Wednesday, April 15, 2009
Cinco poemas de José Díaz Cervera
SUITE DE LOS PAYASOS
Para Jorge Cortés Ancona,
desde la desolación del Polo Sur.
Un hombre nace en el Bertold Brecht de su camisa.
Han golpeado su puerta los ojos de los niños
y la ansiedad.
Otro hombre se reinventa en la textura de sus alas húmedas
mientras prospera una flor en sus chancletas.
En ambos el agua se enmascara,
en ambos se tejen los pormenores de la luz
para desentrañar la geología de una sonrisa.
Si yo hubiera aprendido a pintarme la existencia,
si hubiera yo tenido un Bertold Brecht en mi cajón,
este trago de ron japonés hubiera sido apenas como una rosa
malparida.
Pero la patria de la ebriedad es inasible,
Jorge,
casi como una fotografía a contraluz;
este país pequeño nos prometió fugacidad,
nos regaló muchas páginas en blancoy algunos garabatos.
También orinó en nuestros calcetines.
Por eso yo amo a los payasos:
por su contribución a la teoría del horror,
por sus zapatos anchos y felices,
y por el Bertold Brecht que nos redime de la usura,
Jorge,
de habitar en este rudo abecedario.
SUITE DE LOS BUENOS MODALES
Para que Rita Castro
domestique su ansiedad.
Hay que ponerse el corazón.
Hay que saber ahogarse con eficiencia doctoral
\en cualquier vaso de agua evaporada
(es inútil intentarlo en tarros o en soperas,
y el protocolo no permite utilizar leche de alondras
ni espuma enardecida).
Lo importante,
sin embargo,
es aprender a ponerse el corazón.
Es cierto que hay que lavar los dientes y los párpados,
es vedad que es de mala educación
no arrancarle una oreja al sotavento
al pasar por la casa de una anciana virgen,
nadie en su sano juicio podría contemplar un plenilunio
sin una cruz de miel en el empeine.
Lo importante,
sin embargo,
es aprender a ponerse el corazón.
Sabemos que es signo de nobleza acomodar los ojos en los calcetines,
nadie se ofenderá si bajo de una almohada
hay una piña o un rinoceronte;
es un buen uso en observancia del decoro,
despertar con la halitosis de un cometa
cuando en lugar de sábanas se tienen cicatrices.
Lo importante,
sin embargo,
es aprender a ponerse el corazón
tal como hace la luz
con la blancura.
SUITE EN HALLUX VALGUS
Amada:
un pie es tan sólo un pie con sus seis dedos,
con su arco sindical,
con su micosis;
astrágalo más tarso y metatarso,
todo es pureza y liviandad,
empeine y uña,
callosidad y sueño.
Hay,
sin embargo,
pies que quieren pactar con su linaje
para salir desnudos a esconderse en la llovizna,
los hay que duermen en las escamas de los cisnes
y otros que son,
Amada,
indecisos batracios;
pero un pie es tan sólo un pie con sus seis dedos.
Yo sé que el mundo gira:
que el mar es sólo el mar
y es un cigarro,
que los geómetras han acaparado la nostalgia;
yo sé que mi dolor quisiera ser un manatí
o una bala en el páncreas de la luz;
con todo y eso,
Amada,
no comprendo a tus pies cuando en las tardes
se disfrazan con la nariz de Groucho Marx,
no comprendo su necedad de ser palomas con las alas abiertas.
No comprendo a tus pies,
pero los amo.
SUITE DE VENA POPULAR
Con Agustín, Tomás,
Iris y Tejada.
En la cantina de la esquina de tu casa,
bagazo a penas de tu amor,
estoy dejando mis mejores lágrimas.
Mala es la vida cantada en un ardor de sinfonolas;
malo es rumiar a solas un bolero
escurriendo el desprecio entre el tufo de un trago adulterado
o en el caldo mostrenco de los sueños
caminados con zapatos de media suela.
Pero desde los días, camisa sin botones,
donde el adiós dejara su pobreza,
sus pies sucios,
su gran televisor en blanco y negro
y el moco del rocío,
ya no sé qué decir
ni cómo entretener esta nostalgia
ni dónde anclar mi sal.
Desde que no te tengo me agusano
y voy a la cantinade la esquina
de tu casa,
en solemne ebriedad,
a purgar de mis ojos el fastidio.
SUITE CON CHAVELA VARGAS
Ponme la mano aquí,
muchacha negra,
Macorina del viento, bruja blanca.
Te daré mi dolor y sus harinas,
te alquilaré la artritis de la luz
y esta inutilidad
y estas palomas.
Ponme la mano aquí,
mango del sueño
donde me crecen la extremaunción y la candela.
