“DEVOCIONARIO”, DE MANUEL IRIS
Tomado de Cuarruaje de pájaros
Por Alberto Hernández
1.-
Entre la palabra
y el silencio, la devoción, ese apego a quien aporta vida y cercanía. Entre la
palabra y el silencio se cuaja el poema, se establece un pacto. La precisión
plural, los dos en uno, favorecen la creación, el brote, la generación de una
fe que sólo existe en el sonido que emerge de la poesía. Ser devoto significa
estar apegado a una fe, a un misterio, al Dios que se concibe, el que anda
entre todos aupando revelaciones.
La palabra tiene
nido en el silencio, como el silencio anida en la palabra. De esta confirmación
nace lo nuevo, lo siempre novedoso, lo que no envejece porque existe entre la
palabra y el silencio un puente para alejar el tiempo, enemigo de todo lo que
se percibe.
“Detrás de la
palabra,
en la palabra
misma
puede revelarse”
Una devoción
siempre radica. Siempre es origen donde habita una voz, el musitar de alguien
que dejará una huella invisible o material sobre la cual alguien más podrá
recrear el mundo interior, la fuerza de la belleza, ese estigma que para muchos
es un secreto.
Entre la palabra
y el silencio está el todo y la nada. Ese espacio permite invocar un eco,
confirmarlo en signos y símbolos que habrán de añadirle a la existencia el
poder de lo escondido.
“¿Qué lado del
silencio habita?”
Es decir, sacar
del fondo lo que ahora será conocimiento: traducir, convertir en entendimiento,
en revelación. Quien traduce inventa, reinventa. No sólo traiciona, como se ha
dicho tantas veces, se traiciona, sino que crea una nueva posibilidad de
traición. Es decir, silencia.
Traducir también
concibe el silencio como una posibilidad para cobijar lo conocido.
“Escucha el alma
transparente
de las cosas”
La poesía
–intraducible-permite muchas veces ciertas aproximaciones. Se escribe en un
idioma, desde él se traduce lo que ese idioma da a conocer, más allá de que
quien lo hable sepa mucho de él. Detrás de las palabras, de todas las palabras,
hay algo o alguien oculto. Ese misterio lleva al sujeto devoto a la fe, al
robustecimiento de la consolación.
Un devoto se
debate entre oraciones, plegarias, rezos, ´clamaciones´, avivamientos, con la
anuencia de las palabras y los distintos silencios que ellas, las palabras,
conciben.
La poesía estará
siempre presente. Y lo ha estado desde las primeras voces que se elevaron en
medio de tormentas, terremotos, inundaciones, oscuridades, iluminaciones,
miedos, terrores. Desde esos distintos paisajes, naturales o sobrenaturales,
las palabras. Y mucho silencio. Cada voz, cada petición, cada frase en una
reiteración de dolores, se vertieron plural como poesía. En poesía. Palabra y
silencio fueron sus ingredientes.
“Nuestra saliva
es tinta
de la espera”
2.-
“Devocionario”,
de Manuel Iris, fue publicado en Bogotá/ Colombia por El taller blanco editores
en la colección Voz aislada, este año que cierra, 2020.
Es un libro
dividido en tres tramos, en tres estancias, en tres partes por donde circula la
tensión de las palabras y su empalme vital, el silencio, ingredientes para
elaborar discursos, proposiciones, alegatos, pero en este caso, oraciones,
intenciones hacia arriba: el arriba divino que tiene calco en la tierra.
Se trata de un
poemario religioso en el buen sentido de la palabra: se asume como ligamento,
contacto entre los que aquí están, en el globo terráqueo, y el que está arriba,
en las alturas. No se trata de congregación o amuleto para propiciar una
entelequia. Es un libro de rezos que provienen de la boca de un hombre que
armoniza con el lector. Reza para hacer poesía. Y lo hace parafraseando, creando
la oración, recreándola. No es un palimpsesto. Es una proximidad a quien una
vez, hace siglos, también dijo esas oraciones con otras palabras. El hombre de
hoy, el poeta, las asume con el tiempo que vive.
