambrano); lo hace el que pregunta “Qué pasa, qué está pasando siempre debajo de la sombra / que las rosas perecen y renacen”.


16.


La misma extrañada y maravillada actitud ante las cosas de lo cotidiano, un sentido mágico de lo cercano, y además una ironía que se filtra sutil en el poema –haciendo el tono menos grave, menos eclesiástico que otros origenistas-, unen en una hermandad alimentada desde la literatura y por algunos encuentros casi póstumos a Gastón Baquero y Eliseo Diego. Aun cuando el primero pensara que Diego se distanciaba de él por tener “una visión de lo circundante más amorosa, más doméstica”, ciertamente a ambos los anima esencialmente muy similar postura ante lo poético. De todas formas, Baquero fantasea más, activa los códigos de un culturalismo más expansivo a nivel referencial, y se atreve mucho más a la hora de armar sus poemas. Dijo Gastón, con cierto desdén contemplativo: “A mí lo cotidiano me aburre mucho, lo doy por sabido” (…) [la poesía de Diego] es un culto al mundo doméstico, sencillo en apariencia (…) casi inagotable en el fondo. Él todo lo ve maravilladamente, ese mundo lo entreveo, pero paso de largo”.
Pero hay un poema de 1942 que bien pudiera haber escrito Eliseo. Lo hizo Gastón, pero se lo dedicó a Diego, quizá intuyendo esta afinidad subterránea, en los inicios de una vida intelectual, cuando seguramente pensaban que todo lo que vendría después sería milagroso, diáfano. El poema se llama “Del pan y de la muerte”: un augurio de expiración con un dejo juguetón, al mismo tiempo sobrecogido; el alimento se rebela para burlarse de la finitud del hombre; conciencia del morir en vida, del vivir muriendo.
(Hay un reverso luminoso de este poema. Se llama “La luz del pan en Segovia”, es de 1960. Un tono de canción popular, un aire festivo, de cántico alegre. El alimento transformado en irradiación –metáfora jubilosa-, y no en conciencia del acabamiento).


17.


Hasta donde conozco, hay un ensayo de Baquero que no ha sido publicado nunca en libro, “Antonio Machado y lo barroco”. De sus primeros textos ensayísticos, es esencial para completar la postura de Gastón ante la poesía: un programa de pensamiento que se visibiliza a través de la oposición a Machado y su concepto de lo poético. Una pugna entre dos modelos del conocimiento por la poesía; el roce chispeante entre una fe y otra fe. En 1939 hablaba ya Baquero en términos que habrían de repetirse en sucesivas indagaciones: “No basta encontrar las estrellas reflejadas en el agua espontáneamente. Para el poeta, lo poético, lo esencial, es re-encontrar, inventar, generar, lucificar con su iluminada conciencia, con su presta vigilia, el agua, la estrella, y la visión del agua y de la estrella”.
Sin embargo, otro hombre propuso antes Machado (en su texto “Reflexiones sobre la lírica”), un sujeto convencido de la realidad de lo real, que no cree en trasmundos ni transvisiones: “el hombre actual ha encontrado sus ojos (…) empieza a creer en la realidad de cuanto ve y toca. El mundo como ilusión –piensa- no es más explicable que el mundo como realidad. (…) No soy ya el soñador, el frenético mimo de mi propio sueño. Tampoco el mundo se viste de máscara para que yo lo contemple. Las cosas están allí donde las veo, los ojos allí donde ven. (…) este hombre nuevo (…) pretende haberse despertado. Su mundo se ilumina, quiere poblarse, no de fantasmas, sino de figuras reales. Este hombre no puede ya definirse por el sueño, sino por el despertar”.
Está en juego el orgullo del poeta-vidente, del que tiene capacidades para traspasar la coraza de lo real: una mitología completa corre el riesgo de derrumbarse. Y todo con un sustrato clasista: arrumbar el pedestal del aristócrata metaforizante, y encimar al hombre común. Una batalla larga, que se produciría con algunas variaciones de superficie antes y después, en casi todas las “tradiciones” literarias, en casi todas las geografías.
De todas formas, el ensayo de Baquero constituye un abundante repertorio de argumentos a favor de la metáfora –lo que tiempo después sería explicado por él como la limpieza a fondo que hace la poesía, o como la multiplicación de los gestos y las acciones de Dios: “Una metáfora representa (…) un intento de aumentar las nociones o elementos con que el hombre cuenta para ordenar el universo. Gracias a ella, son los hechos (…) punzados, fecundados de sí mismos, enriquecidos hasta la exhaustez. Sólo cuando un centenar de metáforas ha ido a hundirse en la pesada duración de una experiencia (…) comienza ésta a irradiar por toda su periferia una luminosa lluvia de sentido, una expresión profunda y poderosa”.