Si miras mis fragmentos,
te ocultarás en ellos.
Te hablarás por la cal y por mis poros
ya Macorina y pulpa,
ya silencio.
Ponme la mano aquí, pon tus cigarras:
tengo mujer y mar en el lenguaje,
tengo un olvido intacto con tu nombre
y tengo la combustión de ya olvidarte.
Estoy por lo feroz:
llevo un tufo en los ojos,
soy como un bar que nunca baja sus cortinas.
Me raja la pasión.
Ponme un suspiro aquí,
ponme tu rabia,
los piojos de tu sed, tus caracoles,
tu fonética sombra Macorina,
tu hegeliano paso de borracho.
Ya no me alcanza el corazón:
soy la neblina enamorada del cigarro que descansa en tu ombligo,
y abril es todavía más cruel cuando Chavela Vargas raspa el aire.
Ponme el riesgo en la tapa de los sesos.
Ponme la mano donde no me alcances.
Tuesday, April 07, 2009
Licantra: conjuro contra la indiferencia
Rodrigo E. Ordóñez Sosa
Peridico Por esto!, Cultura. 7 de abril del 2009
La construcción de un mito, personaje o mundo poético, implica recorrer los sinuosos significados de las palabras, retorcerlas hasta cambiarlas por completo, descubrir todos sus matices y multiplicar sus connotaciones. Todo eso se encuentra reunido en el libro Licantra del poeta yucateco José Díaz Cervera quien construye una palabra creando su historia, sus signos y un universo a partir de un tema cotidiano como el amor.Licantra, una palabra retomada de la tradicional novela de terror, contiene su propia esencia, su propia constelación de significados que van de lo literario a lo cinematográfico. Sin embargo, el libro evita el lugar común de lo sobrenatural, rompe los esquemas para ofrecernos cuatro capítulos de poemas que refrescan el sentido de la palabra misma hasta convertirla en la diosa de la indiferencia y el desdén.Arte de la precisión, la unidad de este poemario se da gracias a la consonancia temática y un buen logrado ritmo tan cambiante de acuerdo a la intención poética. Así, el primer capítulo denominado “Los Hombres de Hécate” es una paráfrasis de la palabra nombres. Díaz Cervera utiliza las acepciones vinculadas con la diosa, como son la brujería, la luna, el cementerio, las hierbas mágicas, las encrucijadas, la Luna, Reina de los Muertos, asociada a los animales como la perra y las ranas, y de esta forma titular los poemas para crear una atmósfera mágica. Principalmente en el primer capítulo que empieza con un conjuro, seguido de un canto a la Luna Nueva y Vocativo: ese es el preámbulo para invocar a Licantra.El primer capítulo concentra su fuerza en la figura de Hécate, quien desde el inicio expone la encrucijada del poeta ante el desdén del objeto amado. Además, la diosa es la Reina de los Fantasmas que evita que el mal entre al mundo espiritual y viceversa, es la santa patrona que pretende evitar que la mordida de Licantra sea funesta y a quien se dirigen los conjuros y las ofrendas.En el capítulo segundo titulado “La Perra, La loba”, es la transfiguración de lo cotidiano a lo mítico, la conversión del amor platónico a la realidad, y de ahí, nuevamente al pedestal. Con lentitud Licantra comprende su poder sobre los hombres, de ahí la imagen del espejo que confirma y le abre el camino a la mistificación. Con el cambio a prosa poética, el ritmo deja atrás las invocaciones y conjuros en consonancia con el estado de ánimo de la voz poética, porque la alcanza y pierde en un instante. El poeta trata de descifrarla a través de sus gestos, sin embargo ella es La Loba, ella es quien “voltea a quemarropa y siempre sorprende a alguno mirándola. Entonces sonríe e inicia otro ritual de cacería”.En el siguiente apartado, denominado “Cantar de Licantra”, el hablante lírico cambia y entonces podemos escuchar la voz de la protagonista. Con desprecio nos habla de la consciencia de su propia carnalidad, de su vocación para la lujuria, donde sólo ahí logra reconocerse y encontrar su lugar en el mundo. Sabedora del dominio que ejerce y la impotencia de los desdeñados, concluye diciendo: “y tomaré un tren/ para ir donde estalla de lujuria/ la neblina;/ me llamaré pavor,/ me adornaré con un collar de sangre/y aullaré cuando a la luna/le crezca la migraña;/ después regresaré/ a verlos morir,/ poetas lluviosos/ sin más vestido/ que mi indiferencia.”.Finalmente tenemos la “Balada del Bibliotecario”, quien mordido por Licantra cuenta con desesperanza la imposibilidad de recuperarla, no hay invocaciones ni conjuros, porque ya nada la ata al poeta y ahora vaga libre por el mundo, por tanto, sólo queda recoger los escombros, y advertir “voy a morir, Licantra,/ con un rumor plenilunar/ de ingles en el cuello,/ y alguien se enojará en el vecindario/ porque se le perdieron unas medias.”. Esta es la forma en que José Díaz Cervera, a través de este libro mítico, logra la mejor conjura contra el desdén y desde luego, contra la peor de las indiferencias.