Religión viene de
“religare”. Relacionar, tratar de establecer un contacto con Dios. Todas las
religiones, sectas o sociedades secretas se valen de esa palabra para dividir,
para expresar que son la verdad, pero la misma expresión ´religare´ desmiente
esa propuesta. Siempre ha existido la intención de comunicarse con el cielo. De
establecer un contacto con el que está más allá de un más allá hasta ahora
imposible. Dios, el que dirige todo, el Todopoderoso, está muy alto, de modo
que había que crear una palabra para definir el intento y desdibujar el correlato
de la verdad absoluta.
La tercera parte
del libro de Manuel Iris nos lleva por esa vía. Antes, “Traducere” y
“Silentium” para poder llegar a “Devocionario”, lugar donde están esas voces
que buscan el acercamiento con Dios. Porque Dios es un lugar, un espacio
inmenso que oye las palabras de los más pequeños, de su creación. Así ha sido
establecido en el monumento verbal mayor, la Biblia, un libro –muchos libros-
de poesía y narrativa que ha encumbrado la fe y el conocimiento.
En esta región
del libro de Iris ´se´ habla del origen, se invoca a San Juan de la Cruz. Se
hace un canto al poema como emblema de plegaria, como texto rezado y para
orarlo, decirlo desde la sacralidad, sin olvidar que estamos en la tierra.
El Credo, el Ave
María (“Salve Regina”), el Padre Nuestro (“Misterio Nuestro”), salmos, acción
de gracias. Voces, voces, plegarias, peticiones, desde una petición que origina
el resto de las palabras que, entre tanto silencio, se siguen pronunciando.
“JACULATORIA
Déjame ser,
poema,
el cristal de una
lámpara,
el vaso de una
vela.
Que tu luz me
habite
y un silencio,
tuyo
lo proteja”.
Pero es el
silencio el protagonista. Siempre estará mientras la mirada del suplicante
busca la mirada del Otro.
En “Plegaria del
que intuye” reza:
“Silencio,
concédeme la paz
de la ceguera”.
Un duro verso que
sugiere un cierre, una vuelta atrás, el latido de una voz que sigue orando, que
sigue mostrando el silencio donde habita el poema.
Alberto
Hernández. (Calabozo,1952). Poeta, narrador, periodista y pedagogo venezolano.
Reside en Maracay, Aragua. En 2020 fue designado miembro correspondiente de la
Academia Venezolana de la Lengua por el estado Aragua. Tiene un posgrado en
literatura latinoamericana en la Universidad Simón Bolívar (USB) y fue fundador
de la revista Umbra. Ha publicado, entre otros títulos, los poemarios La mofa
del musgo (1980), Amazonia (1981), Última instancia (1989), Párpado de
insolación (1989), Ojos de afuera (1989), Nortes (1991), Intentos y el exilio
(1996), Bestias de superficie (1998), Poética del desatino (2001), En boca
ajena: antología poética 1980-2001 (2001), Tierra de la que soy (2002), El
poema de la ciudad (2003), El cielo cotidiano: poesía en tránsito (2008),
Puertas de Galina (2010), Los ejercicios de la ofensa (2010), Stravaganza
(2012), Ropaje (2012) y 70 poemas burgueses (2014). Además ha publicado los
libros de ensayo Nueva crítica de teatro venezolano (1981) y Notas a la liebre
(1999); los libros de cuentos Fragmentos de la misma memoria (1994),
Cortoletraje (1999), Virginidades y otros desafíos (2000) y Relatos fascistas
(2012), la novela La única hora (2016) y los libros de crónicas Valles de
Aragua, la comarca visible (1999) y Cambio de sombras (2001). Dirigió el
suplemento cultural Contenido, del diario El Periodiquito (Maracay), donde
también ejerció como director, secretario de redacción y redactor de la fuente
política. Publica regularmente en Crear en Salamanca (España), en
Cervantes@MileHighCity (Denver, Estados Unidos) y en diferentes blogs de
Venezuela y otros países. Sus ensayos y escritos literarios han sido publicados
en los diarios El Nacional, El Universal, Últimas Noticias y El Carabobeño,
entre otros. Parte de su obra ha sido traducida al inglés, al italiano, al
portugués y al árabe. Con la novela El nervio poético ganó el XVII Premio
Transgenérico de la Fundación para la Cultura Urbana (2018).
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