Friday, February 08, 2013

Rasgos comunes: una visión de Gonzalo Rojas y Juan Sánchez Peláez. Entrevista con Armando Romero




El recuento de la amistad entre poetas suele ser una sabrosa colección de anécdotas dulces, amargas y secretas. Todas tienen que ver con la propia obra o estirpe poética de los implicados, con su carácter y circunstancia. La poesía y la vida son una y la misma cosa, en quienes las escriben. Armando Romero (Cali, Colombia 1944), es un poeta mayor que ha gozado y goza todavía de la amistad de otros poetas de diversos lugares y momentos. La presente entrevista busca indagar por dos amigos del poeta que fueron cercanos en ciertos espacios y  tiempos, y que luego tomaron caminos diferentes, siendo ambos poetas fundamentales de Hispanoamérica: Gonzalo Rojas y Juan Sánchez Peláez.   

MI- ¿Cuál fue tu nexo personal con ambos poetas? Es decir, ¿cuándo los conociste, en qué circunstancia y qué cosas compartieron?

AR ambos los conocí en Caracas en la década del 70. Primero a Juan Sánchez Peláez, recién regresado de USA, y en compañía de su esposa Malena. Este encuentro fue más bien un re-conocimiento. Yo llevaba varios años viviendo en Caracas y había publicado extensamente en las revistas y periódicos, así que mi nombre era reconocible en el mundo literario. El prestigio y la poesía de Sánchez Peláez eran emblemáticos en la literatura venezolana. Yo ya era un fanático lector de este poeta, quien desde un principio me sorprendió como uno de los más grandes poetas latinoamericanos de todas las épocas. A Gonzalo Rojas lo vine a conocer a su llegada a Caracas luego de su estadía en la Alemania Oriental. También lo conocía como  gran poeta gracias a que en un largo período del 67 y el 68 viví en Chile. Incluso estuve a punto de conocerlo en persona porque me invitaron informalmente a ir a uno de sus congresos literarios en Concepción que él organizaba. No fui porque alguien me dijo que estaría poblado de gente comunista, y yo en aquel entonces me cuidaba mucho de esta asociación. No tanto por diferencias políticas, sino porque, a causa de un descuido meses antes, había sido detenido en Perú por estar viviendo en casa de un poeta integrante del partido. Eran tiempos difíciles. 

Con Sánchez Peláez surgió una amistad inmediata que duraría toda la vida. Nada más admirable que su devoción por la poesía, y la rigurosidad con que enfrentaba el acto creador. Era el surrealista más contenido y mesurado que he conocido en su hacer con las palabras, a diferencia de su ser personal que abundaba en humanidad y pasión vital. Con Gonzalo pasó algo similar. Recuerdo que pronto me invitó a su casa y allí conocí a su esposa Hilda, y a esa famosa cama china que cargaba por el mundo, y en la cual se resumía, creo, el caudal de su poesía. Eso que va de Eros al juego especular de la imaginación. Ese día de mi primera visita a su casa, y luego de servirme un buen escocés, me dijo: “Armando, cuéntanos tu vida”. Yo, sorprendido, le dije que eso podía resumirse en pocas palabras, pero que a la vez era muy largo de contar. Miró a Hilda, y a su reloj, y dijo: “No importa, empieza que tenemos toda la noche”.
Tanto a Juan como a Gonzalo fascinaba que yo a tan corta edad, y con tan poca plata en el bolsillo, ya hubiera recorrido casi toda América de Norte a Sur. No fue sino hasta un tiempo después, luego de los años, que supe cuánto les importaba mi poesía. La generación de ellos era bastante parca en los juicios, siempre esperaban ver más.


MI ¿Eran sus personalidades muy distintas?

