Poeta
Entrevista: Ramón Morales e Ivonne Bacha
Texto: Ramón Serrrano
en http://www.lideresmexicanos.com/articulos.php?id_sec=44&id_art=650&id_ejemplar=70
Ni arquitecto de un complejo sistema literario como Octavio Paz, ni orfebre de versos sencillos y populares como Jaime Sabines, la poesía de Alí Chumacero es concentrada, esencial, un trabajo depurado y reflexivo, un delicatessen propio de lectores experimentados y demandantes. Si a esto se agrega su tenacidad como editor del Fondo de Cultura Económica, su quehacer crítico con carácter didáctico (pero no por eso menos riguroso) y su charla incisiva y erudita, bien podemos reconocer en Alí Chumacero a un personaje obligado de la literatura mexicana, que a sus 88 años, según él mismo dice, apenas está empezando a vivir.
Antes de la entrevista, Alí desmitifica la mitificación de un poeta
¿Por qué tendremos esta malsana impresión de que los poetas son personajes graves, melancólicos, siempre inmiscuidos en un tema insondable, que los mortales apenas podemos aprehender? Con esta actitud llegamos a casa de Alí Chumacero, por los rumbos de la colonia San Miguel Chapultepec. Como si quisiera magnificar el malentendido, Chumacero nos hace pasar a su biblioteca, impresionante porque no tiene la prolijidad de una biblioteca de museo; el desorden de papeles y libros dejados al descuido por todas partes, permiten reconocer una biblioteca viva, donde la búsqueda de un dato o el querer recordar un verso crea capas geológicas de libros, apuntes, escritos, hojas de la vida cotidiana y de la vida interna.
Pero más impresiona la actitud de Alí. A sus ocho décadas de vida, de verdad parece estar pasando por su primera juventud. Con la seriedad de los mejores humoristas, se nos planta y nos pregunta qué queremos de él. “¿Fotos donde me vea muy poeta?” Y se toca el mentón fingiendo una reflexión demasiado afectada. “Así les gusta que salgan los poetas, ¿no?”, se sigue divirtiendo, mientras nos da el tenor de la charla: una entrevista donde el humor salpica los comentarios, donde la frase irónica refleja el pensamiento y la erudición. A fin de cuentas, Alí Chumacero sabe que todo es un juego de palabras. Desde ahí ha erigido una de las obras poéticas más depuradas y consistentes de nuestra literatura.
La importancia de llamarse Alí
Acaba de cumplir 88 años y apenas va terminando con la primera etapa de su vida, porque tiene planeado vivir 400. “Venir aquí por unos cuantos años no vale la pena. Quiero ser testigo de la historia, no sólo de unas cuantas etapas sino de la historia, conocer qué ha pasado y además tener armas suficientes para expresarlo, para explicar qué va a pasar.” No duda que en estas explicaciones uno pudiera equivocarse, pero al menos tiene la seguridad de saber que lo dicho está fundando en la propia experiencia. “El hombre sin experiencia es más divertido pero menos seguro, el hombre con experiencia es aburrido pero es menos inseguro”.
Es de Acaponeta, Nayarit, del 9 de julio de 1918. Su nombre se lo debe a una excentricidad de su abuelo, a quien le gustaban leer revistas extranjeras y en una encontró a un niño árabe llamado Alí. Al abuelo le gustó el niño, el nombre, y le puso Alí a su hijo. “Y como mi papá no se iba a quedar solo con la ofensa, me pasó a mí el nombrecito”.
Los Chumacero provienen de Tlaxcala, desde ahí se desperdigaron a Puebla, Veracruz y Nayarit. El padre de Alí era comerciante, tenía una ferretería y leía. En Acaponeta se le consideraba el sabio del pueblo. En un tocadiscos ponía música de Caruso. Y tenía una pequeña biblioteca, entre los que se encontraban los libros verdes de José Vasconcelos.
Alí Chumacero estudió en Guadalajara desde 1929. Estuvo en un colegio católico, famoso porque su director había participado en la Guerra Cristera. “Estuve cerca de un mundo religioso muy bonito y muy cansado, todos los días iba a misa y rezaba el rosario; rezaba antes de comer, después de comer, antes de empezar las clases; rezaba 14 veces al día y me hice muy católico, pero pasé a la secundaria oficial y ahí conocí otras formas de pensamiento que era necesario respetar. Sigo con esas ideas del respeto, sigo pensando que si la gente cree en Mahoma pues allá ellos, pero hay que respetar a la gente”.
