Thursday, September 26, 2013

Poesía y lentitud




Tomado de Blog Indieo




Aunque lo hace, el poema no es un reflejo de la sociedad de su momento, ni  es tampoco una expresión de la sensibilidad de la época. La poesía no busca reflejar lo que sucede en el mundo. Está un paso adelante: responde. La poesía, el poema concretamente, es una toma de postura, una reacción a la sensibilidad que le es contemporánea. No espejo sino proyector de video sobre las conocidas calles cotidianas, es el poema.

Por supuesto, al escuchar una respuesta se puede inferir la pregunta que la ha generado.  De ese modo indirecto es que la poesía puede funcionar como termómetro de la realidad, pero lo suyo es encarnar una contestación aunque ésta, ella misma, no sea una salida sino un estado de conciencia o del espíritu, un adentrarse. Contrario a lo que se ha dicho, hoy la poesía no se enfrenta a la incertidumbre, sino que la explora y propone maneras de abordarla, de hacerla discurso, de decirla con un rostro propio. El poeta es un buscador, un formulador, un humano perdido igual que los otros, aunque con la capacidad de articular, no sus certezas individuales, sino las dudas de todos sus hermanos. No es el guía de la tribu sino el vocero de la común orfandad. Su propuesta radica en el modo en que traduce esa orfandad en lenguaje.

El poema no es únicamente una cadena de palabras, una idea o emoción que explota, o una estridencia que busca ser escuchada. La respuesta poética es una posibilidad del ánimo, una animación distinta, una manera otra de habitar la realidad. Frente al ruido y lo inmediato, por ejemplo, la poesía actual propone (o cuando menos alguna poesía actual, que es la que me interesa) lentitud y calma, remanso, recogimiento. Perdida la certeza en Dios, si se ha perdido, la poesía genera un diálogo con la trascendencia, un silencio cercano a la oración, un re-ligamiento con el cosmos. En la era de la información automática, de las transmisiones en vivo de todo suceso a toda hora, la lectura de poesía es un espacio para la calma en que se pone atención a lo imperecedero, a lo que no es noticia, a lo permanente y lo interno. La poesía es, ha sido siempre, es un espacio para la lentitud.

La poesía, toda, señala al mismo tiempo lo que tenemos de individual y de tribu, al desnudar nuestra naturaleza. Vernos así, hermanados en lo íntimo, nos hace frenar el ritmo de lo personalizable, la rapidez de la individualidad separadora. La poesía descubre, en su escribir las cosas con tranquilidad de anciano, con la calma de su historia que es la historia de los hombres, nuestro rostro verdadero tras la máscara de lo inmediato.

Toda poesía es lentitud. Incluso los poemas más explosivos buscan eternizar un instante para verlo suceder perpetuamente en la lectura, con el ritmo que les corresponde. Un poema se lee siempre por primera vez, está siempre recomenzando. Las palabras del poema nacen de y van hacia el silencio, que no es su anulación sino la tierra en que se siembran y en que surge su significado.

Ahora, precisamente en estos tiempos de inmediatez, la poesía es necesaria, urgente, porque nos sobra todo, nos sobramos, y nos falta lentitud.

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