AR Si, bastante. No se parecían en muchas cosas, pero si coincidían en su devoción por la poesía y en la calidad humana que los distinguía. Al leer y hacer viva la poesía de Sánchez Peláez encontramos, como dije antes, esa alta rigurosidad, ese bruñir el poema hasta sacarle piedras al polvo, aunado esto a un desafiante lirismo amoroso, esplendente. Sin embargo, como persona Juan era algo desmesurado, visiblemente sensual en sus gestos, en sus acciones. Inmensamente centrado en sí mismo, pero a la vez abierto por completo a la amistad. Juan era un hombre de grandes pasiones, poco calculador. Ferozmente apolítico, en el sentido que hacía bandera de su libertad. Gonzalo, por lo contrario, va al poema con cierta desmesura barroca, es más espontáneo, más circunstancial, pero ya en su ser personal era una persona más contenida, donde el pensamiento y la inteligencia privilegiaban la palabra precisa, no muy espontánea. Más cercano al mundo político, al quehacer del mundo literario, Gonzalo sabía manejar con cierta astucia las relaciones humanas en estos campos. Juan Sánchez es, a pesar de que él descreyera en los regionalismos, un hombre del trópico. Gonzalo es un poeta austral. Sin embargo los une la dirección erótica, exaltante en Gonzalo, interna, en Sánchez Peláez. Como ves, son dos poetas que burlan los estereotipos.

MI- Ambos poetas se formaron, o cuando menos tiene una parte fundamental de su educación sentimental y poética, dentro de Mandrágora, el grupo surrealista chileno.  Sin embargo, no pueden ser más distintos al referirse a este momento de sus vidas: Peláez, siempre orgulloso de este período. Rojas, terminó por negar su pertenencia al grupo. ¿A qué crees que se deba esta diferencia? 

AR- No es fácil dilucidar la relación que ambos poetas establecieron con el grupo Mandrágora, y en especial con Braulio Arenas. Creo que aquí debemos ser muy específicos porque todo cambia cuando hablamos de los otros integrantes de Mandrágora, [Enrique] Gómez Correa, [Jorge] Cáceres, [Teófilo] Cid. Creo que las cosas se alinean en la dirección de una relación de ellos con [Braulio] Arenas. Yo conocí poco a Arenas. En Santiago jugaba ajedrez a veces con él, y la última vez que lo vi fue en casa de Juan Sánchez en Caracas, en esa década del 70. Pero sé que era una persona difícil, muy centrado en sí mismo, aunque a mi parecer no tenía la prepotencia de otros poetas chilenos, valga el caso de Pablo de Rokha o de Nicanor Parra. Sin embargo, Gonzalo se distancia de Mandrágora en una pelea directa con Arenas. Mucho de esto tiene que ver con el panorama político de Chile, pero también porque Arenas deviene al final de su vida en un poeta ultraconservador, extrañamente formal. Arenas renuncia a su ser surrealista en una manera catastrófica. Sánchez Peláez no mostró, al menos en las charlas conmigo, mayor afecto por Arenas, aunque recordaba sus días en Chile con inmensa nostalgia. Pero su afecto en Chile estaba sembrado en Rosamel del Valle y en Díaz Casanueva, principalmente. Otra cosa, que nunca podremos comprobar es que, según me reveló el mismo Juan, Arenas se apoderó de una libreta que contenía muchos poemas de él, escritos en Chile, y los publicó como suyos. Eso fue en los años en que Juan estudiaba en Santiago. A pesar de que esta acusación no es comprobable, yo creo que Juan no inventaba esto. No solamente no le era necesario, sino que dejaba ver el dolor que le producía recordar esos poemas que fueron a parar en la obra de otro. Nunca me dijo cuáles poemas eran, a pesar de que se lo pregunté. Siempre dejaba la respuesta para después. En el caso de Gonzalo, recuerdo que una vez me dijo en Pittsburgh que él siempre estuvo cercano a Mandrágora por la presencia tutelar de Vicente Huidobro, no tanto por su adhesión al grupo.