Desde los 12 años empezó a leer novelas de Búfalo Bill, Raffles y Conan Doyle. Siguió Emilio Salgari y de ahí encontró a su primer poeta, Amado Nervo. “Me inicié en la poesía de Nervo, que es ideal para un muchacho que empieza a sentir curiosidad por las muchachas. Yo sentí esa curiosidad muy prematuramente y de eso juro que no me arrepiento. Ya de niñito veía a las muchachas, para qué les cuento a la profesora, entonces eso influye en la poesía, hace que el poeta salga de sí mismo y se proyecte”. Además de las muchachas, se obsesionaba de otras cosas: la lectura, el conocimiento, la poesía. Y como suele ocurrir con los grandes obsesivos de estas artes, fue corrido de su escuela y debió venir a la capital.
Es una maravilla haber nacido
Alí Chumacero llegó a la Ciudad de México en 1937. Era una ciudad cardenista y la efervescencia socialista se respiraba en las calles, causando suspicacias en la gente bien. Para Alí, sin embargo, era tierra de Jauja. “En Guadalajara me expulsaron de la Universidad por comunista, entonces estaba de moda expulsar a los muchachos que se portaban mal por comunistas y como era yo liberalón no me respetaron”. Vivió con dificultades, en la calle de Costa Rica, en vecindades donde había miseria y el gusto malsano de la sordidez. Su padre le mandaba giros de 20 pesos, “que en aquella época era un dinero apreciable”. Más preocupado por leer que por hacerse de un futuro, Alí corría a las bibliotecas en ayunas; con este régimen logró conocer todas las de la ciudad. “Empecé a leer millones de libros y cuando llegan los centavos de mi papá me compraba un libro más, era mi vicio. Empecé a ver el mundo y me gustó mucho, me dije que era una maravilla haber nacido, a veces no comía y la pasaba muy mal”.
Ya había publicado poesía en Guadalajara, lo mismo en la publicación estudiantil Estudiantina que en la revista Nueva Galicia. En México siguió escribiendo y leyendo, aunque no trabajaba. “Confieso que no me gusta trabajar, he trabajado porque tengo que hacerlo pero no me gusta, prefiero estar encerrado en la biblioteca leyendo”. Encontró a tiempo un trabajo adecuado para alguien amigo de la lectura. “Hace 55 años trabajo en el Fondo de Cultura Económica. Ahí he estado ahí muy contento, sé hacer libros, preparar una edición; tengo experiencia muy reconocida en la manufactura de libros. Muchas veces me han querido sacar del Fondo para hacer otra cosa, pero prefiero estar encerrado en una oficinita viendo papeles, viendo libros, que ha sido mi vida”.
El Fondo estaba en Pánuco 63, en la aún prestigiada colonia Juárez. Alí siguió dedicado a los libros y escribía poemas de vez en cuando. “He escrito y he publicado muy poco, no me importa tanto ser autor como ser lector”. Quizá a esta elección se deba que su producción sea tan breve. Tres libros comprenden su labor poética: Páramo de sueños (1940), Imágenes desterradas (1948) y Palabras en reposo (1956). Una labor poética que apenas alcanza 16 años. “Yo reuní mis poemas en tres libros, después he escrito poemas sueltos y los he agregado, pero son tres libros nada más. El primero está un poco mal hecho por ser de juventud, el segundo lo hice de poemas diferentes que iban quedando ahí, y el tercero ya es un libro importante. A veces también escribo poemas de relajo, un amigo cada año va al Fondo y le tengo algún poema de vacilón y se lo doy, le digo: ‘cuídalo, porque es la única copia que hay, es una joya’, pero son décimas, tonterías”.
Esta somera producción poética tiene su explicación en la forma rigurosa con que Chumacero aborda el fenómeno poético. No es poeta del arrebato pasional, sino del escrupuloso pulimento del verso. Octavio Paz describió su poesía “como si el poema fuese un objeto verbal construido conforme a las leyes de una geometría fantástica y que, al girar en el espacio mental, se entreabriese hacia territorios vertiginosos, masas de oscuridad y precipicios por donde la luz se despeña”.
