Monday, December 17, 2012

Simpatía de Juan Ramón


[Prólogo a Jiménez, Juan Ramón. La isla de la simpatía. Visor Libros, España. 2011]







Yo sé que estoy unido a un destino de Puerto Rico, a un destino ineludible y verdadero.
                                                                                                                             Juan Ramón Jiménez



Escondido tras la forma de un prólogo el presente texto es un homenaje al poeta Juan Ramón Jiménez a propósito de una de sus más breves, pero más luminosas, publicaciones. Empiezo así, directamente, por dos enigmas: ¿Qué es este pequeño libro, La isla de la simpatía, tan imposible de definir? y ¿qué en realidad nos presenta?
Sin ser un diario, libro de viajes, un poemario ni una colección de narraciones o ensayos, el libro que ahora discuto escapa, gozosamente, de la clasificación genérica porque su tema real —Puerto Rico en el poeta— era también un asunto que debía ser fundado en palabras, inventado. Coherente con la idea que le da sentido, el texto tiene una forma también por definirse.
Aunque pudiera dar esa impresión, no asistimos aquí a un conjunto de cuadros de costumbres ni a una muestra de fotografías verbales. En tanto que el trabajo del fotógrafo y del escritor costumbrista es elegir las secciones de realidad que se quieren representar para tipificarlas y fijarlas, el de Juan Ramón es elegir esos momentos para partir desde ellos hacia reflexiones interiores: acaso involuntariamente, se usa la luz de afuera para iluminar el propio misterio. Así, al asomarnos a este libro no presenciaremos una serie de retratos de Puerto Rico, sino el doble proceso de ocupación esencial entre Juan Ramón Jiménez y su nueva y definitiva casa.
Fragmentario pero unido, compacto y disperso, el andar de Juan Ramón por la isla  es un desnudamiento  continuo: vemos proyectadas en la imagen de Puerto Rico las  obsesiones del poeta, y en realidad terminamos sabiendo más de él que de lo que pretende describir. Por ello—sospecha  el lector avezado—, aún visitando ese lugar en ese tiempo, hubiera sido imposible tener esa lectura  de una realidad novedosa, porque es exclusiva de quien la define: habría que haber sido Juan Ramón Jiménez para ver y sentir de esa manera aquella realidad. Camino tendido hacia afuera, la prosa de este libro sirve al lector para entrar en la sensibilidad e inteligencia poética de quien es, junto con Darío, uno de los poetas más influyentes de la lengua española.
Pocos libros de Juan Ramón expresan tanto como éste la idea heideggeriana de que la poesía es, efectivamente, la fundación del ser por medio de la palabra. Estamos frente a una fundación poética de Puerto Rico que es la fundación Puertorriqueña del poeta, proceso en que ninguno de los dos sale perdiendo nada de su esencia original. Se viven y desnudan, se poseen. Después de todo, simpatía significa primeramente “afinidad de sentimientos”, y esa afinidad llega a ser tanta que podemos leer:
Algo de resurreccionista ha tenido siempre Puerto Rico para mí, yo me siento unido a Puerto Rico en un destino común sin ser de él, y por eso más fuerte todavía, tanto que yo siempre indeciso en mi lugar de muerte, quiero quedarme cuando mi muerte sea, muerto aquí. (Prosa XXIX, Un destino inmanente)
            No exagera el poeta en sus palabras. Puerto Rico, antes de ser su casa definitiva, se le había aparecido en diversas y definitivas ocasiones, dos de ellas a partir de una mujer, signo y experiencia fundamental en su vida. Como él mismo detalla en las siguientes páginas, fue en 1896, siendo él un adolescente que cursaba la carrera de leyes, cuando se enamoró de una puertorriqueña bellísima, de nombre Rosalina Brau, que alguna vez le dijo “Tú no sabes cómo quiere una criolla”, palabras que jamás olvidaría. Tiempo después el amor de su vida, Zenobia Camprubí Aymar, sería una “mediopuertorriqueña” por parte de su madre nacida en la isla, y medioespañola, por parte de su padre catalán. Zenobia sería su compañera hasta el final y su definitivo nexo con la realidad insular. Por supuesto, fue también Puerto Rico el sitio que lo invitó a salir de España en plena guerra civil. Con todo ello y algunas otras anécdotas, el destino de ese encuentro le parece al poeta determinado desde antes: Puerto Rico es un destino vital todavía más que un destino geográfico.
             La isla de la simpatía comenzó a fraguarse como libro en 1936, año de la primera visita del poeta a la ínsula, y se continuó hasta poco antes de su muerte.  Orgánico, testimonial, el libro iba creciendo conforme la realidad nueva le revelaba al autor nuevos ángulos de ella y de sí mismo. Más que escribirse, el libro se desplegaba.
 Como es natural en un proceso como el descrito, que no tiene final, el texto tuvo que ser publicado de manera póstuma, gracias a varias notas, apuntes y textos que, reservados en la sala “Zenobia-Juan ramón Jiménez” de la Universidad de Puerto Rico, dejaban clara su estructura final y el hecho de que la isla sería el tema exclusivo de la publicación.
Muchos años pasarían de la muerte de Juan Ramón hasta que Arcadio Díaz Quiñones y Daniel Sárraga publicasen, en Puerto Rico, la primera edición de La isla de la simpatía en 1981, conmemorando el primer centenario del nacimiento del poeta. La segunda edición, mucho más completa y también puertorriqueña, coordinada por María de los Ángeles Sanz Manzano, fue publicada en el 2008, conmemorando los 60 años de fundación de La Editorial de la Universidad de Puerto Rico. Ambas ediciones tienen largas introducciones documentales que proporcionan el contexto de la obra. El presente prólogo, por razones de espacio tanto como de interés personal, busca vislumbrar una lectura del libro, para entregarlo al lector, que tiene ahora en sus manos la primera edición española de La isla de la simpatía, publicada con el cuidado y prestigio de la Editorial Visor, dentro del proyecto de publicación de la obra completa del poeta de Moguer, acto que constituye un claro y necesario homenaje a una voz indispensable en el orbe de la nuestra poesía, y acaso de la poesía en general.
            Como lector que jamás ha estado en España ni en Puerto Rico, que sabe que ese viaje tendría que ser también un imposible viaje en el tiempo, pero que ha visitado la perenne poesía de Juan Ramón Jiménez,  siguiendo y persiguiendo sus vislumbres y obsesiones, digo sin temor que he entrado, caminado y visto el bello paisaje doble de la Isla de la simpatía, sintiéndome deslumbrado por un sol que es y no es el mío. El viaje no concluye. La isla se descubre sin orillas.

1 comment:

Cristian said...

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