Wednesday, December 05, 2012

Poesía y desmesura: Cuerpos, de Max rojas

                                                         Tomado de  Agulha revista de Cultura








                                                Yo no me concibo como vidente o profeta hacedor de oráculos, pero sí, es muy probable que haya algo de todo eso en ese poema.

Max Rojas

                                 El hombre entonces, o el poeta, se ve en la necesidad de ser dirigido, de ser absorbido, de ser inspirado por un representante suyo que actúa desde su interior…

Braulio Arenas, Mandrágora, la poesía negra



Desmesurado, sucede en mi escritorio el grueso volumen de poesía de Max Rojas titulado Cuerpos (CONACULTA, colección Práctica Mortal, 2011). Meses atrás, antes de empezar mi lectura, el solo aspecto del libro llamaba mi atención sobre su naturaleza: más de 600 páginas son inusuales no solamente para un poeta mexicano sino para un poeta cualquiera, y todavía más si pertenecen a la misma obra, al mismo poema.

La tradición poética mexicana, amante del poema largo desde su inicio (pensemos, pasando por su historia, en Grandeza Mexicana, el Primero Sueño, Suave patria, Muerte sin fin, Piedra de sol, Tarumba…) no ha tenido nunca uno de las dimensiones del poema de Rojas. El caso, también excepcional, de David Huerta y su Incurable (1987) es lo más cercano, en cuanto a extensión, que podemos mencionar, pero Cuerpos sigue siendo mucho más largo y su estirpe literaria es otra, su tono es diferente y uno debe, si quiere hacerlo, buscar fuera de la poesía nacional para poder encontrar voces que compartan cierto aire de familia con ese raro ejemplar, llegado a imprentas luego del largo silencio que siguió a la publicación de El turno del aullante (1983) y de Ser en la sombra (1986), dos únicos libros anteriores de Max Rojas, que fueron suficientes para convertirlo en un poeta central de ciertos sectores de la poesía mexicana.

Tal vez toda la poesía contenida en los años que separan este libro de los otros es la causa del larguísimo aliento de Cuerpos. Personalmente, luego de intentar la hazaña de leerlo de principio a fin, creo de que no es un libro de poemas terminados, cerrados, sino un libro de escritura poética realizándose frente a los ojos del lector que se encuentra con un largo, larguísimo poema que va desenvolviéndose para el asombro de quien lee y —esto es importante— de quien lo escribe: es poesía sucediendo.

El libro, que es la suma de una serie de textos que en realidad son un mismo poema, abre con una nota preliminar en que su autor declara: Cuerpos se comenzó a escribir en junio de 2003 y muy pronto amenazó en convertirse en un poema interminable. Para mediados del 2009 el libro terminó por hartarme, así que lo abandoné, lo que no quiere decir que esté terminado (4).

He citado este fragmento porque creo que a pesar de que es un lugar común afirmar que un poema se escribe a sí mismo, decir que se ha llegado al extremo de escribirlo durante seis años, hasta tener que abandonarlo sin cerrarlo, sin concluirlo —calcando casi letra por letra aquella frase de Valery de que un poema no se termina, sino que se abandona—porque su cauce parece ser inagotable, no es un asunto menor: es la declaración de un modo de escribir y concebir la poesía. Un modo nada nuevo pero poco frecuentado, o pocas veces declarado abiertamente, en la poesía mexicana, tan gustosa de expresar su arquitectura, su factura premeditada, para el lucimiento de la ‘técnica’ de sus autores.

No se trata de escritura automática, pero sí de una poesía de raigambre surrealista (no en su resultado concreto, sino en su sistema de escritura y en su idea de poesía como acto cercano al inconsciente) que, en Latinoamérica, puede encontrarse en poetas como los el guatemalteco Luis Cardoza y Aragón, los chilenos Braulio Arenas y Rosamel del Valle, o el venezolano Juan Sánchez Peláez, por mencionar algunos, que confesaban ese impulso creador que tiene una lógica interna, y un método escritural basado en la libertad entera del poeta, entendida como una completa servidumbre a la poesía: el poema, para ellos, es una suerte de revelación de la realidad que de algún modo toma al poeta y lo usa para escribirse. El poema se escribe. El poeta es un amanuense. Dice Max Rojas, en esa misma nota preliminar: A partir de cuerpos tres el poema me hizo a un lado y me tomó como un mero escribiente. De ahora en adelante, cada libro ni empieza ni termina, y sólo tiene como hilo conductor las obsesiones del poeta y una “lógica poética” que le da unidad y ruptura a todo el libro.

Pero ¿de qué se puede hablar por tantas páginas? De todo. Max Rojas habla de la poesía misma, de la propia escritura del poema y de los cuerpos que se aman y desean y se habitan. Los cuerpos que se dejan, los cuerpos olvidados. El libro habla de lujuria y deseo, de la muerte y el amor, del abandono. En suma, es un libro de intensa experiencia vital:



La lujuria, Cuerpos, la espléndida lujuria,

el desenfreno en plenitud,

la vida airada vista como vida beata,

como contemplación de lo esferoide,

senda de salvación,

camino hospitalario

(173)



la mala suerte que acompaña en sus andadas al amnésico

que quiere no olvidar el nombre de cada uno de los cuerpos que adoró en su vida

y dejar bien claro que esa ha sido la única causal de fe que ha encontrado digna de seguirse, punto y firma

del suscrito que se sienta a redactar un poema interminable

que pudiera ser, al mismo tiempo,

una especie de Manual para náufragos sin salvación posible

(411)



historia de los cuerpos como relato de abandonos,

de nostalgias que fomentan la invención de otras nostalgias,

otro olvido que no acaba de creer

que su función es olvidarlo todo

y no dejar indemne ningún rastro

(640)



La verdadera hazaña verbal de Max Rojas no ha sido escribir un poema de estas dimensiones, sino lograr que el poema no decaiga jamás. Frente a esa intensidad sostenida el lector, por supuesto, termina siendo abatido, como quien anda un hermoso camino larguísimo. Porque es claro: salvo alguna excepción improbable, Cuerpos es mucho más extenso que aliento de quien lo ande. Por suerte, es un camino que no tiene fin ni principio y que no busca un efecto, un destino, final: el libro puede ser abierto al azar con la seguridad de que en cualquier página hay verdadera y alta poesía.

No es de extrañar que una obra como ésta llame la atención de los jóvenes: su intensidad es actual. Dudo que exista, en poco tiempo al menos, otro poema cuyo aliento sea comparable a lo que ha conseguido Max Rojas. Dudo también que exista, en corto o mediano plazo, una lectura satisfactoria de este hermoso y desmesurado espécimen que ilumina zonas ignoradas de nuestra propia poesía.









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