Los temas son cotidianos, pero secretos y conspiratorios; lo mismo habla de los salones de baile que de las alcobas de los amantes, los sentimientos difícilmente descifrables, la salvación crepuscular que ocurre en una ciudad todavía teñida de provincia. El mismo Chumacero es capaz de hablar de su poesía con rigor. “Mi poema más famoso se llama ‘Poema de amorosa raíz’; no es un buen poema desde el punto de vista técnico, porque es una numeración sostenida por un verso fuerte que aguanta toda una columna enumerativa. Eso me dijo Villaurrutia cuando lo leyó: ‘te quedaste a la mitad del poema, tenías que haber seguido para dar la conclusión’. ‘No’, respondí, ‘precisamente por eso puse ese verso, está a toda máquina, un verso fuerte que aguantó todo eso’, pero en efecto, desde el punto de vista de la composición no es un gran poema, aunque tiene gracia y a la gente le gusta mucho”.
Aunque su poema más popular es ‘Poema de amorosa raíz’, la crítica ha acordado en reconocer como el más logrado al ‘Responso del peregrino’, que el crítico Gabriel Bernal describe como “una alianza entre dos reinos aparentemente opuestos: el de los mitos populares y el de los arcanos”.
Se le ha reprochado a Alí Chumacero que su labor poética apenas se centre en tres libros. El poeta Marco Antonio Campos recuerda en algún texto: “Una vez cierto muchacho se le acercó a Alí Chumacero y le preguntó: ‘Oiga, por qué le han hecho a usted tantos homenajes si sólo ha escrito un gran libro’, y él contestó: ‘Imagínate si hubiera escrito dos’”.
Los trabajos del poeta
No menos importante que su labor poética, ha sido la de editor y periodista cultural. Desde los tiempos en Guadalajara había participado en revistas como Nueva Galicia; en la Ciudad de México también participó en proyectos editoriales, de ellos, el más importante fue la revista Tierra Nueva, que realizó al lado del poeta Jorge González Durán, el crítico José Luis Martínez y Leopoldo Zea, y en la que colaboraron otros jóvenes como Manuel Calvillo, José Cárdenas Peña, Bernardo Casanueva Mazo, Francisco Giner de los Ríos y Alfredo Cardona Peña. Heredera cronológica de la revista Taller de Octavio Paz –Taller terminó en 1941; en 1940 nacería la publicación de Chumacero–, Tierra Nueva se distinguía por no asumir alguna posición política específica. “Taller estaba hecha por gente de izquierda: Octavio Paz entonces era de izquierda; Efraín Huerta era del Partido Comunista y Neftalí Beltrán no era comunista pero tenía la influencia de los tiempos: la Guerra Civil Española, el fascismo, etc”.
En Tierra Nueva, en cambio, los matices ideológicos eran dispares: “José Luis Martínez era católico, yo era medio rojillo y González Durán era del PRI; entonces estaban representadas las tres corrientes. También estaba Leopoldo Zea, un hombre muy capaz pero muy silencioso, no perturbaba las reuniones. Era una revista que no tenía nada que ver con lo político. Hicimos 14 números muy buenos y luego nos dispersamos”.
Pero en Chumacero quedó el interés por la tipografía, la edición y el periodismo cultural, labor que realizó durante varias décadas y de la cual se recogió parte importante en el libro Los momentos críticos, que reúnen su actividad como ensayista y crítico. “Escribí horrores. Apliqué la teoría de José Gaos, quien nos puso a manejar libros de acuerdo con su técnica. Decía: ‘háganme una crítica de este libro pero exponiendo qué dice’, porque es muy común que el literato hable ante gente que no ha leído el libro y no se entera de nada, entonces yo hice crítica exponiendo el libro, hablando bien o mal, pero dejando ver de qué trata. Esa era mi forma, copiada de Gaos, de hacer crítica literaria. Escribí sobre algunos poetas con ese criterio, como sobre Owen, también expliqué muy bien de qué se trataba Villaurrutia. Así el que lee el prólogo se informa, se entera, y ya le entra un conocimiento”.
