Friday, May 06, 2016

Poesía y equilibrismo




Si bien lo miramos qué hace el equilibrista
sino caminar lo mismo que nosotros

Eliseo Diego


El poeta no conoce la verdad. No la conoce porque el poema no es una respuesta a sus preguntas, sino la cristalización de todo lo que ignora: la verbalización del misterio. La belleza del poema radica en su capacidad de articular la única certeza compartida y personal de los humanos frente al cosmos: la del no sé.
Pero el poeta conoce las palabras. En ellas vive y ellas viven en él. Ambos se crean. La intuición es una cuerda tensa que va del silencio a la palabra y que pende sobre el misterio. El poeta-equilibrista a veces va del silencio a la palabra y a veces en sentido contrario. Su viaje es el poema. La inteligencia es esa esa larga vara con la que busca mantener su balance. Sus pies están plantados en la intuición y su mirada en la posibilidad. El peligro de caer es parte de su existencia. Su labor, que parece no tener sentido, es de vida o muerte.
Para su acto, el equilibrista no lleva otra ropa que su honestidad: su oficio es descubrirse y perseguir una verdad sentida. El ritmo de su voz debe ser el de su pulso: un resultado de su naturaleza. Por ello no debe mentirse: si necesita hablar de Dios o la lucha de clases, del silencio o la trascendencia, la lentitud o la revolución, debe poder llamar a cada cosa por su nombre, con la voz de su sangre. Y si no puede darle nombre a lo que intuye debe hacer evidente esta imposibilidad, puesto que ello se volverá su tema. No debe hurtar jamás el traje —tal vez más vistoso— de otro equilibrista: la gracia de su acto es personal. 
Soñando volar  y a veces afirmando que lo logra, el equilibrista está rodeado del mismo aire que respiran todos los humanos como él. Su oficio es un oficio como el de los otros. Su dolor no es más dolor ni su soledad más triste. Pero su alma es caminar la cuerda floja. Para eso vive.







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