MI- A diferencia de Peláez, Gonzalo Rojas tuvo una larga parte de su carrera poética una agenda política, cercana al gobierno de Salvador Allende. ¿Crees que esta faceta de la biografía de Rojas haya influido en la recepción posterior, o incluso en la recepción y proyección inmediata de su obra?

AR-Si, fue muy importante para lograr esa visibilidad de su poesía que tanto buscaba. Por extraño que parezca, las persecuciones políticas, el exilio y los horrores de las dictaduras, abren al mundo una ventana por la cual se puede ver a los poetas, a los intelectuales que han sufrido estos vejámenes con mayor claridad. Tal vez es un triste beneficio, pero es un beneficio definitivamente que logra dar una mayor recepción, proyección al trabajo literario, y da como resultado que la obra se torne más visible. América Latina está llena de escritores, poetas, que deben su fama, no tanto a su obra, como a las persecuciones políticas que sufrieron en sus países. No es este el caso de Gonzalo Rojas, pero sí es cierto que su relación con Allende, el ser su vocero por América Latina, y sus puestos diplomáticos en China y Cuba, fueron muy importantes. Yo recuerdo cuando, luego de la caída de Allende, Gonzalo tuvo que ir a vivir a Alemania Oriental y allí empezó a sentirse desesperado “por esa falta de luz”, como me lo dijo una vez en Caracas. Todo el mundo intelectual venezolano se conmovió por esta situación del poeta, y pronto se puso en marcha un aparato de ayuda y presión para lograr que el gobierno venezolano lo acogiera como residente, otra forma del exilio. Fue Juan Sánchez uno de los que trabajó con mayor ahínco en lograr esto. Yo mismo fui emisario de cartas que Juan envió desde Caracas a los poetas de Mérida, Ramón Palomares entre ellos, para lograr el apoyo de la Universidad de los Andes.

MI- Ambos poetas tuvieron trato (Rojas cercano, Peláez distante) con Octavio Paz. Esta cercanía o lejanía de algún modo puede ser el correlato del reconocimiento que ambos tuvieron fuera de sus países. ¿Por qué crees que esto sucedía? ¿Fue la influencia (social, política, editorial) de Octavio Paz tan definitiva en América Latina? ¿De qué modos concretos se manifestaba?

AR- Dentro de la generación de estos poetas, que ven florecer su obra en las décadas del 40 y el 50, la presencia de Paz es fundamental. Hablo de poetas como Rojas, Sánchez Peláez, Gaitán Durán, Mutis, Molina, Charry Lara, Westphalen, Martínez Rivas, etc. Tú sabes que la América Latina poética se divide en tres en la década del 50. Tres grandes ramas de ese tronco que viene desde Darío: Neruda, Vallejo, Paz. No vamos a dilucidar aquí esta gran ecuación literaria, pero quedémonos con la corriente que se alimentará de Paz y lo alimentará recíprocamente. Con esto quiero decir que, más allá de los aciertos de su poesía, Paz es una creación de toda una generación de poetas que buscaban una alternativa a las direcciones que se abrían con Neruda, filiación comunista, stalinista, o con Vallejo, vanguardista comprometido con lo vernacular, con lo social. Paz trae el aliento del mundo europeo, de la cultura francesa gracias a sus buenas lecturas de Raymond, Béguin, la filosofía alemana, los griegos, etc. Paz es el mundo europeo aproximándose a América Latina, y un puente para acceder a él a través de una cultura latinoamericana representativa, como es el caso de la cultura mexicana con sus rasgos mestizos, y como busca ponerlos Paz, universales. Paz es el resultado de una necesidad. Su dominio del campo literario latinoamericano es virtual, pero real a la vez. Cada una de sus palabras se va a pesar en una balanza que determina direcciones, aciertos o fracasos. Todos estos poetas le guardan una profunda reverencia. Lo paradójico es que casi todos ellos son poetas de mucho más alcance poético que el mismo Paz. Una vez, hace bastante años, yo dije un día para un periódico venezolano que Paz era importante en América Latina porque era el único que sabía usar el punto y coma. Esa noche fui a una cena en casa de Juan Sánchez y me encontré con que él estaba bastante adolorido por lo que yo había dicho de Paz, por el irrespeto a una persona tan importante como Paz. En una reseña a la malísima antología del surrealismo latinoamericano de Stefan Baciu, Paz dice que falta en la lista de poetas mencionar a Juan Sánchez, “un poeta vigoroso”. Esa fue toda la crítica que Paz hizo en su vida de la obra de Sánchez Peláez. No obstante, este poeta celebró por meses ese adjetivo que le había caído del cielo de la poesía. Nada más triste si consideramos que Sánchez Peláez es un poeta mil veces superior a Paz. Ya al final de su vida, y muerto Paz, Sánchez Peláez me dijo que en aquel entonces yo tenía razón. Paz no era el gran poeta que todos habían exaltado.