Esta labor le ha hecho participar en diferentes proyectos, como lo son la revista Letras de México, el periódico El Nacional, México en la Cultura, de Novedades, y La Cultura en México, de la revista Siempre!, ambas bajo el mando de Fernando Benítez. Su labor en la UNAM lo ufanan de ser uno de sus pilares más sólidos, sin haber pasado nunca por sus aulas. “Yo no soy universitario pero siempre he estado en contacto con la Universidad, desde 1940 he tenido contacto con ella en revistas y en lo que les hiciera falta. Fui a la Facultad de Filosofía y Letras como oyente, era amigo de los profesores como Gaos, Torri, y de otros profesores que tenían cierto prestigio”.
En cambio, es mucho más patente su paso por el Centro Mexicano de Escritores, donde convivió como becario con gente como Juan Rulfo, Juan José Arreola, Ricardo Garibay y Luisa Josefina Hernández, y después, como coordinador, influyó en la escritura de una buena decena de libros de poesía. “Las becas me parecen fatales, he escuchado varias veces a poetas angustiados porque se les está acabando la beca y eso es peligroso, pero no puedo opinar públicamente porque yo he sido becario. Cuando me la dieron yo ya no era muy joven, fue en 1951, yo no quería aceptarla pero se me vinieron encima todos, hasta mi mujer. Fui de la segunda generación del Centro Mexicano de Escritores, ganaba entonces 950 pesos mensuales y la beca era de mil 80, era un dineral que duplicaba mis ingresos”.
La labor de Chumacero, primero como becario, y después como asesor del Centro, hicieron que se volviera uno de los maestros indispensables de las generaciones de poetas posteriores. El legado de Chumacero no es teórico, sino práctico, su pedagogía poco tiene de pizarrones, siempre está más cerca de la punta del lápiz y la goma de borrar. Este oficio acaso le permita mantener amistad con autores jóvenes, con quienes el mismo Chumacero se revitaliza a cada momento. “Yo ando con jóvenes como Montemayor, que tiene 58 ó 56 años; es de la generación de mis hijos, también voy con gente como Daniel Leyva o Saúl Juárez. Son hombres maduros, pero comparados conmigo son unos chiquillos, ninguno de mi edad. El único viejo que yo veía era Henestrosa, que tiene 100 años, pero ya no sale, está metido en su casa”.
Vida de poeta
En alguno de sus ensayos, Chumacero hace una apología del ocio como forma de conocimiento del escritor. Se burla de quienes critican a los escritores porque trabajan mientras leen en su cama, y asume la poesía como un arte que se trabaja lenta y sabiamente, sin las presiones del exterior, sólo atendiendo al influjo interno del que escribe. “La poesía no se estructura como una novela; sale de pronto, fluye el primer verso, luego agarras un lápiz y va pasando. Yo me guió por la perfección del verso. En la generación de Paz eran poetas desordenados, aventaban versos a lo loco, a mi no se me va, hay una conciencia absoluta del verso, no sólo por lo que está diciendo sino cómo lo está diciendo, porque para mí la poesía no es una palabra de referencia, es una síntesis de cosas, de insinuaciones”.
Sin embargo, el que Alí Chumacero sea un poeta riguroso no lo hace igual en su vida cotidiana, donde procura vivir entre los placeres cotidianos, capoteando lo bueno o lo malo con el mismo espíritu socarrón. “No soy de los escritores que creen que la vida es mala, tampoco es que sea buena, hay que vivirla como sea, es lo bonito. Tampoco voy a decir que soy feliz, ni lo permita Dios. La felicidad es para los tontos y yo no soy tonto. No hay felicidad, hay una vida preciosa que hay que vivir y estar en ella”.
Aficionado a los toros, le emociona la forma fina, elegante, y a la vez la barbarie de la fiesta brava. “Es un arte irregular, casi nunca hay una gran faena porque el toro se va, o no colabora, pero todavía los babosos quieren que colabore. No me gusta que los aficionados digan que no es un arte bárbaro, es un arte barbarísimo pero ni modo, al pobre animal lo pinchan, lo hacen pedazos y luego le meten un sable, pero es un arte muy bonito”.
Su obra poética pronto será editada en España. Será una forma de difundir una obra que se ha mantenido en los círculos poéticos locales. Alí Chumacero finge no estar muy a gusto con el proyecto, dice evitar la fama, pero tampoco desdeña los reconocimientos que ha conseguido a lo largo de más de 70 años de escritura.