18.


Debajo del título de un poema de Baquero, “Silente compañero”, se lee: “(Pie para una foto de Rilke niño)”. Voy a anudar algunos textos a este pie de foto. Tiraré del cordón; ya sé hacia dónde me conducirá, pero quiero reconstruir el trayecto, el sustrato del gesto de Gastón. Dice un crítico sobre Rilke: el poeta “contempla la vida con ojos de primer hombre, y busca impresiones, contactos directos con el mundo (…). Es como un recién nacido que, lleno de curiosidad, abre los ojos y ve por primera vez y se lanza a descubrir la vida y el Universo”.
Escribe Rilke cuando caracteriza al poeta: debe intentar “como el primer hombre, decir lo que ve y experimenta y ama y pierde”; es un “ser enorme e infantil que (…) se recoge quizás en el niño que levanta su gran mirada”.
Baquero escribió sobre Rainer Maria: irradió “una viva enseñanza: la de que el poeta trae una misión de reconocimiento (…) de individuo encargado de demostrar a los seres que el mundo no está vacío (…) que no está gastada la capacidad de asombrarse”.
El poeta como inocente maravillado emerge de estos tres momentos –que podrían prolongarse con Albert Beguin, Octavio Paz…Un arquetipo se construye desde tres voces, que se superponen y hacen denso un relato. Detrás, como un discurso en donde todo alcanza su sitio perdurable, el poema de Baquero: “Parece que estoy solo, y este niño del látigo fláccido está junto / a mí, / derramando como compañía su mirada sagaz, temerosa porque / ha reconocido / el vacío futuro que le espera; / parece que estoy solo, y golpéandome el hombro está este niño, / este aislado de la multitud, lleno de piedad por ella, / que se inclina sobre el centro del misterio, / y golpea y maldice, / y hace estremecerse al barro y al arcángel, / porque es el Testimonio, el niño prodigio que trae la corona de / espinas, / la verdad asfixiante del sordo y ciego cielo”.


19.


Recuerdo aquí unos versos de “Magnolias para Betina”, de Baquero: “Cuando una niña llamada Betina, niña sin brazos, tristísima Betina, / Eleva hacia el Magnolio sus ojos pavoridos, sale de entre lo negro, / Como una estrella espesa, como una mascarilla de alguna extinta rosa / La magnolia lunar (…)”. Meses después de haber leído el poema, me encontré con este fragmento de María Zambrano, de Claros del bosque: “la belleza al par que manifiesta la unidad (…) se abre como una flor que deja ver su cáliz, su centro iluminado que luego resulta ser el centro que comunica con el abismo. (…) Y quien se asoma al cáliz de esa flor (…) arriesga ser raptado. Riesgo que se cumple en (…) [la] muchacha, la inocente que mira en el cáliz de la flor que se alza apenas, al par del abismo y que es su reclamo, su apertura”.
Dejaré a los dos fragmentos estar cerca, espejéandose.


20.