MI- ¿Cuáles eran los nexos políticos o ideológicos entre Paz  y Rojas? ¿Crees que estas coincidencias fueron importantes en su trato dentro del mundo literario?

AR- Ahora bien, en el caso de Gonzalo Rojas, la presencia de Paz como difusor de su obra es fundamental. Es Paz quien publica a Rojas en su revista Vuelta varias veces, quien consigue para él la edición cumbre de su poesía “Del relámpago” en el FCE. Muy por lo contrario, Paz no hace nada para promocionar la obra de Sánchez Peláez. Debes entender aquí que Gonzalo Rojas está ya para ese entonces figurando dentro del contexto internacional como un poeta opuesto frontalmente a la política de Pinochet, pero también fuera de la égida de Cuba y sus seguidores. Y esta posición a Paz le es muy favorable porque está dentro de la órbita de sus empeños en  busca del premio Nobel. Kundera por un  lado, Rojas por el otro. Rojas es lo visible en América Latina, Sánchez Peláez es lo invisible, y para un político como Paz lo invisible no tenía mayor importancia, aunque se  hubiera pasado la vida alabando a los poetas malditos. Así como México es una gran mentira institucional, Paz es la gran mentira cultural. Y ese es el espejo en que se refleja toda América Latina.

MI- Sin embargo, el caso de Paz no es el único que ayuda al reconocimiento de Rojas. La academia chilena y la norteamericana también ayudan a este proceso, que terminará en la adjudicación del premio reina Sofía al poeta: ¿cuál fue tu experiencia de este proceso por parte de los estudiosos y amigos de la obra de Gonzalo?

AR- Con respecto a la literatura escrita en Chile la academia chileno-latinoamericana tuvo un gran acierto al empujar la obra de Gonzalo Rojas hacia premios internacionales tan importantes como ese. El gran desacierto es la promoción de una escritora tan mediocre como Isabel Allende. Pero estos dos casos son producto del mismo fenómeno: lo imperante dentro del mundo cultural chileno es velar por sus propios intereses. Chile, no te olvides, es una isla, y eso lo dice todo. Sin la mediación de la academia chilena en Norteamérica, y luego de otros académicos de diferentes países que a esto se sumaron, la obra de Gonzalo Rojas no hubiera podido alcanzar esa proyección continental tan poderosa. Claro que es obvio, como lo dije antes, que la presencia de Paz es disparadora, pero el concierto de voces chilenas es fundamental. No digo esto para demeritar la obra de Gonzalo Rojas, pero yo lo viví día por día aquí en Estados Unidos. Recuerdo una noche, a principios de la década del 90, que me llamó a Cincinnati Hilda, la esposa de Gonzalo, y me dijo que ella me invitaba a sumarme al grupo de intelectuales que buscaban promocionar a Gonzalo para el premio Reina Sofía. Por supuesto que me sumé inmediatamente al grupo.