También es un buen bebedor de whisky, que suele compartir con amigos como Carlos Montemayor, mientras hablan de política o de la vidita literaria. Sabe que la vida es demasiado seria como para tomarla en serio, por eso prefiere asumirla desde la vía del humor. “Los poetas que no nos sentimos poetas nos la pasamos a toda máquina, Paz sí era muy intelectual, muy serio. Por suerte habemos otros que no”.
Antes de la entrevista, Alí desmitifica la mitificación de un poeta
¿Por qué tendremos esta malsana impresión de que los poetas son personajes graves, melancólicos, siempre inmiscuidos en un tema insondable, que los mortales apenas podemos aprehender? Con esta actitud llegamos a casa de Alí Chumacero, por los rumbos de la colonia San Miguel Chapultepec. Como si quisiera magnificar el malentendido, Chumacero nos hace pasar a su biblioteca, impresionante porque no tiene la prolijidad de una biblioteca de museo; el desorden de papeles y libros dejados al descuido por todas partes, permiten reconocer una biblioteca viva, donde la búsqueda de un dato o el querer recordar un verso crea capas geológicas de libros, apuntes, escritos, hojas de la vida cotidiana y de la vida interna.
Pero más impresiona la actitud de Alí. A sus ocho décadas de vida, de verdad parece estar pasando por su primera juventud. Con la seriedad de los mejores humoristas, se nos planta y nos pregunta qué queremos de él. “¿Fotos donde me vea muy poeta?” Y se toca el mentón fingiendo una reflexión demasiado afectada. “Así les gusta que salgan los poetas, ¿no?”, se sigue divirtiendo, mientras nos da el tenor de la charla: una entrevista donde el humor salpica los comentarios, donde la frase irónica refleja el pensamiento y la erudición. A fin de cuentas, Alí Chumacero sabe que todo es un juego de palabras. Desde ahí ha erigido una de las obras poéticas más depuradas y consistentes de nuestra literatura.
La importancia de llamarse Alí
Acaba de cumplir 88 años y apenas va terminando con la primera etapa de su vida, porque tiene planeado vivir 400. “Venir aquí por unos cuantos años no vale la pena. Quiero ser testigo de la historia, no sólo de unas cuantas etapas sino de la historia, conocer qué ha pasado y además tener armas suficientes para expresarlo, para explicar qué va a pasar.” No duda que en estas explicaciones uno pudiera equivocarse, pero al menos tiene la seguridad de saber que lo dicho está fundando en la propia experiencia. “El hombre sin experiencia es más divertido pero menos seguro, el hombre con experiencia es aburrido pero es menos inseguro”.
Es de Acaponeta, Nayarit, del 9 de julio de 1918. Su nombre se lo debe a una excentricidad de su abuelo, a quien le gustaban leer revistas extranjeras y en una encontró a un niño árabe llamado Alí. Al abuelo le gustó el niño, el nombre, y le puso Alí a su hijo. “Y como mi papá no se iba a quedar solo con la ofensa, me pasó a mí el nombrecito”.
Los Chumacero provienen de Tlaxcala, desde ahí se desperdigaron a Puebla, Veracruz y Nayarit. El padre de Alí era comerciante, tenía una ferretería y leía. En Acaponeta se le consideraba el sabio del pueblo. En un tocadiscos ponía música de Caruso. Y tenía una pequeña biblioteca, entre los que se encontraban los libros verdes de José Vasconcelos.
Alí Chumacero estudió en Guadalajara desde 1929. Estuvo en un colegio católico, famoso porque su director había participado en la Guerra Cristera. “Estuve cerca de un mundo religioso muy bonito y muy cansado, todos los días iba a misa y rezaba el rosario; rezaba antes de comer, después de comer, antes de empezar las clases; rezaba 14 veces al día y me hice muy católico, pero pasé a la secundaria oficial y ahí conocí otras formas de pensamiento que era necesario respetar. Sigo con esas ideas del respeto, sigo pensando que si la gente cree en Mahoma pues allá ellos, pero hay que respetar a la gente”.
