- Orígenes creyó en la poesía como vía de conocimiento y en el sentido trascendente de la realidad. En estas creencias, más que ideas (recordando la distinción de Ortega), confluimos desde nuestro diverso catolicismo con los que no lo compartían, pues estos últimos practicaron de hecho la misma fe, aunque no la declarasen, en una gnoseología poética que los llevó a interpretar la realidad desde otro absoluto: el de un sinsentido igualmente totalizador y trascendente a las cosas mismas.
- El objeto de la espisteme poética origenista, creyente o no, por otra parte, no era la realidad en cuanto tal, sino, específicamente, la realidad cubana más inmediata en relación con sus orígenes y con su futuro, lo que daba a sus búsquedas, contra toda apariencia formal, una tendencia en el fondo más decisivamente histórica, y por lo tanto política, que filosófica. Esto fue comprendido, y en cierta medida revelado, por el comentario de María Zambrano a mi antología de 1948, bajo el título de “La Cuba secreta”.
- El principal acierto de este comentario fue el de percibir y expresar, a través de la evidente diversidad y a veces antagonismo de los poetas de Orígenes, la profunda unidad que les dio ese inconfundible aire de familia espiritual más que de grupo literario, que la Zambrano caracterizó así: “Los Diez poetas cubanos nos dicen diferentemente la misma cosa: que la isla dormida comienza a despertar como han despertado un día todas las tierras que han sido después historia. “ A lo que más adelante añade: “Es de esperar que no se interprete este pensamiento como negación de lo que Cuba ha conquistado de Historia, ni como desvalorización de lo que ha producido y anda en vías de producir de pensamiento.”
- Lo que Cuba había “conquistado de Historia” estaba en la gesta intelectual, poética y revolucionaria de su siglo XIX, culminante en la obra de José Martí. Lo que vino después era, precisamente, la marginación de la historia, su relevo por la impotencia y la crónica de un vacío creciente. Aquella gesta, en lo intelectual y poético fundamentadora e inspiradora de la primera guerra de independencia, partió siempre de una vocación básica: el servicio a la comunidad, a la nacionalidad, a la patria. La primera vez que esta vocación pareció quebrarse, con el llamado “evasionismo” de Julián del casal y sus discípulos, todos los cuales fueron o llegaron a ser independentistas militantes, resultó en verdad el descubrimiento de otro campo de batalla o resistencia: el de la expresión, por rechazo radical del vacío circundante con que la colonia anunciaba, sin saberlo, la necolonia inminente. De ese descubrimiento fuimos también herederos.
- Orígenes percibió la muerte de Martí como la interrupción de nuestra acceso a la Historia. No que desconociera, según a su vez lo advirtió María Zambrano, todo lo que en el pensamiento y la acción se intentara después por rescatar el discurso nacional perdido. La participación de Lezama en la manifestación revolucionaria del 30 de septiembre de 1930, testificada por Raúl Roa y mitologizada en Paradiso, fue el punto simbólico de enlace con aquellos intentos que quedaron truncos. Cuando en 1944 se funda Orígenes, lo que en el país se institucionalizaba era el fracaso de la seudorepública. O la llamábamos así, pero la sentíamos así. De ese sentimiento unitivo de los poetas de Orígenes nació no sólo su poesía oscuramente testimonial, con hermetismo fiel a la inviabilidad del país, sino también el pensamiento del que ella era conductora solitaria y marginal.
- Lo esencial para nosotros era encontrar sentido, o, lo que resultaba equivalente, mostrar la ausencia de sentido. Y lo primero, desde luego, legitimarnos a nosotros mismos por la seriad de nuestra vocación, de nuestro empeño. No se trataba de un empeño programado, ni siquiera, en todos los casos, de una búsqueda consciente. La poesía busca la conciencia con inconsciencia, aunque no necesariamente en el inconsciente, lo que ya es otro programa; busca el sentido con los sentidos. Es por eso que María Zambrano, en su reflexión sobre los poetas de Orígenes, con su razón filosófica pero también poética, nos recordaba que “la primera manifestación del espíritu es física”, y que “cuando una tierra dormida despierta a la vida de la conciencia y del espíritu de la poesía —y siempre será por la poesía— manifiesta así el esplendor de la “fysis” sin diferencias. Instante en que no existe todavía la materia, ni la vida separada del pensamiento.” Esa mezcla de materia, vida y pensamiento, de sentidos sensuales generando un sentido espiritual, es lo que caracterizó a nuestros primeros libros de poesía, lo que no niega que simultáneamente tratáramos de conceptuar de algún modo, siempre con recursos más poéticos que filosóficos, o mezclándolos, nuestras respectivas experiencias de una realidad que nos resultaba inseparable de la poesía.
- Esta inseparabilidad fue quizás nuestra mayor virtud y nuestro mayor peligro. Nuestra mayor virtud, porque gracias a ella pudimos sobrevivir en una ciudad invisible, por lo tanto invulnerable, construida con los materiales de la ciudad visible traspasada por nuestro deseo. El inmenso erotismo de toda la poesía de Orígenes, su Eros despersonalizado y por eso mismo invasor, fundó esa tantálica ciudad hecha de memoria y de deseo, cuando la esperanza ni siquiera se nombraba. Lo que se nombraba eran dioses desdeñosos, hurañas extrañezas, Furias heladas, metamorfosis del sueño, paraísos perdidos, pero el rostro despedazado de la patria parecía asomar entre las ruinas. De tal modo interiorizamos la Historia, su pérdida, que ésta llegó a ser nuestra alma, y como tal la opusimos a la Historia. El peligro estaba en que nos acostumbramos a creer que —volviendo de otro modo, sin quererlo ni saberlo, a la Poética de Aristóteles— la poesía es más filosófica y profunda que la historia”, pues nos muestra el sentido esencial de las cosas, no como son, sino como debieran ser. Y ese “deber ser” poético (incluso el “deber ser” del sinsentido) fue y sigue siendo el secreto de Orígenes, su imperativo mayor, su locura quizás.
