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Siendo serios,
¿vale la pena cacarear como virtud algo tan gratuito y perecedero como la
juventud? Por supuesto que sí. Precisamente por gratuita, perecedera y
universal la juventud nos toca las puertas, nos despierta o nos levanta al
sueño. Nos abre las ventanas. La juventud nos mira desde un pasado espejo y nos
pregunta, con desparpajo: ¿por qué eres precisamente así? Y nos
escandaliza.
Pero no toda la
juventud que escribe se parece, no todos los jóvenes escritores en todos los
sitios son iguales ni pueden hacer las mismas cosas. Un joven poeta
guatemalteco tiene pocas oportunidades de publicación, casi ninguna beca, casi
ninguna ayuda. Lo mismo un joven ecuatoriano, panameño, peruano, venezolano,
colombiano y podemos seguir, saliendo incluso del idioma. Distintamente, en
México más que en ningún otro país de habla hispana, y quizá del mundo entero,
ser poeta joven es prestigioso y hasta rentable: becas nacionales y estatales,
premios igualmente nacionales, regionales y estatales, premios universitarios, escuelas
de escritores, fundaciones, asociaciones civiles, publicaciones, suplementos,
antologías igualmente estatales, regionales y nacionales, revistas y lecturas
llenas de poetas iniciales pueblan los estantes, los cafés, los centros
culturales, las conversaciones, los blogs y las redes sociales. Pocos poetas
jóvenes mexicanos parecen estar al tanto del privilegio al que han accedido
solamente por haber nacido donde lo hicieron. Creo que esta conciencia es
importante para no perder la perspectiva, y con ella el piso. Para tener los
pies en la tierra.
He visto muchos
jóvenes ancianos, he sido uno. He visto, maravillado, muchos ancianos eternamente
jóvenes como Huidobro, Parra o Deniz. He visto poetas que no tienen edad. He
leído jóvenes que son hermosamente nuevos, y que lo comprenden: la juventud
tiene diversas formas.
He visto varias
mentes de diversas generaciones consumidas por la fama de su juventud. Supongo
que es una cuestión ya arraigada en nuestro campo literario y que el poeta
interesado en su poesía, en la poesía, puede percibirlo sin problema, y estar
tranquilo siendo quien es. No es cosa fácil: se confunde muy frecuentemente la
pirotecnia con la luz. El poeta joven mexicano debe luchar contra la
hipertrofia de la celebridad y el reconocimiento. El lector de poesía, por su
parte, luchará contra la sobreabundancia de libros y lo inflado de las fichas
de autor. Unos y otros —autores y lectores—deben cuidarse de las apariencias y
concentrarse en la poesía, que no es joven porque no envejece.
La juventud
tiene, casi siempre, seguro su final, y tiene todo el futuro por delante. La
juventud existe para vivirla y recordarla, para verla en nosotros y en los
otros. El verdadero problema del poeta joven es seguir siendo poeta cuando no
sea joven: su problema es seguir siendo.
Saludablemente,
la poesía joven mexicana no es una ni está encerrada en una institución o
propuesta. Los jóvenes mexicanos y sus planteamientos poéticos son muchos y muy
distintos. El país es lo suficientemente grande como para tener poetas muy
diversos en muy variados entornos. A veces enfrentadas, contradictorias,
pero siempre vehementes y honestas, sus poéticas salen a buscar lectores. Sus
lecturas y el modo de asumirlas igualmente son distintas y ricas, y son muchos,
cada día más, sus modos de publicación y difusión. Los jóvenes poetas mexicanos
no dudan en ejercer su voz y explorar sus obsesiones. No dudan tampoco en
cuestionar y hasta mofarse de lo solemne de la tradición que los ha precedido,
lo cual es saludable, necesario. Creo que estos momentos, contrariamente a lo
que algunos escritores han expresado, son muy ricos para la poesía mexicana, y
que una de sus mayores riquezas es la pluralidad que sus jóvenes han alcanzado
no solamente para la escritura del presente sino para la lectura e
interpretación del pasado. La renovación es inevitable.
Como todo lo
que existe, la juventud será lo que recordemos de ella: ya hablaremos de nuestra juventud. Llegado a este punto poco puedo
decir frente al bello poema que, hace bastante, escribió mi amigo y maestro
Pedro Lastra, con cuyas palabras quiero dejar, por ahora, de hablar del tema:
Ya hablaremos de nuestra juventud,
ya hablaremos después, muertos o
vivos
con tanto tiempo encima,
con años fantasmales que no fueron
los nuestros
y días que vinieron del mar y
regresaron
a su profunda permanencia.
Ya hablaremos de nuestra juventud
casi olvidándola,
confundiendo las noches y sus
nombres,
lo que nos fue quitado, la
presencia
de una turbia batalla con los
sueños.
Hablaremos sentados en los parques
como veinte años antes, como
treinta años antes,
indignados del mundo,
sin recordar palabra, quiénes
fuimos,
dónde creció el amor,
en qué vagas ciudades habitamos.
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