Desde los 12 años empezó a leer novelas de Búfalo Bill, Raffles y Conan Doyle. Siguió Emilio Salgari y de ahí encontró a su primer poeta, Amado Nervo. “Me inicié en la poesía de Nervo, que es ideal para un muchacho que empieza a sentir curiosidad por las muchachas. Yo sentí esa curiosidad muy prematuramente y de eso juro que no me arrepiento. Ya de niñito veía a las muchachas, para qué les cuento a la profesora, entonces eso influye en la poesía, hace que el poeta salga de sí mismo y se proyecte”. Además de las muchachas, se obsesionaba de otras cosas: la lectura, el conocimiento, la poesía. Y como suele ocurrir con los grandes obsesivos de estas artes, fue corrido de su escuela y debió venir a la capital.
Es una maravilla haber nacido
Alí Chumacero llegó a la Ciudad de México en 1937. Era una ciudad cardenista y la efervescencia socialista se respiraba en las calles, causando suspicacias en la gente bien. Para Alí, sin embargo, era tierra de Jauja. “En Guadalajara me expulsaron de la Universidad por comunista, entonces estaba de moda expulsar a los muchachos que se portaban mal por comunistas y como era yo liberalón no me respetaron”. Vivió con dificultades, en la calle de Costa Rica, en vecindades donde había miseria y el gusto malsano de la sordidez. Su padre le mandaba giros de 20 pesos, “que en aquella época era un dinero apreciable”. Más preocupado por leer que por hacerse de un futuro, Alí corría a las bibliotecas en ayunas; con este régimen logró conocer todas las de la ciudad. “Empecé a leer millones de libros y cuando llegan los centavos de mi papá me compraba un libro más, era mi vicio. Empecé a ver el mundo y me gustó mucho, me dije que era una maravilla haber nacido, a veces no comía y la pasaba muy mal”.
Ya había publicado poesía en Guadalajara, lo mismo en la publicación estudiantil Estudiantina que en la revista Nueva Galicia. En México siguió escribiendo y leyendo, aunque no trabajaba. “Confieso que no me gusta trabajar, he trabajado porque tengo que hacerlo pero no me gusta, prefiero estar encerrado en la biblioteca leyendo”. Encontró a tiempo un trabajo adecuado para alguien amigo de la lectura. “Hace 55 años trabajo en el Fondo de Cultura Económica. Ahí he estado ahí muy contento, sé hacer libros, preparar una edición; tengo experiencia muy reconocida en la manufactura de libros. Muchas veces me han querido sacar del Fondo para hacer otra cosa, pero prefiero estar encerrado en una oficinita viendo papeles, viendo libros, que ha sido mi vida”.
El Fondo estaba en Pánuco 63, en la aún prestigiada colonia Juárez. Alí siguió dedicado a los libros y escribía poemas de vez en cuando. “He escrito y he publicado muy poco, no me importa tanto ser autor como ser lector”. Quizá a esta elección se deba que su producción sea tan breve. Tres libros comprenden su labor poética: Páramo de sueños (1940), Imágenes desterradas (1948) y Palabras en reposo (1956). Una labor poética que apenas alcanza 16 años. “Yo reuní mis poemas en tres libros, después he escrito poemas sueltos y los he agregado, pero son tres libros nada más. El primero está un poco mal hecho por ser de juventud, el segundo lo hice de poemas diferentes que iban quedando ahí, y el tercero ya es un libro importante. A veces también escribo poemas de relajo, un amigo cada año va al Fondo y le tengo algún poema de vacilón y se lo doy, le digo: ‘cuídalo, porque es la única copia que hay, es una joya’, pero son décimas, tonterías”.
Esta somera producción poética tiene su explicación en la forma rigurosa con que Chumacero aborda el fenómeno poético. No es poeta del arrebato pasional, sino del escrupuloso pulimento del verso. Octavio Paz describió su poesía “como si el poema fuese un objeto verbal construido conforme a las leyes de una geometría fantástica y que, al girar en el espacio mental, se entreabriese hacia territorios vertiginosos, masas de oscuridad y precipicios por donde la luz se despeña”.