- En consecuencia fueron surgiendo las poéticas de la imagen, del anticausalismo y la posibilidad, de la invención y la inocencia, del vacío y el sinsentido, de lo exterior en la poesía, de la memoria y el imposible, dominadas siempre por el impulso hacia lo desconocido, aunque éste encarnara en lo más inmediato; y desde luego también, polarizada ante el resguardo de catolicidad primigenia e incorporativa que nos sirvió de roca de fundación integradora, surgiría la poética del reverso, del no, del anti-Orígenes. Pero todo Orígenes había sido un no y un sí entrecruzados, equivalentes o complementarios, tan rechazadores como constructores, en busca de la utopía de los poetas, no de los filósofos, la utopía de la historia poética real, aquí y ahora, la que, según lo intuíamos, halló su mayor proyección en José Martí. ¿Hasta qué punto teníamos razón? ¿No fue el propio Martí más realista que nosotros? ¿Hubiera él aceptado la casa cuyas puertas le abrió Orígenes en el Centenario de su nacimiento: la lezamiana casa del alibi, “donde la imaginación engendra el sucedido”? Y, por otra parte, ¿supo la Revolución triunfante en el 69 por qué la mayoría de los poetas de Orígenes la saludaron con tanto entusiasmo? Bastaría, sin duda, saber que éramos buenos cubanos, felices de salir de la pesadilla batistiana, y de todas las anteriores, con la esperanza por primera vez puesta en una Revolución popular verdadera. Nuestro viejo anhelo de vivir la poesía encarnada en la historia, por lo demás añadía emociones cercanas a la catarsis y a la anagnórisis que no dejaron de pasar a algunos textos escritos en la jubilosa conmoción de aquellos días inolvidables. Pero ¿esto era todo?
- Orígenes apostó por una cultura cubana universal. Esto implicaba asumir el ecumenismo martiano, en el tiempo y el espacio, a la altura de nuestro tiempo. No creo que lográramos tan difícil meta pero bastaría repasar el sistema de interpretación de la cultura universal articulado por Lezama en “eras imaginarias”, o más bien, a mi entender, en “eras de la imagen como causa secreta de la Historia”, en las que entraron las más milenarias culturas, incluyendo finalmente a las propia Revolución como “era de la posibilidad infinita”, para comprender que Orígenes fue mucho más allá de las efusiones líricas. El pensamiento expreso o tácito de su múltiple obra poética, tan compleja y dialécticamente contradictoria en su dinámica unidad, literalmente no cabía, se asfixiaba dentro de las coordenadas de la seudorrepública cada vez más corrompida y a la vez esterilizada por el pragmatismo yanqui, contra el cual estuvimos siempre de raíz, y por cierto con el apoyo de algunas de las mejores voces de la cultura norteamericana. Esa obra no era sólo, ni es, una Suma de logros literarios. Esa obras desprendía de sí una eticidad del trabajo intelectual y artístico, lo que Martí llamara no solo una cultura sino una “cultura espiritual”, un saber de salvación, la apertura a todos los vientos del espíritu, partiendo de la autoctonía que nos enraíza en el mundo injerto de los hispánico y lo africano primigenios. A este respecto no puede olvidarse la sustantiva colaboración que prestó Lidia Cabrera a Orígenes con su sabiduría antropológico-poética. Según dijera también María Zambrano en el artículo mencionado: “La existencia de los Dioses, pues los Dioses de Grecia, modelo permanente, son las poéticas esencias fijadas en las imágenes, revelaciones directas de la “fysis”, instantáneas del paraíso y también del infierno”. Paraíso e infierno acogidos en las páginas de Orígenes y fuera de ellas, de los que son paradigmas la novela de Lezama y el teatro de Piñera, ambos por lo demás, sin que ello dañe a su alteza artística, saturados de intenciones pedagógicas y, en el más profundo sentido, políticas.
- Orígenes vio, pues, desde el umbral de la Revolución triunfante, sin que ella lo sospechara, el espacio histórico que antes le estaba negado a su proyecto cultural, resonancia de aquella modernidad otra, más americana que europea o yanqui, que Martí esbozara en el Prólogo al “Poema de Niágara” de Juan Antonio Pérez Bonalde. Si después de la iluminación nacional que para la mayoría de nosotros fue enero del 59, el sueño de la encarnación de la poesía en la historia se fue alejando como siempre lo hace el horizonte, lo cierto es que antes no teníamos ese horizonte ni ningún otro. De todos modos Orígenes sigue ahí, ofreciendo su ejemplo de crítica y creación, de servicio y libertad, de autonomía y trascendencia, ofreciendo sus exploraciones de lo cubano, su fervor e ironía, sus afirmaciones y sus negaciones, su tradición y su futuridad. Si para Kierkergaard la posibilidad fue la fuente de la angustia, para Orígenes fue la solución de los conjuros; si Heidegger concibió al hombre como “el ser para la resurrección”; si Sartre postuló la femonología de la nada, Orígenes creyó en la plenitud coral de los cielos y la tierra; más no por ello su hospitalidad a la angustia, ni al día de la ira, ni a la nada. Hospitalidad para todo lo que enriquezca la metáfora viviente del hombre. Cultura como perenne misterio y nacimiento.
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