La bella, multiforme y sublimada “evasión” del mundo poético de Baquero –que no tiene raseros en la poesía cubana contemporánea. La huida de lo cotidiano, de las vivencias “comunes”, comunitarias, los “percances” triviales, la construcción de las alucinadas travesías que son sus poemas. La realidad golpeando duramente sus años de exiliado. Aquélla era quizá la única respuesta posible.
Obras citadas
Se han citado los siguientes textos en cada apartado (todos las citas de poemas de Gastón Baquero provienen de Poesía Completa, Editorial Verbum, Madrid, 1998):
4— Conversación con Gastón Baquero [1987], Felipe Lázaro, Ed. Betania, Madrid, 1994, 2da. ed.
5— Conversación con Gastón Baquero [1987], Felipe Lázaro, Ed. Betania, Madrid, 1994, 2da. ed.
— “El último número de Orígenes” [1954], Gastón Baquero, en La fuente inagotable, Pre-textos, Valencia, 1995, pp. 197-200.
— Lo cubano en la poesía [1958], Cintio Vitier, Letras Cubanas, La Habana, 2002.
6 — “La zarza ardiendo. Símbolo y realidad” [1958], Cintio Vitier, en Poética, Letras Cubanas, La Habana, 1997, pp. 115-121.
— La razón en la sombra. Antología del pensamiento de María Zambrano, Siruela, Madrid, 1993, editor Jesús Moreno Sanz.
— “A Witold Hulewicz” [1925], Rainer Maria Rilke, en Obras, Plaza & Janés, Barcelona, 1971, trad. José María Valverde, 2da. ed., pp. 1451-1455.
— “Los enemigos del poeta” [1942], Gastón Baquero, en Poesía completa, Editorial Verbum, Madrid, 1998, pp. 38-41.
7— “Poesía y persona” [1943], Gastón Baquero, en Poesía completa, Editorial Verbum, Madrid, 1998, pp. 72-73.
8— Conversación con Gastón Baquero [1987], Felipe Lázaro, Ed. Betania, Madrid, 1994, 2da. ed.
9— “Al lector” (pp. 11-13), “El misterio” (1952, pp. 15-19), “Martí, Gabriela y Montalvo” (1989, pp. 61-63), “Cristo laico” (pp. 91-93), “Las cartas” (1955, pp. 45-47), “Los hombres” (1945, pp. 35-38), Gastón Baquero, todos en La fuente inagotable, Pre-textos, Valencia, 1995.
10— “La poesía es como un viaje”, Efraín Rodríguez Santana [entrevista a Baquero], en Encuentro de la cultura cubana, no. 2, otoño de 1996, pp. 6-13.
11— “Los hombres” [1945], Gastón Baquero, en La fuente inagotable, Pre-textos, Valencia, 1995, pp. 35-38.
12— “El pensamiento de Orígenes (En diez puntos)”, Cintio Vitier, en http://www.lajiribilla.cu/2002/n83_diciembre/1978_83.html.
13— “La poesía” [1986], Gastón Baquero, en La fuente inagotable, Pre-textos, Valencia, 1995, pp. 21-27.
14— “Panorama de la poesía cubana” [1971], Gastón Baquero, en La fuente inagotable, Pre-textos, Valencia, 1995, pp. 131-142.
15— “Sobre el lenguaje figurado” [1954], Cintio Vitier, en Poética, Letras Cubanas, La Habana, 1997, pp. 92-106.
— “A Franz Xaver Kappus” [1903] (dos cartas con el mismo encabezado, pp. 1187-1188 y pp. 1193-1197), “A Witold Hulewicz” [1925, pp. 1451-1455], Rainer Maria Rilke, en Obras, Plaza & Janés, Barcelona, 1971, trad. José María Valverde, 2da. ed.
— “La zarza ardiendo. Símbolo y realidad” [1958], Cintio Vitier, en Poética, Letras Cubanas, La Habana, 1997, pp. 115-121.
— La razón en la sombra. Antología del pensamiento de María Zambrano, Siruela, Madrid, 1993, editor Jesús Moreno Sanz.
16— “Una visión de la poesía cubana del siglo XX: Gastón Baquero”, Niall Binns, en Entrevistas a Gastón Baquero, Felipe Lázaro et. al, Betania, Madrid, 1998, pp. 84-90.
17— “Antonio Machado y lo barroco”, Gastón Baquero, en Espuela de Plata, no. 1, agosto-septiembre, 1939, pp. 14-16.
— “Reflexiones sobre la lírica”, Antonio Machado, en Abel Martín. Cancionero de Juan de Mairena. Prosas varias, Losada, Buenos Aires, 1943, pp. 91-106.
18— “Rilke, ese incomprendido”, Lieselott Delfiner-Leopold, en Obras, Plaza & Janés, Barcelona, 1971, trad. José María Valverde, 2da. ed., pp.25-272.
— “A Franz Xaver Kappus” [1903, pp. 1184-1187], “Sobre el poeta joven” [1913, pp. 1674-1680], en Obras, Plaza & Janés, Barcelona, 1971, trad. José María Valverde, 2da. ed.
— “La poesía como reconstrucción de los dioses y del mundo” [1960], Gastón Baquero, en Ensayo, Fundación Central Hispano, Salamanca, 1995, pp. 11-41.
19— La razón en la sombra. Antología del pensamiento de María Zambrano, Siruela, Madrid, 1993, editor Jesús Moreno Sanz.






Walfrido Dorta Sánchez (Colón, Matanzas, Cuba, 1976)
Filólogo. Ensayista y crítico. Ha publicado ensayos en revistas como Temas, La Gaceta de Cuba, Unión, Encuentro de la cultura cubana, Revista Iberoamericana. Publicó el libro El testigo y su lámpara: para un relato de la poesía como conocimiento en Gastón Baquero (Ediciones Unión, La Habana, 2001, Premio UNEAC de Ensayo 2000).

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