Los temas son cotidianos, pero secretos y conspiratorios; lo mismo habla de los salones de baile que de las alcobas de los amantes, los sentimientos difícilmente descifrables, la salvación crepuscular que ocurre en una ciudad todavía teñida de provincia. El mismo Chumacero es capaz de hablar de su poesía con rigor. “Mi poema más famoso se llama ‘Poema de amorosa raíz’; no es un buen poema desde el punto de vista técnico, porque es una numeración sostenida por un verso fuerte que aguanta toda una columna enumerativa. Eso me dijo Villaurrutia cuando lo leyó: ‘te quedaste a la mitad del poema, tenías que haber seguido para dar la conclusión’. ‘No’, respondí, ‘precisamente por eso puse ese verso, está a toda máquina, un verso fuerte que aguantó todo eso’, pero en efecto, desde el punto de vista de la composición no es un gran poema, aunque tiene gracia y a la gente le gusta mucho”.
Aunque su poema más popular es ‘Poema de amorosa raíz’, la crítica ha acordado en reconocer como el más logrado al ‘Responso del peregrino’, que el crítico Gabriel Bernal describe como “una alianza entre dos reinos aparentemente opuestos: el de los mitos populares y el de los arcanos”.
Se le ha reprochado a Alí Chumacero que su labor poética apenas se centre en tres libros. El poeta Marco Antonio Campos recuerda en algún texto: “Una vez cierto muchacho se le acercó a Alí Chumacero y le preguntó: ‘Oiga, por qué le han hecho a usted tantos homenajes si sólo ha escrito un gran libro’, y él contestó: ‘Imagínate si hubiera escrito dos’”.
Los trabajos del poeta
No menos importante que su labor poética, ha sido la de editor y periodista cultural. Desde los tiempos en Guadalajara había participado en revistas como Nueva Galicia; en la Ciudad de México también participó en proyectos editoriales, de ellos, el más importante fue la revista Tierra Nueva, que realizó al lado del poeta Jorge González Durán, el crítico José Luis Martínez y Leopoldo Zea, y en la que colaboraron otros jóvenes como Manuel Calvillo, José Cárdenas Peña, Bernardo Casanueva Mazo, Francisco Giner de los Ríos y Alfredo Cardona Peña. Heredera cronológica de la revista Taller de Octavio Paz –Taller terminó en 1941; en 1940 nacería la publicación de Chumacero–, Tierra Nueva se distinguía por no asumir alguna posición política específica. “Taller estaba hecha por gente de izquierda: Octavio Paz entonces era de izquierda; Efraín Huerta era del Partido Comunista y Neftalí Beltrán no era comunista pero tenía la influencia de los tiempos: la Guerra Civil Española, el fascismo, etc”.
En Tierra Nueva, en cambio, los matices ideológicos eran dispares: “José Luis Martínez era católico, yo era medio rojillo y González Durán era del PRI; entonces estaban representadas las tres corrientes. También estaba Leopoldo Zea, un hombre muy capaz pero muy silencioso, no perturbaba las reuniones. Era una revista que no tenía nada que ver con lo político. Hicimos 14 números muy buenos y luego nos dispersamos”.
Pero en Chumacero quedó el interés por la tipografía, la edición y el periodismo cultural, labor que realizó durante varias décadas y de la cual se recogió parte importante en el libro Los momentos críticos, que reúnen su actividad como ensayista y crítico. “Escribí horrores. Apliqué la teoría de José Gaos, quien nos puso a manejar libros de acuerdo con su técnica. Decía: ‘háganme una crítica de este libro pero exponiendo qué dice’, porque es muy común que el literato hable ante gente que no ha leído el libro y no se entera de nada, entonces yo hice crítica exponiendo el libro, hablando bien o mal, pero dejando ver de qué trata. Esa era mi forma, copiada de Gaos, de hacer crítica literaria. Escribí sobre algunos poetas con ese criterio, como sobre Owen, también expliqué muy bien de qué se trataba Villaurrutia. Así el que lee el prólogo se informa, se entera, y ya le entra un conocimiento”.
Esta labor le ha hecho participar en diferentes proyectos, como lo son la revista Letras de México, el periódico El Nacional, México en la Cultura, de Novedades, y La Cultura en México, de la revista Siempre!, ambas bajo el mando de Fernando Benítez. Su labor en la UNAM lo ufanan de ser uno de sus pilares más sólidos, sin haber pasado nunca por sus aulas. “Yo no soy universitario pero siempre he estado en contacto con la Universidad, desde 1940 he tenido contacto con ella en revistas y en lo que les hiciera falta. Fui a la Facultad de Filosofía y Letras como oyente, era amigo de los profesores como Gaos, Torri, y de otros profesores que tenían cierto prestigio”.