Rodrigo E. Ordóñez Sosa
Peridico Por esto!, Cultura. 7 de abril del 2009
La construcción de un mito, personaje o mundo poético, implica recorrer los sinuosos significados de las palabras, retorcerlas hasta cambiarlas por completo, descubrir todos sus matices y multiplicar sus connotaciones. Todo eso se encuentra reunido en el libro Licantra del poeta yucateco José Díaz Cervera quien construye una palabra creando su historia, sus signos y un universo a partir de un tema cotidiano como el amor.Licantra, una palabra retomada de la tradicional novela de terror, contiene su propia esencia, su propia constelación de significados que van de lo literario a lo cinematográfico. Sin embargo, el libro evita el lugar común de lo sobrenatural, rompe los esquemas para ofrecernos cuatro capítulos de poemas que refrescan el sentido de la palabra misma hasta convertirla en la diosa de la indiferencia y el desdén.Arte de la precisión, la unidad de este poemario se da gracias a la consonancia temática y un buen logrado ritmo tan cambiante de acuerdo a la intención poética. Así, el primer capítulo denominado “Los Hombres de Hécate” es una paráfrasis de la palabra nombres. Díaz Cervera utiliza las acepciones vinculadas con la diosa, como son la brujería, la luna, el cementerio, las hierbas mágicas, las encrucijadas, la Luna, Reina de los Muertos, asociada a los animales como la perra y las ranas, y de esta forma titular los poemas para crear una atmósfera mágica. Principalmente en el primer capítulo que empieza con un conjuro, seguido de un canto a la Luna Nueva y Vocativo: ese es el preámbulo para invocar a Licantra.El primer capítulo concentra su fuerza en la figura de Hécate, quien desde el inicio expone la encrucijada del poeta ante el desdén del objeto amado. Además, la diosa es la Reina de los Fantasmas que evita que el mal entre al mundo espiritual y viceversa, es la santa patrona que pretende evitar que la mordida de Licantra sea funesta y a quien se dirigen los conjuros y las ofrendas.En el capítulo segundo titulado “La Perra, La loba”, es la transfiguración de lo cotidiano a lo mítico, la conversión del amor platónico a la realidad, y de ahí, nuevamente al pedestal. Con lentitud Licantra comprende su poder sobre los hombres, de ahí la imagen del espejo que confirma y le abre el camino a la mistificación. Con el cambio a prosa poética, el ritmo deja atrás las invocaciones y conjuros en consonancia con el estado de ánimo de la voz poética, porque la alcanza y pierde en un instante. El poeta trata de descifrarla a través de sus gestos, sin embargo ella es La Loba, ella es quien “voltea a quemarropa y siempre sorprende a alguno mirándola. Entonces sonríe e inicia otro ritual de cacería”.En el siguiente apartado, denominado “Cantar de Licantra”, el hablante lírico cambia y entonces podemos escuchar la voz de la protagonista. Con desprecio nos habla de la consciencia de su propia carnalidad, de su vocación para la lujuria, donde sólo ahí logra reconocerse y encontrar su lugar en el mundo. Sabedora del dominio que ejerce y la impotencia de los desdeñados, concluye diciendo: “y tomaré un tren/ para ir donde estalla de lujuria/ la neblina;/ me llamaré pavor,/ me adornaré con un collar de sangre/y aullaré cuando a la luna/le crezca la migraña;/ después regresaré/ a verlos morir,/ poetas lluviosos/ sin más vestido/ que mi indiferencia.”.Finalmente tenemos la “Balada del Bibliotecario”, quien mordido por Licantra cuenta con desesperanza la imposibilidad de recuperarla, no hay invocaciones ni conjuros, porque ya nada la ata al poeta y ahora vaga libre por el mundo, por tanto, sólo queda recoger los escombros, y advertir “voy a morir, Licantra,/ con un rumor plenilunar/ de ingles en el cuello,/ y alguien se enojará en el vecindario/ porque se le perdieron unas medias.”. Esta es la forma en que José Díaz Cervera, a través de este libro mítico, logra la mejor conjura contra el desdén y desde luego, contra la peor de las indiferencias.
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