MI- Frente a este panorama, ¿qué ha pasado con la obra de Juan Sánchez Peláez?  ¿A qué atribuyes que sea tan poco explorada, o incluso conocida, fuera de Venezuela?

AR- Todo lo contrario con la obra de Juan Sánchez Peláez. Hace unos años su viuda Malena estuvo de visita acá en los Estados Unidos, y por ella me enteré de que la antología de este poeta, publicada en España por Lumen, iba a ser recogida y probablemente destruida. Los editores se la ofrecían si ella podía recogerla toda y llevársela, de lo contrario desaparecería. Y así fue, ya que no creo que ella haya podido hacerlo. A mi juicio Juan Sánchez Peláez es uno de los poetas más grandes de toda la historia de Hispanoamérica. Pero este juicio sólo lo puedo compartir con los pocos privilegiados que han tenido acceso a su obra. La respuesta de por qué sucede esto es fácil. Todo se debe al predominio político dentro de los campos literarios, al manejo de las fuentes de información y difusión, al poder de los “capos” de la poesía y la cultura. Volvemos al principio, Sánchez Peláez no buscaba un reconocimiento fácil, un aplauso académico, de auditorios llenos. Su necesidad era que se comprendieran, se pudieran visualizar los centros oscuros de su poesía. Tenía una extrema necesidad en que sus poemas fueran leídos como él quería que lo fuesen. Eran para él piedras mágicas que conllevaban un Gran Sentido, y debo decir esto con mayúsculas. Pero la crítica normal no alcanza estas alturas de pensamiento poético, y de allí su frustración, su desesperanza y desaliento.

MI- ¿Cómo fue la relación entre estos dos escritores al final de sus vidas?

AR- Creo que como siempre fue, de gran afecto y admiración. No obstante poco a poco los años los fue colocando en lugares cada vez más distantes. Gonzalo siempre estaba dispuesto a reclamar para Juan Sánchez Peláez uno de los lugares más altos de la poesía. Nunca le oí un juicio crítico negativo, ni para él como persona ni para su poesía. Por lo contrario, Juan se dolía del protagonismo de Gonzalo y así me lo decía: “Gonzalo no necesita estar saliendo tanto en los periódicos”. Pero de hecho era un fervoroso lector de su poesía. Yo sé que si algún día se estudian estos dos poetas profundamente, se encontrarán nexos que los colocan en una gran cercanía. Tal vez es esa “asfixia” de que hablaba Gonzalo Rojas.

MI- ¿Cuál fue tu relación con ellos hasta el final de sus vidas?  

AR- Lastimosamente a Gonzalo lo perdí de vista cuando dejó Estados Unidos y se fue definitivamente a Chile. Ya no los vi nunca más a él ni a Hilda. Hablábamos por teléfono de vez en cuando, y siempre estaba yo allí invitado a su casa en Chillán. Me contaba de sus aventuras y desventuras amorosas, de sus felicidades y dolores. También hablaba de pequeñas cosas, anécdotas de su vida en esa población mágica para la poesía. Sabía de él por amigos comunes, y lo leía siempre con el mismo estupor con que leí sus primeros poemas en Chile, allá en mi juventud. Recordábamos nuestras aventuras por los bares de Pittsburgh y Chicago, eso de lo cual él dejó constancia en uno de sus poemas. Con Juan Sánchez hablaba frecuentemente por teléfono. Largas charlas acompañadas por dos botellas de escocés, una allá, otra acá. Estas charlas terminaban en cierto delirio que muestras mutuas esposas, allá y acá, cortaban con mano delicada pero precisa. Mucho hablé esas noches con Juan. Una que otra vez fui por Venezuela y el encuentro fue maravilloso,  lleno de gran humor. Teníamos como tema cantar un viejo tango que ambos adorábamos, Sur, hasta el cansancio. Tengo para mí que allí estarán siempre conmigo, en ese lugar en que una palabra se acerca a otra y clama poesía.

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