El hombre serio pone un retrato de la tontería por
delante, de autodefensa. La seriedad es una forma de la muerte. Por eso
nunca hice una carrera, que es el sueño
de todo hombre solemne: tener éxito, poder, autoridad. El hombre alegre tiene, por supuesto, momentos de sosiego para ponerse a escribir y debe
aprovecharlos a plenitud. No riñe pues la alegría, la celebración, con el
acto creativo. Nadie ha sido más desordenado
que yo, pero cuando me encerraba a escribir, nadie podía interrumpirme. No significa que
me pusiera serio,
asumía mi dedicación y compromiso y no admitía que
nada ni nadie me distrajera de ese
retiro. Una vez concluida mi entrega, salía a buscar a los cuates,
que no siempre eran
del gremio literario, y me divertía horrores.
Alí Chumacero, en entrevista con José Ángel Leyva
I
Sabiendo
que la seriedad con que se aborda la figura de Alí Chumacero ha sido suficiente
y hasta algo artificial por parte de alguna crítica acartonada, no quiere este
libro ser un homenaje más. No buscan los ensayos que hay aquí servir de
monumento, ni cifrar valoraciones definitivas de una obra poética ya entera y
cerrada. En cambio, las miradas que ahora presento quieren sobrepasar lo tantas
veces dicho de la obra del hijo predilecto de Acaponeta y releerla
renovadamente, para responder una pregunta que los jóvenes, y los no tan
jóvenes, se hacen casi siempre con honestidad y algunas otras veces con
altanería y hasta con mala fe en el campo literario mexicano: ¿Por qué es tan
central Alí Chumacero, teniendo una obra tan breve y hace tanto dejada en
silencio, y si jamás (¡terrible!) se ha sabido de un poeta o grupo de poetas
importante, posterior a él, que se dedique a continuar su escuela?
Quiero,
sin que sea mi trabajo en esta introducción, contestar brevemente las dos
partes de esta pregunta, tratando de no meterme en el terreno que luego, con
mayor profundidad, exploran los siete escritores convocados. El primer asunto,
que supone una desproporción entre la cantidad de obra y su reconocimiento, se
puede despachar de un plumazo, recordando que algo similar sucede con la poesía
de Aurelio Arturo y de Fernando Charry Lara en Colombia, de Omar Cáceres en
Chile, de Gil de Biedma en España y de muchos, muchos otros ejemplos que van
desde la antigüedad hasta nuestros días: ya se sabe que un poeta no es mejor
por publicar más libros, y acaso esa brevedad buscada, ese silencio voluntario,
son parte de la propuesta estética. Esta pregunta es una ingenuidad, a menos
que también se dude de la calidad de la obra. Sobre esta última posibilidad no
pienso detenerme por dos razones. La primera es que no conozco lector serio que
pueda opinar tal cosa de la obra de Alí, y la segunda es que, de cualquier
modo, son suficientes los trabajos de lectores especializados publicados ya, y
suficiente es el aporte que hacen los trabajos contenidos aquí, para explicar
(defender no, eso no hace falta) la obra de Chumacero a quienes la sienten
lejana.
Lo
siguiente, esa falta de escuela chumaceriana, es otra mentira: siendo Chumacero
el último heredero directo de Contemporáneos, su poesía y, más que eso, su
concepto de trabajo poético pertenecen precisamente a aquel que dio a la lírica
mexicana moderna su rostro más evidente. Si la poesía nacional es conservadora,
rigurosa, reflexiva, solemne en sus maneras, la voz de Alí es uno de sus
primeros frutos maduros. No es, por ello, falta de emociones: la voz de
Chumacero es la de un hombre que habita plenamente el mundo, desde la carne,
pero que expresa su vivencia terrenal de un modo que apela a la trascendencia.
La de
Chumacero es un alma dionisiaca cantando en clave apolínea. Quien no sienta
emoción en sus palabras no las ha sabido leer y, quizá, está en su derecho. Por
otro lado, la contribución de Alí a la literatura mexicana como editor y
crítico no es menor, aunque no haya sido aquilatada en justicia. Considerarlo
únicamente poeta es, con todo, reducir su figura e ignorar parte fundamental de
su personalidad literaria. Mucho queda por hacer en este sentido. El presente
libro quiere ser una modesta contribución encaminada a leer de nuevos modos a
este poeta, que suele dar la ilusión de haber sido ya entendido.