En cambio, es mucho más patente su paso por el Centro Mexicano de Escritores, donde convivió como becario con gente como Juan Rulfo, Juan José Arreola, Ricardo Garibay y Luisa Josefina Hernández, y después, como coordinador, influyó en la escritura de una buena decena de libros de poesía. “Las becas me parecen fatales, he escuchado varias veces a poetas angustiados porque se les está acabando la beca y eso es peligroso, pero no puedo opinar públicamente porque yo he sido becario. Cuando me la dieron yo ya no era muy joven, fue en 1951, yo no quería aceptarla pero se me vinieron encima todos, hasta mi mujer. Fui de la segunda generación del Centro Mexicano de Escritores, ganaba entonces 950 pesos mensuales y la beca era de mil 80, era un dineral que duplicaba mis ingresos”.
La labor de Chumacero, primero como becario, y después como asesor del Centro, hicieron que se volviera uno de los maestros indispensables de las generaciones de poetas posteriores. El legado de Chumacero no es teórico, sino práctico, su pedagogía poco tiene de pizarrones, siempre está más cerca de la punta del lápiz y la goma de borrar. Este oficio acaso le permita mantener amistad con autores jóvenes, con quienes el mismo Chumacero se revitaliza a cada momento. “Yo ando con jóvenes como Montemayor, que tiene 58 ó 56 años; es de la generación de mis hijos, también voy con gente como Daniel Leyva o Saúl Juárez. Son hombres maduros, pero comparados conmigo son unos chiquillos, ninguno de mi edad. El único viejo que yo veía era Henestrosa, que tiene 100 años, pero ya no sale, está metido en su casa”.
Vida de poeta
En alguno de sus ensayos, Chumacero hace una apología del ocio como forma de conocimiento del escritor. Se burla de quienes critican a los escritores porque trabajan mientras leen en su cama, y asume la poesía como un arte que se trabaja lenta y sabiamente, sin las presiones del exterior, sólo atendiendo al influjo interno del que escribe. “La poesía no se estructura como una novela; sale de pronto, fluye el primer verso, luego agarras un lápiz y va pasando. Yo me guió por la perfección del verso. En la generación de Paz eran poetas desordenados, aventaban versos a lo loco, a mi no se me va, hay una conciencia absoluta del verso, no sólo por lo que está diciendo sino cómo lo está diciendo, porque para mí la poesía no es una palabra de referencia, es una síntesis de cosas, de insinuaciones”.
Sin embargo, el que Alí Chumacero sea un poeta riguroso no lo hace igual en su vida cotidiana, donde procura vivir entre los placeres cotidianos, capoteando lo bueno o lo malo con el mismo espíritu socarrón. “No soy de los escritores que creen que la vida es mala, tampoco es que sea buena, hay que vivirla como sea, es lo bonito. Tampoco voy a decir que soy feliz, ni lo permita Dios. La felicidad es para los tontos y yo no soy tonto. No hay felicidad, hay una vida preciosa que hay que vivir y estar en ella”.
Aficionado a los toros, le emociona la forma fina, elegante, y a la vez la barbarie de la fiesta brava. “Es un arte irregular, casi nunca hay una gran faena porque el toro se va, o no colabora, pero todavía los babosos quieren que colabore. No me gusta que los aficionados digan que no es un arte bárbaro, es un arte barbarísimo pero ni modo, al pobre animal lo pinchan, lo hacen pedazos y luego le meten un sable, pero es un arte muy bonito”.
Su obra poética pronto será editada en España. Será una forma de difundir una obra que se ha mantenido en los círculos poéticos locales. Alí Chumacero finge no estar muy a gusto con el proyecto, dice evitar la fama, pero tampoco desdeña los reconocimientos que ha conseguido a lo largo de más de 70 años de escritura.
También es un buen bebedor de whisky, que suele compartir con amigos como Carlos Montemayor, mientras hablan de política o de la vidita literaria. Sabe que la vida es demasiado seria como para tomarla en serio, por eso prefiere asumirla desde la vía del humor. “Los poetas que no nos sentimos poetas nos la pasamos a toda máquina, Paz sí era muy intelectual, muy serio. Por suerte habemos otros que no”.
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