Saturday, August 08, 2015

Tríptico de vislumbres






I

La poesía como asunto íntimo


Esta mañana te sorprendo con el rostro tan desnudo que temblamos…

Gilberto Owen



Solamente desnudándose puede uno entrar al poema. La lectura de poesía es—no hay otra opción— el  encuentro entre dos honestidades. Cada lector y cada poema se entrecruzan, siempre, en la intimidad: en ella habitan y se habitan.
La lectura de poesía es una experiencia intransferible, esencialmente subjetiva, que define al poema tanto como al lector. Por eso creo necesario romper una lanza en defensa de la lectura desnuda.
Lectura desnuda es la que se hace desde la honestidad, ambos pies puestos en lo que se quiere y lo que se necesita, en lo que se dice y lo que se confiesa, en lo que se calla y lo que se oculta. Lectura desnuda es llegar desde y hasta el poema dejando de lado (durante la lectura) el nombre de la editorial, los premios del poeta, el prestigio y su fama. Lectura desnuda es encontrarse con el libro o el poema con entera humildad, con curiosidad auténtica y pedir lo mismo del poema que leemos, porque un lector desnudo pide desnudez, y un poema desnudo no acepta otra cosa. Uno se acerca al poema enteramente vulnerable y pidiéndole lo mismo, como en el acto amoroso. Es concentrarse en el poema y ya.
Para quien lee desnudamente, el poeta debe ser valorado después de la lectura de sus libros y no después de la recitación de sus premios. La carta de presentación del poeta son sus poemas, no su ficha biográfica. El lector que busca desnudez lee poema por poema, no autor por autor.
Por eso vale la pena decirle al lector que tiene derecho a estar en desacuerdo con lo que diga cualquier academia o editorial, si ha leído verdaderamente y siente que su sensibilidad le pide otra cosa: puede tener una necesidad distinta, y siempre hay un poeta, un poema, que puede ser el suyo, y puede perfectamente ser un poeta del siglo de oro, de otra lengua, un poeta local de su estado, un desconocido. Puede, igualmente, ser el poeta del que todos hablan, el poeta premiado. Lo importante es que ese acercamiento se realice desde la honestidad.
Igual vale la pena decirle al poeta que debe seguirse a sí mismo y no dejarse guiar por  lo que dicen los premios y las becas, las notas de prensa, las listas de mejores, los comentarios de pasillo: también puede tener una necesidad distinta y, de no seguirla, nunca encontrará su voz.
Por supuesto, hay que leer a nuestros contemporáneos y que poner atención a la opinión de aquellos que se dedican a leer, pero ninguno de sus juicios debe dictar el propio: hay que defender la propia emotividad, pero también —para que sea saludable, crezca y se afine— hay que alimentarla de lo distinto.
La lectura desnuda deja claro que es mentira que exista el mejor poeta de una generación, país, época o lo que sea. No existe el mejor poeta porque los poetas no pueden ser comparados objetivamente. Existe, eso sí, el poeta con el cual  me comunico. El poeta que nos dice cosas, el que parece no solamente estar hablando de uno, sino desde uno. Existe el poema que, en un momento determinado, nos corresponde. Y somos libres de buscarlo donde queramos o la intuición nos dicte. La única condición que pone la poesía es una entrega total.
No hay salida: la experiencia poética será desnuda, o no será.


II

Poesía y realidad


Aunque lo hace, el poema no busca reflejar ni expresar lo que sucede en el mundo. Su impulso es otro: responder. La poesía, el poema concretamente, es una respuesta a la sociedad de su época y es por tanto una toma de postura, una reacción a la sensibilidad que le es contemporánea. No espejo sino proyector de video sobre las conocidas calles cotidianas, es el poema.
Por supuesto, al escuchar una respuesta se puede inferir la pregunta que la ha generado.  De ese modo indirecto es que la poesía puede funcionar como termómetro de la realidad, pero lo suyo es encarnar una contestación aunque ésta, ella misma, no sea una salida sino un estado de la conciencia o del espíritu, un adentrarse. Contrario a lo que se ha dicho, hoy la poesía no se enfrenta a la incertidumbre sino que la explora y propone maneras de abordarla, de hacerla discurso, de decirla con un rostro propio. El poeta es un formulador, un humano perdido igual que los otros aunque con la capacidad de articular no sus certezas individuales, sino las dudas de todos sus hermanos: no es el guía de la tribu sino el vocero de la común orfandad.
El poema no es únicamente una cadena de palabras, emoción, idea que explota,  una estridencia que busca ser escuchada. La respuesta poética es una posibilidad del ánimo, una manera otra de habitar la realidad. Frente al ruido y lo inmediato, por ejemplo, la poesía actual propone (o cuando menos alguna poesía actual que me interesa) lentitud y calma, remanso, recogimiento. Perdida ya la fe —si se ha perdido— la poesía es un diálogo con la trascendencia, un re-ligamiento con el cosmos. En la era de la información automática, de las transmisiones en vivo de todo suceso a toda hora, la lectura de poesía es un espacio para la calma, para la lentitud. 
La poesía, toda, señala al mismo tiempo lo que tenemos de individual y de tribu. Vernos así, hermanados en lo íntimo, nos hace frenar el ritmo de lo personalizable, la rapidez, la individualidad separadora. La poesía descubre nuestro rostro verdadero tras la máscara de lo inmediato. Incluso los poemas más explosivos buscan eternizar un instante para verlo suceder eternamente en la lectura con el ritmo que les corresponde.
Un poema se lee siempre por primera vez, está siempre recomenzando. Las palabras del poema nacen de y van hacia el silencio, que no es su anulación sino la tierra en que se siembran y en que surge su significado.
Precisamente ahora, en estos tiempos de inmediatez, de comunicación acelerada, la poesía nos entrega la posibilidad de vernos uno al otro y a nosotros mismos: nos re-une. Tal es su función frente a la realidad.



III

Poesía y trascendencia
(Silencio, transparencia, lentitud)


El poema es una forma del silencio. Incluso hablando de ruido, de la violencia o lo sórdido, lo propicia y lo crea. La poesía es un modo de la contemplación y es también (como la contemplación) una manera de acceder al interior de las cosas y de uno mismo cuando las observa: salir de sí entrando en sí, eso es la lectura del poema.
Detenerse,  decantarse, recibir: el poeta es un creador de lentitudes, un propiciador de la pausa. Su trabajo es mostrar lo que hay detrás de las cosas cuando la realidad se asienta. Su oficio es aprender a desaparecer, transparentarse: aclarar su caja de resonancia para que en ella vibre el misterio.   
           Acercarse al poema no deja más remedio que empezar a explorar los oratorios interiores, las galerías del polvo, los sepulcros íntimos. La voz se vuelve un puente entre la carne y la luz. Por eso es necesaria, frente a la realidad, la lentitud del poema: hace falta vertebrar el silencio, articular la calma.
            Nacida del ahora y sus preocupaciones, la poesía vence al tiempo. No es presente, pasada ni futura: es permanencia. Todo poema ya existía y necesita ser inventado. Todo poeta y todo lector buscan la revelación verbal de un tiempo anterior y posterior al suyo.
            Sea cual sea su soporte o su tema, contemporánea o no, la poesía es necesaria por los dones que la acercan a la oración o al rezo: silencio, transparencia, lentitud. Palabra por palabra, el poeta y el lector abren la puerta de su carne para entrar a un sitio que, tal vez, han habitado antes.
            El silencio del poema es el eco de un silencio anterior al que buscamos regresar. Su lentitud es el pulso de otra vida. Su transparencia nos permite vernos.


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