II
He
dividido en tres secciones los estudios contenidos en este volumen, de acuerdo
con el tipo de acercamiento que pretenden a la obra y figura del nayarita. En
la primera sección, Pensamiento olvidado, Ignacio Sánchez Prado estudia a Chumacero
como crítico literario, haciendo una relectura de Los momentos críticos, libro
que reúne la mayor parte de la prosa chumaceriana, para dar cuenta de la
importancia, callada pero cierta, del autor que nos convoca para la
consolidación del privilegio de cierto tipo de poesía en México. En el
siguiente ensayo Iván Trejo nos acerca a la vida de Alí como editor de
proyectos que marcaron la vida literaria nacional, haciendo claro que este
hombre de letras ha sido influyente no sólo por lo que ha escrito, sino por lo
que ha ayudado a publicar y, a veces, hasta a escribir. Este par de ensayos
arrojan nueva luz a las secciones más ignoradas del también silencioso
corrector, tipógrafo y escritor de solapas.
La
segunda parte del libro, Diálogo con un retrato, está formada por tres ensayos.
En el primero, Lorena Ventura, luego de hacer un diestro y bello repaso de
poética, relee a Chumacero desde la tradición barroca para enfrentar
abiertamente su complejidad formal, buscándole sentido desde su misma propuesta
estética. Más tarde Jorge Aguilera López hace una revisión de lo que se ha
escrito sobre el poeta y emprende una lectura cuidadosa de “Al monumento de un
poeta” como arte poética, para arriesgar una respuesta a la pregunta de por qué
de la importancia de Chumacero. Eva Castañeda hace, en el trabajo que cierra
esta sección, una cuidadosa revisión de la escritura poética de Alí, para
también dar una propuesta de lectura de su obra en el contexto, primero, de lo
mexicano, y luego en un contexto literario más universal, sobre todo a partir
de su libro concluyente, Palabras en reposo. Todos estos trabajos, cada uno a
su modo, entregan nuevos motivos para tener a Chumacero en el centro de nuestra
poesía.
Marco
Antonio Rodríguez Murillo —leyendo a Heidegger, a Dante y a Rilke— y Agustín
Abreu, a partir de Maurice Blanchot, elaboran los dos trabajos que componen La
forma del vacío, última sección del libro. Ambos autores coinciden en hacer una
lectura filosófica de la poesía de Chumacero e igualmente en valorar el aspecto
órfico de la misma. Estos dos trabajos ciertamente alejan, sin decirlo, al
poeta del ámbito mexicano, cosa que debe comenzar a realizarse para lograr una
valoración real del autor de Imágenes desterradas, dado que la misma crítica
que se ha encargado de su canonización ha ignorado que el poeta es
sorprendentemente desconocido allende nuestras fronteras.
III
Estoy
convencido de que, distinto a lo que puede pensarse, la figura de Alí Chumacero
está presente en los jóvenes interesados en hacer literatura en México. No es
sencillo, sin embargo, entender los modos en que una influencia como la suya se
desarrolla: hay poetas que afectan la escritura, y otros cuya influencia tiene
que ver con el modo en que se concibe la lectura, la literatura misma, el acto
poético.
A pesar
de que varios poetas jóvenes en México reclamarían la elegancia y precisión de
Chumacero como parte de su herencia literaria, de su estirpe, el autor
pertenece a los segundos: nos ha afectado en el oficio, no en el estilo. Su presencia
es inevitable. Su importancia, ineludible. Sin embargo, es necesario remover
esa solemnidad que ha permitido hacer de lo que no ha sido más que un eco, la
ilusión de una crítica que se refiere a su obra. Como he dicho antes, este
libro no pretende ser un homenaje sino una renovación de lecturas, cosa más
necesaria. La idea de elaborarlo ha nacido, sin embargo, de la admiración
profunda que la obra y persona de Alí Chumacero provocan todavía en las
generaciones jóvenes de poetas y escritores mexicanos. Sea este libro, pues,
una renovación de lecturas deslumbradas.
Introducción a
En la orilla del silencio: ensayos sobre Ali Chumcero. Manuel Iris
(Compilador). Tierra Adentro, México, 2012.